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28.06.2013 - UNESCO Office in Santiago

Nueva publicación UNESCO: Clasificaciones y transparencia en la educación superior, usos y abusos

Las clasificaciones internacionales que establecen jerarquías entre las universidades influyen en las políticas gubernamentales y las opciones de los alumnos y sus familias.  Con razón o sin ella, se les considera un baremo de calidad y por ese motivo generan una intensa rivalidad entre las universidades del mundo entero. ¿Pero es posible que resulten más nocivas que beneficiosas? 

En una nueva publicación de la UNESCO, titulada Rankings and Accountability in Higher Education: Uses and Misuses [Clasificaciones y transparencia en la educación superior: Usos y abusos] se debaten los pros y los contras de las clasificaciones universitarias. El libro congrega a las personas que establecen dichas jerarquías y a sus críticos, a fin de examinar los usos y abusos de las clasificaciones existentes. Al presentar opiniones de cinco continentes, la publicación se propone ayudar a los usuarios de dichas clasificaciones –tanto si son estudiantes o padres como si se trata de responsables gubernamentales o de instituciones- para que puedan utilizarlas de una manera más estricta y provechosa. El manual ofrece un panorama amplio de las ideas vigentes sobre el tema y formula enfoques alternativos y herramientas complementarias para una nueva era, en la que las clasificaciones de los institutos de enseñanza superior puedan usarse de manera diáfana y fundamentada. 

De las más de 17.000 universidades existentes, sólo el 1% es objeto de examen en las “clasificaciones universitarias del mundo”, que publican tres notorios “institutos de clasificación”. Aunque difieren en múltiples aspectos, las 200 universidades que suelen ocupar los primeros lugares de las listas tienden a ser instituciones antiguas (con más de 200 años), cuya actividad se centra mayormente en la investigación científica, con unos 25.000 alumnos y 2.500 docentes, y con presupuestos anuales que superan los 2.000 millones de dólares estadounidenses. Los autores que colaboraron en el texto, afiliados a reconocidas organizaciones de clasificación, inician el debate en Rankings and Accountabilitycon una presentación pormenorizada de las metodologías que se emplean, sus puntos fuertes y sus limitaciones, y de su evolución a lo largo del tiempo. Nian Cai Liu, de la Universidad Jiao Tong de Shanghai, que colaboró en la preparación de la primera clasificación universitaria mundial que se publicó en 2003, opina que éstas no deben usarse como la única fuente de información al tomar decisiones relativas a la calidad de las universidades. En cambio, Phil Baty, de The Times Higher Education, y Ben Sowter, de la entidad QS University Rankings, creen que sin duda las clasificaciones “han llegado para quedarse” y que pueden mejorar la transparencia y la rendición de cuentas en la enseñanza superior, en el contexto de un mercado de educación universitaria de ámbito mundial.

 

Las clasificaciones deberían evolucionar a fin de aportar una información que sea más pertinente para las necesidades de las universidades, los alumnos y los encargados de formular las políticas, que se ajuste al contexto local y contribuya al desarrollo de sistemas de enseñanza superior de rango mundial, en vez de propiciar la creación de un número limitado de instituciones de rango internacional.  Los autores ponen de manifiesto los defectos de los sistemas actuales de clasificación, entre los cuales figura una atención excesiva al aumento de los resultados de la investigación, en detrimento de la repercusión social sobre las comunidades locales. La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) es un ejemplo cabal de lo que podría denominarse una “universidad consagrada a la construcción nacional”.  La institución acoge el Sistema Sismológico Nacional, el Observatorio Astronómico Nacional, la Biblioteca Nacional y un archivo de publicaciones periódicas, así como una respetable orquesta sinfónica. Si, como indica un estudio, el 63% de las universidades basa sus decisiones estratégicas en el objetivo de mejorar su puesto en las clasificaciones, ¿podría acaso esta rivalidad por los primeros lugares ahogar la diversidad y dañar la innovación en los paradigmas universitarios? 

Hay quien considera que el enfoque actual carece de diversidad. Imanol Ordorika y Marion Lloyd, de la UNAM, opinan que se presta poca atención a la investigación que se realiza en lengua española, lo que favorece al idioma inglés, un hecho al que los organismos de clasificación suelen restar importancia.  “Incluso en universidades del tamaño y la categoría de la UNAM y la Universidade de São Paulo, los artículos que se publican en inglés siguen siendo una pequeña parte de la producción intelectual, pero constituyen la mayoría de los artículos citados en el ISI y en Scopus”, los principales bancos de datos bibliográficos que se emplean en las clasificaciones. Además, la primacía que los sistemas actuales de clasificación otorgan a la investigación científica reduce la importancia de las humanidades y las ciencias sociales, ámbitos en los que América Latina cuenta con una tradición antigua y estimable.

En África, la educación superior está aumentando a un ritmo muy alto, pero “la ampliación del acceso no ha sido compensada por una mejora de la calidad”, explica Peter Okebukola, presidente de la red Global University Network in Africa. Como alternativa regional a las clasificaciones internacionales se creó el African Quality Rating Mechanism (AQRM). En vez de comparar el desempeño de una Universidad con el de otra, este dispositivo evalúa la actuación de una universidad mediante un “conjunto de criterios que tienen en cuenta el contexto singular y los problemas implícitos en las prestaciones de educación superior en el continente”. ¿Podría ser este sistema de evaluación según criterios preestablecidos un método más útil y eficaz que el de los institutos de clasificación? El Banco Mundial estudia actualmente esta posibilidad, mediante la elaboración de un nuevo sistema de evaluación que da prioridad a los factores específicos de las regiones en desarrollo y, por ende, permite efectuar comparaciones más fiables entre ellas. 

En medio de la moda de las clasificaciones universitarias, resulta fácil olvidar qué pueden realmente hacer los estudiantes con los conocimientos adquiridos, una vez que han obtenido un diploma. A fin de cuentas, las perspectivas de hallar un empleo suelen determinar la elección de un centro de estudios por parte de padres y alumnos. Desde la perspectiva de la OCDE, Richard Yelland y Rodrigo Castañeda Valle propugnan que se otorgue más atención a los resultados del aprendizaje, en la convicción de que “con frecuencia las clasificaciones se usan ahora como sustitutos –o como pruebas- de la calidad de la enseñanza y el aprendizaje en los institutos de educación superior en el mundo entero”. Poner a prueba la capacidad de los recién graduados en asuntos tales como las competencias generales, por ejemplo, la comunicación escrita y el razonamiento analítico, así como los conocimientos técnicos, en ámbitos como la economía y la ingeniería, podría ofrecer un baremo más preciso de la medida en que la enseñanza los ha dotado de competencias para vivir la vida que han escogido y para participar en la economía del saber de la sociedad contemporánea.




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