Sector económico de peso, el turismo se diversifica y propone cada vez más “ productos culturales ”, de la visita de monumentos al descubrimiento de modos de vida singulares.
Este entusiasmo puede contribuir a la restauración del patrimonio y a la supervivencia de las tradiciones. Pero un turismo incontrolado produce el efecto contrario.
De ahí el dilema que abordamos en la introducción: el auge del turismo cultura es muy beneficioso para quienes lo practican y para sus anfitriones, pero un exceso de visitantes termina por degradar la cultura, hasta el punto de hacerle perder todo su atractivo. A continuación, presentamos casos precisos en los que los operadores turísticos y las poblaciones locales han tratado de sellar un pacto de intereses relativamente armonioso y estable. La misma ambivalencia se repite en nuestra segunda parte, con proyectos -exitosos o inquietantes- de explotación turística del patrimonio monumental o tradicional. Por último, dos destacadas personalidades del turismo de masas defienden la industria, que procura por lo demás dotarse de un código universal de conducta.