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Un Año Internacional para recordar la importancia vital de la diversidad biológica

París, 20 de enero

¿Se puede imaginar la vida en un planeta del que hayan desaparecido el oso polar y el gran tiburón blanco, o la “Reina de los Andes” que florece en el altiplano de Bolivia y Perú? Algunos creerán que sí porque, al fin y al cabo, otras especies zoológicas y botánicas importantes ya se extinguieron en el pasado. Sin embargo, los animales y las plantas están desapareciendo hoy con una celeridad sin precedentes, cuando sabemos ya positivamente que el bienestar del ser humano y la satisfacción de sus necesidades elementales guardan una estrecha relación con el mantenimiento de la biodiversidad. Para llamar una vez más la atención sobre esta situación crítica, la Asamblea General de las Naciones Unidas ha proclamado 2010 Año Internacional de la Diversidad Biológica.

Se estima que el número de especies vivas de nuestro planeta oscila entre 13 y 14 millones, de las que solamente 1,75 millones se han catalogado hasta la fecha. Aunque las 17.000 especies animales y vegetales amenazadas de extinción puedan parecer poca cosa en comparación con esas cifras, lo cierto es que en 2009 se hallaban en peligro, según la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN), el 21% de los mamíferos conocidos, el 12% de las aves, el 37% de los peces de agua dulce y el 70% de las plantas. En algunas partes del mundo, la amenaza no sólo se cierne sobre especies individuales, sino también sobre ecosistemas enteros: manglares, bosques tropicales y arrecifes de coral.

No se trata de preservar la más amplia gama posible de seres vivos por un mero prurito de “coleccionista”. Hoy se sabe que gracias a la biodiversidad –en su triple faceta de diversidad de los ecosistemas, de diversidad de las especies entre sí y de diversidad genética dentro cada especie– los ecosistemas prestan servicios esenciales para la vida humana: desde la polinización de las flores por los insectos hasta la absorción de una parte del carbono por los océanos, pasando por la función protectora de las zonas costeras contra las catástrofes naturales que desempeñan los manglares. Según la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio (EME) publicada en 2005, el 60% de esos servicios se están deteriorando o son víctimas de una explotación irracional. Una parte de los daños infligidos a los ecosistemas se considera irreversible.

En los cinco últimos decenios, el ritmo de erosión de la biodiversidad se ha acelerado considerablemente. Desde 1945 hasta hoy, la superficie del suelo transformada en terrenos agrícolas fue mayor que toda la roturada a lo largo de los siglos XVIII y XIX. La EME señala que “en los últimos 50 años, los seres humanos han transformado los ecosistemas más rápida y extensamente que en ningún otro período de tiempo de la historia humana […], en gran medida para resolver rápidamente las demandas crecientes de alimentos, agua dulce, madera, fibra y combustible”.

Azotado ahora por un terrible terremoto, Haití también es víctima de una catástrofe ecológica de vastas proporciones que data de mucho tiempo atrás. En este país antaño poblado de árboles, sólo queda hoy menos del 3% de la cobertura forestal. La deforestación ha reducido la evaporación en la atmósfera, provocando así una disminución de las precipitaciones lluviosas que en muchas zonas llega a cifrarse en un 40%. El resultado ha sido una mengua del caudal de los cursos de agua y de las capacidades de regadío. Cuando llueve, los suelos no consiguen retener o filtrar con eficacia el agua en las capas freáticas y las aguas fluviales corren hacia el mar cargadas de sedimentos y materias contaminantes, deteriorando así los ecosistemas de los estuarios y las costas. La erosión del suelo ha llegado a tales extremos que la superficie de tierras cultivables disminuyó en más de un 40% entre 1950 y 1990.

Al igual de lo que ocurre en Haití, son las poblaciones más indigentes las que pagan más duramente las consecuencias del deterioro ecológico, ya que a menudo dependen directamente de los servicios prestados por los ecosistemas. La mitad de los habitantes de las zonas urbanas de Asia, África y América Latina y el Caribe padecen una o varias enfermedades ocasionadas por un abastecimiento insuficiente de agua o por el estado insalubre de ésta. Otro ejemplo: el pescado, según la EME, es la fuente principal de proteínas animales en la nutrición de más de mil millones de seres humanos, la mayoría de los cuales viven en países en desarrollo. Ahora bien, un informe de la FAO publicado en 2007 señala que un 50% aproximadamente de los recursos pesqueros marinos se hallan plenamente explotados y un 25% más son objeto de una explotación abusiva.

Todos estos hechos son sobradamente conocidos. Desde la Conferencia de Estocolmo sobre el Medio Humano (1972) hasta la Cumbre de Copenhague (2009), pasando por la Cumbre para la Tierra de Río de Janeiro (1992) en la que se adoptó el Convenio sobre la Diversidad Biológica, son numerosas las iniciativas internacionales que vienen haciendo hincapié en la necesidad de actuar para poner por lo menos un freno al ritmo de erosión de la biodiversidad. El Año Internacional de la Diversidad Biológica ofrece una oportunidad más para recordarnos que la inacción no es una opción.

  • Fuente:UNESCOPRESSE
  • 20-01-2010
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