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Ideas

El ser humano, inquilino de la Tierra y a su servicio

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"Hombre naturaleza” (detalle), acuarela en papel del artista franco-angoleño Franck Lundangi.
© Franck Lundangi / Сortesia da Galeria Anne de Villepoix

Para responder al reto planteado por la crisis ecológica universal que estamos viviendo, es apremiante extraer del acervo filosófico y espiritual de la humanidad las inestimables lecciones que contiene sobre la necesidad de velar por la conservación de la vida en todas sus formas. Solimán Bachir Diagne extrae esas lecciones combinando la novela filosófica de un letrado andalusí del siglo XII, la sabiduría humanista de un vocablo africano y el pensamiento filosófico occidental. Este filósofo senegalés nos advierte de que los seres humanos no debemos considerarnos amos y propietarios exclusivos de la Tierra.

Souleymane Bachir Diagne
 

Mi propósito es reflexionar sobre la importante crisis ecológica que vivimos, que es definitoria de nuestra época. Para ello, trataré de mostrar cómo la historia de la filosofía nos aporta luz y nos da orientaciones sobre las acciones que se han de emprender para afrontar dicha crisis. Y más precisamente trataré de explicar en qué estriba la continuidad que se da entre la manera en que la filosofía nos ayuda a pensar una política de la humanidad y la manera en que esclarece una política de “humanización de la Tierra”, por emplear la expresión del filósofo y teólogo francés Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955). Esta expresión significa para mí el deber y la responsabilidad del ser humano de obrar en consecuencia, a partir del momento en que ha comprendido que tanto él como la humanidad venidera tienen encomendado el cuidado de la naturaleza. Este modo de ver me impide, por lo tanto, considerar que el hombre es el “amo y señor” de la naturaleza, como decía el filósofo francés René Descartes en el siglo XVII.

Con respecto a la filosofía que aúna lo espiritual y lo ecológico, desearía referirme al pensamiento del letrado andalusí Abentofáil (1105-1185), expuesto magistralmente en su obra más importante, la novela filosófica Risala Hayy ibn Yaqzān fi asrar al-hikma al-mashriqiyya (Carta de Hayy ibn Yaqzān sobre los secretos de la sabiduría oriental). La idea central de esta obra es que la plena realización de la condición humana estriba en adquirir una conciencia ecológica, porque es la que permite al hombre comprender la dinámica de su propia evolución y la responsabilidad que le incumbe de proteger la vida en la Tierra.

Homo perfectus

Traducida al latín con el título Philosophus autodidactus en 1671 y ulteriormente al inglés y al español, La Carta de Hayy Ibn Yaqzān inspiró a muchos escritores de épocas posteriores, por ejemplo al inglés Daniel Defoe, autor de Robinson Crusoe. En efecto, la novela del filósofo andalusí relata como una cierva recoge, protege y alimenta a Hayy, un niño abandonado en una isla que nunca ha conocido la presencia de ningún otro ser humano. Al morir la cierva, Hayy aprende a utilizar sus manos, adquiriendo primero su inteligencia práctica y luego su inteligencia teórica en un proceso de ontogénesis, o sea de desarrollo del individuo desde su concepción hasta su muerte. Ese proceso es también una recapitulación de la filogénesis, es decir, de la evolución de la especie humana a través de las edades. El desarrollo de Hayy es el del “insān kāmil” del misticismo islámico: el homo perfectus, o ser humano consumado, que no sólo descubre elementos esenciales de la civilización como el fuego, sino que también adquiere un sentido de la trascendencia que le conduce primero a la idea y luego a la experiencia de lo divino. Encontramos un eco de la Carta de Hayy Ibn Yaqzān en el debate filosófico sobre la presunta “tabla rasa” que puede ser nuestra facultad de entendimiento, antes de que la experiencia empiece a grabar en ella los conocimientos que vamos adquiriendo. A este respecto, algunos han señalado que se da una continuidad entre la idea expuesta en la Carta de Hayy Ibn Yaqzān y el Ensayo sobre el entendimiento humano del filósofo inglés del siglo XVII John Locke.

Cabe señalar, de paso, que la mayoría de los manuales de enseñanza de la historia de la filosofía apenas dan cabida a una obra tan importante como la de Abentofáil ni a la corriente intelectual a la que pertenece. Hechos como éste hacen necesario que esta disciplina se enseñe de otra forma, sin hacer de ella un patrimonio exclusivo del pensamiento europeo.

 


"Hombre naturaleza”, acuarela en papel del artista franco-angoleño Franck Lundangi.

El califa de Dios en la Tierra

La primera conmoción que pone en marcha la inteligencia práctica y luego la teórica de Hayy se produce cuando, sumido en la incomprensión y el dolor por la pérdida de su madre la cierva, se pregunta qué es lo que ha abandonado el cuerpo materno –o sea, la vida– para que no pueda escuchar la llamada su hijo. Para responder a este interrogante, Hayy se dedica a escudriñar el principio vital diseccionando primero animales muertos y luego vivos, sin que en ese momento su ignorancia e inocencia le permitan percatarse del cruel suplicio que les inflige con la vivisección. Su búsqueda fracasa y la abandona. Posteriormente, cuando adquiere plena conciencia de sí mismo, de la existencia de Dios y de su Creación, del lugar que él ocupa en ésta y de su responsabilidad con respecto a ella, Hayy comprenderá su deber de velar por la vida en todas sus formas. Para subsistir, sólo tomará en adelante lo que necesita de la naturaleza, preservando estrictamente la capacidad de ésta para renovarse y reconstituir los dones que le prodiga.

La insistencia de Abentofáil en la concienciación ecológica de Hayy Ibn Yaqzān es una ilustración filosófica de la antropología coránica, que define al ser humano como “el califa de Dios en la Tierra”. Al designar al hombre como “califa” –vocablo que significa “sustituto”, pero que teniendo en cuenta su sentido etimológico se puede traducir mejor por la palabra “lugarteniente”, o más precisamente “lugar-teniente”– se le indica lo que tiene que ser y su responsabilidad de velar por el espacio que constituye su entorno, esto es, la Tierra. A pesar de lo que se pueda oír hoy en día por ahí sobre la palabra “califa”, cabe señalar que en el Corán sólo tiene el significado de asignación al ser humano de su destino. Un mensaje esencial de la obra de Abentofáil es designar al hombre como guardián de la Tierra –tanto en el presente como para las generaciones venideras– por ser el depositario original de lo que hace de él un “lugar-teniente” de Dios en la Tierra. Hoy más que nunca es preciso que comprendamos la responsabilidad humana de velar por la Tierra, sin vincularla forzosamente a un significado religioso.

Hacer humanidad todos juntos

Voy a recapitular lo dicho hasta aquí con una sola palabra: “ubuntu”. Este vocablo bantú se ha hecho mundialmente famoso gracias a los sudafricanos Desmond Tutu y Nelson Mandela, y significa literalmente “hacer humanidad todos juntos”. Esto quiere decir que, gracias a los demás, cada individuo debe cobrar conciencia de su destino como ser humano y crear una sola humanidad con todos sus congéneres.

Ser depositarios de lo que hace de nosotros “lugar-tenientes” de Dios en la Tierra nos permite comprender que “hacer humanidad todos juntos” es lo contrario de comportarse como predadores y nos obliga en general a velar por todas las formas de vida. Nos obliga también en particular a pensar que, si bien los animales no reclaman por sí mismos unos derechos que deben ser reconocidos y proclamados, esos derechos deben ser para nosotros totalmente reales porque nuestra humanidad nos impone obligaciones para con ellos.

No soy de los que se exceden –a mi parecer– en la empresa de querer acabar a toda costa con el antropocentrismo, estimando que los distintos reinos de la naturaleza deben estar “autorrepresentados” en una especie de “contrato natural” que sustituiría al contrato social entre los hombres. No creo que sea necesario “disolver” la humanidad para prohibirle que se comporte como “un imperio en un imperio”, tal como dijo el filósofo Baruch Spinoza en el siglo XVII. No es necesario, repito, para hacer comprender a los seres humanos que no son absolutamente libres ni totalmente independientes de las necesidades de la naturaleza. Al contrario, es necesario que la humanidad se reafirme, pero en el sentido del “ubuntu”. Este concepto filosófico es de alcance universal y abarca, desde mi punto de vista, el significado y la función de la enseñanza de las humanidades, y más concretamente de la filosofía. Al mostrar cómo la filosofía puede esclarecernos para abordar las problemáticas actuales, he querido destacar su contribución, e incluso su “utilidad”, para resolverlas. No obstante, no debemos exagerar lo que puede hacer la filosofía, ni tampoco someternos por completo al imperativo de la rentabilidad, contemplándola con el prisma exclusivo de su aplicación en el plano técnico y tratando de que sea objeto de una “utilización” sea como sea.

En este artículo he deseado mostrar que para construir el pensamiento y la acción capaces de afrontar las crisis más importantes de nuestra época, podemos y debemos basarnos tanto en las ideas de una novela escrita en la España musulmana del siglo XII como en el pensamiento filosófico occidental o en la sabiduría que encierra un vocablo africano. Para responder a los retos planteados por las épocas de cambio, tenemos que volver a inspirarnos en las raíces profundas del pensamiento humano de todas las partes del mundo y de todas las épocas.

En otras palabras, he querido recordar que la filosofía y las humanidades en general son las que imprimen un sentido a toda educación que tenga por meta final forjar un homo perfectus, es decir un ser humano en toda su plenitud e integridad que sabe apoyarse en el conocimiento de la historia para idear el futuro que hemos de construir todos juntos.

Con este artículo, El Correo se une a la celebración del Día Internacional de la Diversidad Biológica (22 de mayo).

Lea también nuestro número El hombre y los animales, El Correo de la UNESCO, febrero 1988.

Foto: 

Franck Lundangi

Souleymane Bachir Diagne

Filósofo e historiador de la lógica matemática, Solimán Bachir Diagne (Senegal) es también profesor en la Universidad de Columbia (Nueva York) y autor de numerosas obras sobre la historia de la lógica, la filosofía, el islam y las sociedades y culturas africanas. En 2011, fue galardonado con el premio Édouard Glissant por el conjunto de sus obras.