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Gran angular

Varsovia, la ciudad indómita

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Marcha realizada en noviembre de 2018 en el centro urbano histórico de Varsovia, para celebrar el centésimo aniversario de la instauración del voto femenino en Polonia.

La sociedad civil progresista de Varsovia protesta enérgicamente contra el conservadurismo en auge y defiende los valores democráticos. Ocupada, castigada y destruida en muchos momentos de su historia, la capital de Polonia, siempre rebelde, se ha mantenido en pie contra viento y marea. Hoy en día, prosigue con tenacidad su restablecimiento en un perpetuo esfuerzo por realizarse plenamente.

Joanna Lasserre

Varsovia no es lo que se suele llamar una ciudad maravillosa. No se ofrece a los ojos del visitante apresurado con el magnífico esplendor de Cracovia, la antigua capital del país. Después del colapso del régimen comunista en 1989, las jóvenes generaciones han tomado por asalto esta ciudad con mil matices de gris. Han ocupado sin permiso las fábricas abandonadas, las han convertido en centros de creación artística, y se han opuesto a que los nuevos promotores inmobiliarios derriben los edificios de estilo arquitectónico comunista. La gran mole del Palacio de la Cultura y la Ciencia, un regalo del “camarada” Stalin acabado de construir en 1955, sigue dominando el centro de la ciudad, mal que les pese a sus numerosos detractores. Tan imponente como despreciado por los varsovianos, este colosal edificio de 817.000 m3 se ha transformado en un centro pionero de múltiples actividades culturales que alberga museos, salas de congresos, talleres de creación, teatros y cines que proyectan películas de autor.

Durante las últimas tres décadas, en toda la Varsovia poscomunista han proliferado mil y un lugares de encuentro ‒galerías de arte, clubes y bares‒ que atraen continuamente a un público de universitarios, ejecutivos de empresas multinacionales, artistas y trotamundos de todo el planeta.

Es preciso recorrer a pie las calles de la ciudad para dejarse conquistar por la energía que la anima y también vagabundear por sus numerosos rincones insólitos para toparse al azar con grupos protestatarios en marcha o estacionados, e incluso con verdaderas mareas humanas que enarbolan banderas y pancartas.

Varsovia se ha convertido en el escenario de frecuentes marchas silenciosas y manifestaciones bulliciosas en las que, bajo un mar de banderas nacionales blanquirrojas, los ciudadanos protestan llevando flores blancas, vestidos negros de luto o velas encendidas, y haciendo estallar petardos. Algunos enarbolan también la enseña azul estrellada de la Unión Europea y gritan “¡No dejemos morir la democracia en silencio!”, pero otros blanden el estandarte negro y verde de los nacionalistas nostálgicos de la “Gran Polonia del Mar Báltico al Mar Negro” y exigen una “Polonia pura y blanca”.

Esta es la paradójica situación del país, que en los últimos años se encamina hacia una verdadera ruptura entre dos Polonias que se enfrentan o se desdeñan. Esa ruptura se manifiesta en la plaza pública, tanto en sentido propio como figurado.

Ciudad rebelde

La confrontación mutua se cristaliza, por ejemplo, ante la plaza del palacio presidencial, que hasta abril de 2018 fue el punto de llegada de la procesión religiosa que arrancaba del centro urbano histórico el décimo día de cada mes para conmemorar –con oficios religiosos, plegarias, cánticos y discursos– la tragedia ocurrida el 10 de abril de 2010 en la ciudad rusa de Smolensk. Ese día perecieron en un accidente aéreo el presidente Lech Kaczynski y otras 95 personalidades polacas. Una ceremonia mensual de carácter nacional que se repetiría 96 veces, invadió todo el centro histórico de Varsovia y grupos de ciudadanos acudieron regularmente a protestar contra lo que consideraban una confiscación autoritaria y confesional del espacio público.

El movimiento cívico de oposición, agrupado en torno al Comité de Defensa de la Democracia (KOD), se viene movilizando desde 2015 contra la deriva nacionalista. El 13 de diciembre, en el aniversario de infausta memoria de la fecha en la que el general Jaruzelski declaró el estado de guerra en 1981, decenas de miles de ciudadanos se manifiestan todos los años en Varsovia y otras ciudades del país para denunciar los atentados perpetrados contra la Constitución, las instituciones y los derechos cívicos, especialmente los de la mujer. En 2016, tuvo lugar la manifestación callejera más importante de este tipo desde la organizada en 1989 para celebrar las primeras elecciones libres.

Las mujeres se hallan en vanguardia de todas las manifestaciones cívicas que agrupan a una gran parte de la sociedad. En 2016, protestaron masivamente contra un proyecto de ley que pretendía suprimir la legislación vigente sobre el derecho al aborto, ya restrictiva de por sí porque sólo permite interrumpir el embarazo en casos de violación, incesto, malformación grave del feto y riesgo para la salud de la madre. Ese año, las manifestantes consiguieron su objetivo. En cambio, el 11 de noviembre de 2017, la sentada pacífica que organizaron en el puente Poniatowski para impedir el paso de los nacionalistas terminó con su evacuación a la fuerza por la policía y su encausamiento ulterior por los tribunales de justicia, bajo la acusación de poner trabas a la libertad de manifestación.

Cada 11 de noviembre, durante la “Marcha de la Independencia”, se repite la misma escena: decenas de hombres vestidos de negro gritan consignas xenófobas, antisemitas y racistas, entreverándolas con groserías sexistas y atropellando a grupos femeninos que llevan pancartas con la inscripción “Mujeres contra el fascismo”.

También se producen alborotos a la salida de los teatros. Después de cada representación de cualquier obra polémica que no se ajuste a los sacrosantos cánones de la “polonidad”, tal como la entiende la extrema derecha, el teatro Powszechny, por ejemplo, debe estar preparado para afrontar una nueva agresión de grupúsculos de ese signo político. Primer teatro en abrir sus puertas al término de la Segunda Guerra Mundial, el Powszechny, junto con el Nuevo Teatro de Krzysztof Warlikowski y otros reputados escenarios del país, ha sido un símbolo de la lucha por la libertad artística, que incomoda a todos los regímenes autoritarios.

A este respecto, recordaremos que quizás no sea una casualidad que el hecho de retirar del repertorio del Teatro Nacional de Varsovia una pieza clásica –Los Antepasados de Adam Mickiewicz– fuese el detonador de la revuelta estudiantil de 1968, uno de los hitos más señalados de la lucha contra la opresión soviética.

Caer y levantarse, este parece ser el destino de la admirable Varsovia que extrae su fogocidad y energía del carácter de sus habitantes.

Ciudad invencible

El hálito de rebeldía y libertad de la ciudad viene de lejos. Podemos preguntarnos si emana de su río, el indómito Vístula, siempre impetuoso y agreste en su vasto valle escarpado que impide el acercamiento entre sus dos orillas. Bordeado de arenales y arbustos, el Vístula imprime su originalidad a Varsovia.

Durante mucho tiempo la ciudad conservó un aspecto campestre, pero empezó a perderlo a partir de 1915, bajo la dominación de los alemanes, que se la arrebataron a los rusos durante la Primera Guerra Mundial. Aunque la sometieron a una dura explotación económica, los varsovianos, movidos por una esperanza acrecentada, dieron pruebas de una determinación inconcebible: se celebraron elecciones municipales, se inauguraron la Escuela Politécnica y la Universidad, la ciudad se preparó para ejercer la función de capital de un Estado soberano, que desempeñaría por fin a partir de 1918, al término del conflicto.

Durante los 20 años escasos que siguieron a la independencia, Varsovia fue escenario de vastas obras de construcción, bajo el poder hegemónico del adulado y controvertido mariscal Pilsudski, de modo que, en 1939, la ciudad ya se asemejaba a las demás capitales europeas. Contaba con un señorial centro urbano y numerosos barrios habitados por familias obreras que representaban la mitad de su población. Desde el centro hacia el norte de la ciudad se extendía un gran barrio judío, rebosante de vida, que ocupaba un tercio de la superficie metropolitana.

Ese mismo año se produjo la invasión nazi y las bombas alemanas comenzaron la destrucción de Varsovia que sería rematada en octubre de 1944, cuando Hitler ordenó su aniquilación como escarmiento por la insurrección general desencadenada por la resistencia polaca en el anterior mes de agosto. Todo el casco urbano de la margen derecha del Vístula quedó prácticamente arrasado y los habitantes supervivientes fueron deportados en masa. Varsovia quedó reducida a un inmenso terreno de escombros, tan descomunal que se llegó a poner en tela de juicio la posibilidad de emprender la titánica tarea de reconstruirla.

Sin embargo, desde enero de 1945 empezaron a regresar a las márgenes del Vístula muchos varsovianos sin hogar y acometieron en pleno invierno la remoción de los escombros helados, principiando así por iniciativa propia la reconstrucción de la ciudad. Poco después, la tarea de reedificar Varsovia llegaría ser una proeza extraordinaria del conjunto de la nación polaca. Por suerte, no todo estaba perdido ya que durante la ocupación nazi las escuelas de arquitectura y las oficinas de profesionales de la construcción habían levantado clandestinamente un inventario de edificios históricos. Por eso, en un contexto entusiástico de unidad nacional fomentado por la propaganda comunista, se logró que renacieran de sus cenizas la Plaza del Mercado, las mansiones urbanas, las murallas, el Palacio Real y los edificios de culto religioso más importantes de la “ciudad invencible”, como se la empezó a llamar entonces. Esto hizo que en 1980 la UNESCO inscribiera el sitio “Centro histórico de Varsovia” en la Lista del Patrimonio Mundial. Cabe señalar además que el Archivo de la Oficina de Reconstrucción de Varsovia, custodiado en los Archivos Estatales de la capital polaca e inscrito en 2011 en el Registro Memoria de la Mundo de la UNESCO, conserva las huellas documentales de este periodo memorable de resurrección de la ciudad.

Ciudad ‘palimpsesto’

Otro capítulo memorable de la historia de Varsovia es la universalmente conocida rebelión de su gueto, que en la primavera de 1943 opuso a los ocupantes nazis una resistencia tenaz y desesperada. Borrado del mapa ese mismo año, el gueto varsoviano había sido creado en 1940 para enclaustrar a la comunidad judía dentro del recinto cercado más grande de toda la Europa ocupada por los nazis. Como el tema del gueto fue tabú durante los decenios del régimen comunista, los propios varsovianos no tenían una idea exacta de su emplazamiento. En ese entonces ya sólo quedaban escasos vestigios de un muro que tuvo varios metros de alto y 18 km de largo, y se rumoreaba que, al parecer, había estado ubicado en algún lugar detrás del Palacio de la Cultura y la Ciencia.

Una nueva Varsovia se había levantado sobre el gueto sepultado, y la memoria de este y de sus cuatrocientos o quinientos mil enclaustrados habría desaparecido, de no haber sido porque uno de ellos, Hersz Wasser, tuvo la suerte de sobrevivir. Asistente del historiador Emanuel Ringelblum, Wasser se consagró fervorosamente con unos 60 amigos, también supervivientes del gueto, a recuperar y reconstituir los archivos de este durante el periodo de la Segunda Guerra Mundial. Entre 1946 y 1950, extrajeron de los escombros documentos cuidadosamente clasificados en cajas metálicas que sumaron unas veinticinco mil páginas en total. Toda esa documentación excepcional, acopiada en la clandestinidad más absoluta, se inscribió en el Registro Memoria de la Mundo de la UNESCO en 1989, al poco tiempo del colapso del régimen comunista.

Emanuel Ringelblum y su equipo tendieron un puente desde la nada hacia el futuro. Desafiando toda clase de tabúes, nos han dejado testimonios sobre organizaciones clandestinas, listas de deportados, crónicas, textos literarios, obras de arte, diarios íntimos, cartas personales, etc. En esos archivos figuran, por ejemplo, las primeras noticias detalladas sobre los campos de exterminio de Chelmno y Treblinka, y gracias a ellos un equipo de investigadores y escritores contemporáneos ha podido reconstituir hasta en sus más mínimos detalles ‒por lo menos, sobre el papel‒ la historia del desaparecido gueto de Varsovia.

Ciudad ‘palimpsesto’ que escribe su historia encima de las páginas de épocas pasadas sin llegar a borrarlas totalmente, Varsovia es un gran mosaico urbano que se reinventa temporal y espacialmente. Edificada con piedra y hormigón, pero sobre todo con el flujo de la energía humana y de las corrientes socioculturales que se cruzan en ella, la capital polaca construye y deconstruye su identidad, forjada por una memoria indómita y un olvido saludable.

Véase: Resurrección de una ciudad, El Correo de la UNESCO, marzo de 1961.

Joanna Lasserre

Arquitecta polaca y titulada por la Escuela Politécnica de Varsovia y la Universidad de Marne-la-Vallée (Francia), Joanna Lasserre participa en actividades de la sociedad civil en Polonia y Francia, que compagina con la realización de proyectos profesionales en los campos de la arquitectura, el urbanismo y la comunicación.