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Gran angular

Derechos individuales y respeto de las culturas

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Declaración Universal de los Derechos Humanos, obra del dibujante y pintor italiano Alessandro Gatto.

¿Cómo conciliar los derechos individuales respetando las lógicas culturales de los diferentes grupos humanos? Para el antropólogo estadounidense Melville J. Herskovits (1895-1963), esta es la principal dificultad a la que se enfrenta la elaboración de una declaración mundial de los derechos humanos, dificultad que analiza en su texto “Declaración sobre los derechos humanos”, que es su respuesta, enviada en 1947, a la encuesta de la UNESCO sobre los fundamentos filosóficos de los derechos humanos. Extractos.

Melville Jean Herskovits

El problema al que se enfrenta la Comisión de derechos humanos de Naciones Unidas, encargada de preparar la Declaración de los derechos humanos, debe ser abordado desde dos puntos de vista. El primero, en virtud del cual se concibe generalmente la Declaración, es el del respeto de la personalidad del individuo como tal y de su derecho al más completo desarrollo como miembro de la sociedad en la que vive. Ahora bien, en un orden mundial, también es importante respetar la cultura de grupos humanos diferentes.

Estos son dos aspectos del mismo problema, ya que es verdad que los grupos están compuestos de individuos y que los seres humanos no funcionan fuera de las sociedades de las que forman parte. Por consiguiente, el problema es formular una Declaración de los derechos humanos que haga más que expresar simplemente el respeto del individuo como tal. También debe tener plenamente en cuenta al individuo como miembro del grupo social al que pertenece, cuyos modos de vida consagrados modelan su comportamiento y cuyo destino está intrínsecamente ligado el suyo propio.

Debido al gran número de sociedades que viven en estrecho contacto en el mundo moderno y a la diversidad de sus modos de vida, la primera tarea que se impone a quienes deseen redactar una Declaración de los derechos humanos es pues, en esencia, resolver el siguiente problema: cómo puede la Declaración propuesta aplicarse a todos los seres humanos y no ser una declaración de derechos concebida exclusivamente  en función de los valores dominantes en los países de Europa occidental y de América […]

Desintegración de los derechos humanos

A lo largo de los últimos cincuenta años, las diversas formas en que el hombre ha resuelto los problemas de subsistencia, de vida social, de regulación política de la vida en comunidad, de armonía con el universo y de satisfacción de sus aspiraciones estéticas han sido ampliamente descritas por los antropólogos que estudiaron a los pueblos que viven en todas las regiones del mundo. Todos los pueblos hacen realidad estas ambiciones, pero no hay dos que lo hagan de la misma forma, y algunos de ellos utilizan medios que difieren a menudo radicalmente unos de otros.

No obstante, nos enfrentamos aquí a un dilema. Debido al contexto social del proceso de aprendizaje, el individuo no puede evitar estar convencido de que su modo de vida es el más recomendable. A la inversa, y a pesar de los cambios endógenos y exógenos a su cultura, que él admite que vale la pena adoptar, también le parece evidente que, en general, los demás modos de vida distintos del suyo, en la medida en que son diferentes, son menos recomendables que aquel al cual está acostumbrado. Por lo tanto, surgen valoraciones que, a su vez, están consagradas por las creencias admitidas.

La medida en que esas valoraciones se traducen en acciones depende de las opciones fundamentales adoptadas por el pensamiento de un pueblo. En general, los pueblos están dispuestos a vivir y dejar vivir y muestran tolerancia para el comportamiento de un grupo diferente del suyo, sobre todo si no están enfrentados por ningún conflicto de subsistencia. En la historia de Europa occidental y de América, en cambio, la expansión económica, el control de los armamentos y una tradición religiosa evangélica tradujeron el reconocimiento de las diferencias culturales en un llamamiento a la acción. Esta tendencia se vio intensificada por sistemas filosóficos que hacen énfasis en los absolutos en materia de valores y fines. Las definiciones de la libertad, los conceptos de la naturaleza de los derechos humanos y otras ideas análogas han estado pues estrictamente delimitadas. Todas las desviaciones han sido condenadas y suprimidas en los lugares en que se han instaurado controles sobre los pueblos no europeos. El núcleo de similitudes existente entre las culturas ha sido ignorado sistemáticamente.

Las consecuencias de la aplicación de este punto de vista han sido desastrosas para la humanidad. Las doctrinas de la “carga del hombre blanco” sirvieron para implementar la explotación económica de millones de personas en todo el mundo y negar su derecho a dirigir sus propios asuntos, cuando  la expansión de Europa y de América no significó literalmente el exterminio de poblaciones enteras. Racionalizada mediante la atribución a estos pueblos de una inferioridad cultural o por conceptos relativos al retraso del desarrollo de su “mentalidad primitiva”, que justificaban que estuvieran bajo la tutela de sus superiores, la historia de la expansión del mundo occidental se ha caracterizado por la desmoralización de la personalidad humana y la desintegración de los derechos humanos entre los pueblos sobre los cuales se ha establecido la hegemonía. […]

Una declaración de alcance mundial

El problema planteado por la elaboración de una declaración de los derechos humanos era relativamente simple en el siglo XVIII, ya que no se trataba de un asunto de derechos humanos, sino de derechos de las personas en el marco de las opciones adoptadas por una única sociedad. Aun así, algunos documentos tan nobles como la Declaración de Independencia de Estados Unidos o las diez primeras enmiendas a la Constitución de ese país pudieron ser redactados por hombres que a su vez eran propietarios de esclavos, en un país donde la esclavitud generalizada formaba parte del orden social establecido. El carácter revolucionario de la divisa “Libertad, igualdad, fraternidad” se dejó sentir más que nunca en las luchas que se libraron para ponerla en práctica extendiéndola a las colonias esclavistas francesas.

En la actualidad, el problema es complicado porque la declaración debe ser aplicable en todo el mundo. Debe abarcar y reconocer la validez de muchos modos de vida diferentes. La declaración no convencerá al indonesio, al africano, al indio, al chino, si se mantiene en el mismo plano que los documentos análogos de una época anterior. Los derechos humanos en el siglo XX no pueden estar circunscritos por las normas de una sola cultura, cualquiera que sea, o dictadas por las aspiraciones de un único pueblo, cualquiera que sea. Un documento de este tipo impediría, en lugar de favorecer, la realización de la personalidad de un gran número de seres humanos.

A estas personas, que viven según valores que no son tenidos en cuenta por una declaración limitada, se les negará la libertad de participar plenamente en el único modo de vida correcto y adecuado que conocen, en las instituciones, en las opciones y en las metas que constituyen la cultura de su sociedad particular.

Aun cuando existan sistemas políticos que nieguen a los ciudadanos el derecho a participar en su gobierno o que busquen conquistar a pueblos más débiles, es posible recurrir a los valores culturales subyacentes para lograr que los pueblos de esos Estados tomen conciencia de las consecuencias de los actos de sus gobernantes y frenar así la discriminación y la conquista, ya que el sistema político de un pueblo no es más que una pequeña parte de la totalidad de su cultura.

Las normas mundiales de libertad y justicia, basadas en el principio de que el ser humano es libre solo cuando vive según la definición de libertad que da su sociedad, que sus derechos son los que él reconoce como miembro de esa sociedad, deben ser consideradas fundamentales. A la inversa, un verdadero orden mundial puede ser concebido solo en la medida en que permita la libre actuación de la personalidad de los miembros de sus unidades sociales constitutivas y se apoye en el enriquecimiento que le proporcione la interacción de las diversas personalidades.

La buena acogida mundial que tuvo la Carta del Atlántico, antes de que se anunciaran las restricciones a su aplicabilidad, es la prueba fáctica de que la libertad es comprendida y buscada  por los pueblos de las más diversas culturas. Recién después de haber incorporado en la declaración propuesta una aseveración sobre el derecho de las personas a vivir según sus propias tradiciones, podrá sentarse sobre la base firme del conocimiento científico del hombre la siguiente etapa, que consiste en definir los derechos y las obligaciones de los grupos humanos entre sí.

 

Foto: Alessandro Gatto

Melville J. Herskovits

Reconocido por sus investigaciones humanistas y relativistas sobre la noción de cultura, el antropólogo estadounidense Melville J. Herskovits (1895-1963) ha realizado estudios pioneros sobre los afroamericanos. Especialista en cuestiones culturales y sociales relativas a los afroamericanos, enseñó en las universidades de Columbia y Howard, y luego en Northwestern, Chicago, donde fue titular de la primera cátedra de estudios africanos en los Estados Unidos (1951).