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Gran angular

Limitar ciertos derechos científicos

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La explosión de la bomba atómica en Hiroshima, Japón, el 6 de agosto de 1945, quedó registrada a las 8h15 en este reloj encontrado en las ruinas. Foto de Yuichiro Sasaki.

“Es evidente que los recientes progresos casi han completado un ciclo en el cual la ciencia está llamada a ser uno de los factores más importantes de la esclavización de la humanidad”, afirma William A. Noyes (1898-1980), en su respuesta a la encuesta de la UNESCO sobre los fundamentos filosóficos de los derechos humanos, que envió desde Rochester (Estados Unidos) el 23 de abril de 1947. Dos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, el químico estadounidense se pregunta sobre la noción de “progreso” y sobre los derechos científicos, en su texto que se titulaba “La ciencia y los derechos del hombre”.

William Albert Noyes, Jr.

Si el descubrimiento de la pólvora en la Europa Occidental influyó tan decisivamente en la desaparición del sistema feudal, y si la Revolución Francesa, que culminó en las guerras napoleónicas, mostró la manera de hacer intervenir a la ciencia en la guerra, que desde entonces afectaría a poblaciones enteras, es evidente que los recientes progresos casi han completado un ciclo en el cual la ciencia está llamada a ser uno de los factores más importantes de la esclavización de la humanidad. Debido a la importancia de la ciencia en la guerra, el investigador científico no puede ya considerarse como individuo libre e independiente, sino que, quiéralo o no, está ligado al destino militar de las diversas naciones. Por ello los derechos del hombre y los derechos del hombre de ciencia han quedado indisolublemente trabados. La lucha del hombre de ciencia por mantener su libertad de acción tiene gran importancia en la lucha de la humanidad por el progreso y la felicidad. 

Los modernos medios de transporte han originado una interrelación, antes inexistente, entre las diversas naciones del mundo. Ya no es posible ver con desinterés las enfermedades que atribulan a los pueblos más remotos del planeta. La misma razón que hace de los centros de miseria y desórdenes sociales fuentes potenciales de disturbios dentro de una nación, hace de estos mismos fenómenos, por muy lejano que sea el rincón del mundo en que ocurran, una amenaza para aquellas porciones de la humanidad que gozan ahora de un alto nivel de vida. Hasta puede suceder que el derroche que una nación haga de sus recursos naturales afecte tan vitalmente a otras naciones que la paz del mundo entero quede amenazada por ese derroche. Apenas, hemos comenzado la tarea de conservar nuestros recursos naturales para el bien de la nación. Y todavía nos falta mucho para llegar a considerarlos como fondos que hay que guardar para el bien del mundo. La amenaza que esto significa para ciertos derechos del hombre que hasta ahora se han considerado fundamentales en una sociedad constituida por individualistas es tan obvia que no necesita comentario. 

Lo que hasta aquí llevamos dicho nos presenta a la humanidad en general y al hombre de ciencia en particular ante un dilema ineludible.

El conflicto entre las aspiraciones nacionalistas y la necesidad de una actitud más generosa no puede resolverse en unos cuantos meses ni en unos cuantos años. Es, sin embargo, evidente que ciertos derechos del hombre de ciencia, y por consiguiente ciertos derechos del hombre, deberán forzosamente quedar limitados para el bien común. El problema de veras importante es si esta limitación originará tal mengua de la felicidad y tal incursión en el mundo privado que la vida deje de tener sentido. La libertad de viajar, de difundir noticias y hasta de dedicarse a ciertas formas de vida estará tan entrelazada con la esfera política que habrá que proceder con el mayor tacto al preparar un plan para el futuro. 

Deberían fomentarse las diferencias

El primer deber del hombre de ciencia es ocuparse de que queden eliminados esos puntos negros del mundo en los que la miseria y las enfermedades son cosas comunes. Este deber requiere necesariamente una educación científica universal mayor que la del momento presente, y además la imposición de ciertas leyes que limiten la libertad de acción personal en los asuntos relacionados con la salud y con el empleo de los recursos naturales. Aunque difícil, es posible llevar adelante estas medidas sin invadir los principales derechos del hombre tal como se les entiende en los países ilustrados de la Europa Occidental y del hemisferio occidental.

Pero es inevitable que el progreso material choque con ciertos prejuicios muy arraigados - en parte debidos a la religión - de grandes porciones de la población del mundo. Los aspectos sociales y políticos de lo que comúnmente llamamos “progreso” son tan vastos que es difícil establecer por ahora grandes generalizaciones acerca del futuro. Siempre habrá en el mundo diferencias ideológicas de carácter religioso y político. Estas diferencias deberían fomentarse, ya que cada cultura puede contribuir con su grano de arena a la felicidad de los hombres. El problema está en si se puede evitar que esas diferencias den lugar a la guerra, porque la guerra es el principal instrumento de destrucción de los derechos del hombre.

Se supone que la educación científica hace que el hombre tome ante las cosas una actitud objetiva, que le permite juzgarlas según el peso de cada una y sin dejarse llevar de prejuicios. Pero no siempre tienen los hombres de ciencia esta actitud objetiva en sus discusiones sobre asuntos políticos, por más que la mentalidad científica debiera adaptarse a los problemas sociales. Tal vez la mayor contribución del hombre de ciencia a la conservación de los derechos del hombre consista en educar al mundo para una libre discusión de todos los asuntos sin que intervengan animosidades personales. Este ideal no puede lograrse de la noche a la mañana. La intolerancia que en el verdadero investigador suscitan los errores de hecho y los errores de lógica debe atenuarse por medio de una verdadera comprensión de los diversos postulados básicos de la esfera social. Es difícil lograr la verdad definitiva en las ciencias físicas; quizá no pueda lograrse nunca en la ciencia de las relaciones humanas. 

De importancia vital para el futuro del mundo es que se repriman las grandes animosidades y los odios. Para conseguir esto no bastan los estudios sociales y psicológicos. Hacen falta una buena alimentación y un ambiente apropiado para que las personas aprendan a separar sus propios sentimientos de los problemas inmediatos. El objetivo directo del político debe ser evitar la guerra a toda costa; el objetivo del hombre de ciencia debe ser ocuparse de que todas las capas de la sociedad de todas las naciones queden liberadas de la angustia económica. Si se hace esto, y si hay un período lo bastante grande de paz, se podrán elaborar gradualmente los derechos del hombre, y así se desarrollará un código moral que adapte al género humano a un mundo científico. Los derechos del hombre deben volver a definirse; pero confiamos en la posibilidad de redefinidos de tal manera que se conserven los elementos esenciales para la felicidad humana.

 

Descubra también otros dos artículos que W.A. Noyes publicó en El Correo en febrero de 1959: 

¿Tenemos derecho a usar nuestro suelo hasta el agotamiento?

¿La ciencia puede modificar la herencia?

William Albert Noyes, Jr.

Eminente fotoquímico estadounidense, William Albert Noyes, Jr. fue un profesor universitario con intereses eclécticos, incluida la política. Sus trabajos pioneros han sido objeto de más de 200 publicaciones, entre los que podemos citar un texto clásico, coescrito con Philip Leighton, The Photochemistry of Gases (La fotoquímica de los gases, 1941). Hijo de reputado químico, la carrera científica de Noyes le llevó a trabajar con el gobierno estadounidense, la Sociedad estadounidense de química, diferentes universidades y laboratorios industriales. Durante y después de la Segunda Guerra Mundial, fue muy activo en el Consejo Internacional para la Ciencia y también colaboró con la UNESCO.