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Gran angular

Una mirada contemporánea de setenta años de antigüedad

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Detalle de la instalación Camuflaje realizada en 2016 en las ventanas de una central eléctrica abandonada en Rijeka, Croacia, por el artista español Pejac.

En 1947 y 1948, la UNESCO realiza una encuesta mundial entre un grupo heterogéneo de intelectuales, dirigentes políticos, teólogos, activistas sociales y otras personalidades, a fin de recoger sus opiniones sobre los fundamentos filosóficos de los derechos humanos. Una encuesta desconocida por el público en general, que hoy resulta de sorprendente actualidad.

Mark Goodale

El sistema internacional creado después de la Segunda Guerra Mundial tardó en establecerse. En el plano institucional, debían crearse organismos, construirse sedes, proveerse puestos de dirección. Las dificultades relacionadas con este aspecto “práctico” del nuevo orden de la posguerra no deben ser subestimadas. La sede de la UNESCO, por ejemplo, durante sus primeros doce años de existencia, estaba situada en las instalaciones del Hotel Majestic, en el 16º distrito de París. Las habitaciones y los cuartos de baño del hotel se utilizaban como oficinas y los armarios y las bañeras, para archivar los documentos.

En el plano político, las dificultades eran aún mayores. Si bien es cierto que las relaciones que los diversos organismos internacionales debían establecer entre sí figuraban, a grandes rasgos, en sus cartas y actas constitutivas, en la práctica sus relaciones eran, en el mejor de los casos, ambiguas en esos primeros años.

Para comprender la historia del sistema internacional de ese período, es importante no interpretarla desde la perspectiva de acontecimientos muy posteriores. Debe examinarse con lo que yo denomino una “mirada de época” que nos permita apreciar hasta qué punto el contexto en el que las Naciones Unidas (incluida la UNESCO) se establecían estaba cambiando, antes de continuar evolucionando bajo un firmamento más o menos inestable en las décadas siguientes.

Este tipo de mirada tiene especial relevancia cuando se trata de los derechos humanos. En 1945, la comunidad internacional embrionaria se enfrentaba a dos problemas. El primero era organizarse en un mundo devastado por una guerra mundial y vaciado en el molde del colonialismo. ¿Seguiría prevaleciendo la Realpolitik, concediendo un lugar prominente a la soberanía y a los intereses nacionales, o se crearía un nuevo modelo igualitario, que redistribuiría el poder según nuevos ejes políticos y geográficos? La creación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas fue la respuesta a esta primera pregunta. No solo el sistema internacional concedería un papel fundamental al Estado-nación, sino que reflejaría y legitimaría el hecho de que algunos países son más poderosos que otros.

La segunda pregunta, relacionada con la primera, era más compleja: vistas las atrocidades que habían caracterizado el reciente conflicto mundial –atrocidades padecidas sólo dos décadas después de la masacre y la destrucción sin precedentes de la Primera Guerra Mundial– la comunidad internacional tenía necesidad de formular un enunciado moral que expresara adecuadamente su indignación colectiva y su esperanza (por utópico que fuese) de un futuro mejor. ¿Cuál debería ser el alcance de ese enunciado? La respuesta, o el principio de la respuesta, a esta pregunta fue incorporada en la Carta de las Naciones Unidas de 1945, que, ante los estragos del genocidio y del imperialismo militarista, no obstante “reafirmaba la fe [de los pueblos de las Naciones Unidas] en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana”.

En cuanto a las formas que estos “derechos fundamentales del hombre” adoptarían más concretamente, no había una definición precisa. Tal como lo sugiere la respuesta a la primera pregunta, los miembros poderosos instalados en el corazón del nuevo sistema de las Naciones Unidas se mostraban reacios a crear una estructura que pudiera representar una amenaza –por abstracta que fuese– para sus prerrogativas políticas y jurídicas. Sin embargo, lo que el presidente de Estados Unidos Harry Truman denominó una “declaración internacional de los derechos y libertades” había recibido suficiente apoyo para que el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas creara en 1946 una Comisión internacional de Derechos Humanos (CDH), compuesta por dieciocho miembros y presidida por Eleanor Roosevelt.

No obstante, se mantenía abierto el proceso a través del cual la CDH debía elaborar una declaración de los derechos humanos. Más precisamente, nadie sabía con exactitud, en 1946, cómo la Comisión establecería los principios morales, religiosos y filosóficos en los cuales debería basarse una declaración de este tipo. Estos principios deberían ser universales y no privilegiar ninguna tradición nacional, religiosa o cultural. Pero, ¿adónde se iban a encontrar estos principios?

Un proceso sin precedentes 

Es en ese momento que la UNESCO entra audazmente en escena. Recordemos que su primer director general, el controvertido y carismático Julian Huxley, es el autor de un texto programático de sesenta páginas, “La UNESCO, sus propósitos y su filosofía”, que defiende la idea de que un organismo internacional especializado es indispensable para ayudar al mundo a superar sus múltiples divisiones.

Julian Huxley estima que esto podrá hacerse solo si se elabora una “filosofía mundial” gracias al conocimiento de las culturas, a la educación y a la colaboración científica. Para el director general, la UNESCO debe ser esa institución internacional singular encargada de supervisar la aparición de lo que él describe como “una cultura mundial única, que posee su propia filosofía y un trasfondo de ideas”.

No es sorprendente, en esas condiciones, que la primera Conferencia General de la UNESCO, en París, se llevara a cabo con este espíritu de activismo visionario para la nueva organización. La UNESCO elige a Julian Huxley como director y establece varias prioridades importantes para el año siguiente. Una de esas prioridades encarga a la secretaría que determine “los principios en los que podría basarse una declaración moderna de los derechos humanos” [Actas de la Conferencia General, primer período de sesiones, 1946]. Este es precisamente el mandato que Julian Huxley necesita. Desde su punto de vista, una intervención decisiva en materia de derechos humanos colocaría rápidamente a la UNESCO como la punta de lanza de las Naciones Unidas, la piedra angular del sistema internacional de la posguerra, con un papel singular de custodio de lo que él denomina una cultura mundial “unificada y unificadora”.

La unidad administrativa encargada de cumplir este mandato en el seno de la UNESCO es la Subsección de filosofía de lo que entonces es la Subcomisión de ciencias sociales, filosofía y humanidades. Esta unidad está dirigida por Jacques Havet, que acaba de publicar, en 1946, una obra sobre Kant que tuvo muy buena acogida (Kant y el problema del tiempo). El joven filósofo francés desempeñará en lo sucesivo un papel central en el primero proyecto de la UNESCO relativo a los derechos humanos. Recordemos de paso que el alcance de su influencia ha sido reconocido sólo recientemente.

Trabajando en un ambiente de urgencia (por temor a que las actividades de la UNESCO en materia de derechos humanos quedarán ensombrecidas por los trabajos mucho más mediáticos de la CDH presidida por Roosevelt), Julian Huxley y Jacques Havet emprenden sin demora la tarea de diseñar un procedimiento. Tras varios comienzos fallidos, adoptan una solución inédita: realizar una encuesta mundial entre un grupo heterogéneo de intelectuales, dirigentes políticos, teólogos, activistas sociales y otras personalidades a fin de establecer los principios filosóficos de los derechos humanos.

Con este fin, elaboran dos documentos: un aide-mémoire (memorando), que contiene una breve historia de las declaraciones nacionales sobre los derechos humanos y expone los puntos importantes relacionados con la elaboración de una declaración internacional; y una lista de derechos humanos específicos y de libertades que se invita a los participantes a tener en cuenta en sus respuestas.

En marzo y abril de 1947, esos documentos son enviados a una lista impresionante de instituciones sociales, organismos públicos y personalidades. Probablemente entre 150 y 170. La lista de las personas que responderán efectivamente al cuestionario (alrededor de sesenta) es considerablemente menos extensa que lo que dirán los informes tanto en ese momento como décadas después. Sin embargo, la encuesta de la UNESCO sobre los derechos humanos logra abarcar un espectro de opiniones sobre el tema indiscutiblemente más amplio y más diverso que el presentado por la CDH de las Naciones Unidas.

El veredicto

Bajo la supervisión de Jacques Havet, la UNESCO convoca en París, a finales del mes de junio de 1947, a un comité de expertos para evaluar las respuestas y preparar un informe que sería enviado a la CDH para que esta Comisión pueda utilizar las conclusiones de la UNESCO como base para la futura declaración de los derechos humanos.

El comité de expertos – E. H. Carr (presidente), Richard McKeown (relator), Pierre Auger, Georges Friedmann, Étienne Gilson, Harold Laski, Luc Somerhausen y Lo Chung-Shu – estudia las respuestas al cuestionario y envía sus conclusiones a la CDH en agosto de 1947. Al mismo tiempo, examina la posibilidad de publicar algunas de las respuestas recibidas, que constituirán la base del volumen publicado en 1949 con el título Autour de la nouvelle Déclaration universelle des droits de l’homme (En torno a la nueva Declaración universal de derechos humanos).

Sin embargo, durante buena parte del año 1947 reina mucha confusión: ¿Qué organismo exactamente debería encargarse de redactar la declaración de los derechos humanos? Julian Huxley y Jacques Havet dieron a entender que la UNESCO realizaba esta encuesta ya sea como institución piloto o, al menos, en estrecha colaboración con la CDH. Sin embargo, cuando el informe de la UNESCO fue examinado finalmente por la CDH en Ginebra, a puerta cerrada, en diciembre de 1947, es acogido con desconcierto, incluso irritación. Al parecer, la mayoría de los miembros de la Comisión no está al corriente de la encuesta de la UNESCO. Finalmente, tras una votación de ocho votos contra cuatro (y una abstención), la CDH decide no divulgar el informe de la UNESCO entre sus Estados miembros ni incorporarlo al proceso de elaboración que dará lugar finalmente a la Declaración universal de derechos humanos.  

Lecciones para el futuro

A pesar de que el cuestionario de la UNESCO sobre los derechos humanos de 1947-1948 no cumple la función a la que estaba destinado originalmente, sigue siendo de sorprendente actualidad. Las respuestas brindan una perspectiva única sobre la diversidad de ideas relativas a las cuestiones fundamentales planteadas por la dignidad humana, la sociedad, los derechos y las obligaciones, entre muchas otras cosas, durante el período anterior a que la Declaración universal de derechos humanos codificara un sentido mucho más restringido de los derechos humanos.

Tal como lo demuestran los trabajos realizados recientemente sobre la encuesta de la UNESCO, la posibilidad de remontar el curso de la historia de los derechos humanos hasta esa época de transición de la posguerra nos ha dado acceso a un tesoro inesperado de ideas, en un momento en que los derechos humanos están más amenazados que nunca.

Mientras que estudiosos, funcionarios internacionales y activistas luchan por reivindicar la legitimidad de los derechos humanos frente a los actuales desafíos que representan el resurgimiento del nacionalismo, el debilitamiento de la Unión Europea y las desigualdades mundiales, la encuesta de la UNESCO sobre los derechos humanos resulta ser un recurso extraordinario, aunque inesperado, de nuevas perspectivas y, al menos potencialmente, de nuevas soluciones.

 

Sobre la encuesta de la UNESCO sobre los principios filosóficos de los derechos humanos, lea también el artículo de Jacques Havet, publicado en El Correo de la UNESCO de agosto de 1948: “Un volumen sobre los derechos humanos”.

Foto: Pejak 

Mark Goodale

Profesor de antropología cultural y social y director del Laboratorio de antropología cultural y social (LACS) de la Universidad de Lausana (Suiza), el estadounidense Mark Goodale es el editor de la serie Stanford Studies in Human Rights y el autor de más de diez publicaciones, entre ellas Letters to the Contrary: A Curated History of the UNESCO Human Rights Survey (Cartas a los contrarios: una historia razonada del estudio de la UNESCO sobre los derechos humanos, Stanford, 2018). En este libro, el autor analiza un gran número de documentos descubiertos recientemente en relación con las actividades de la UNESCO en materia de derechos humanos durante los dos primeros años de existencia de la organización. Esta publicación amplía y revisa pues la historia general de los derechos humanos.