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Ideas

El Correo de la UNESCO a los 70 años: una lectura inspiradora

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« Fallacies of racism exposed. UNESCO publishes declaration by world’s scientists »

Desde 1948, año en que se empezó a publicar, la revista emblemática de la UNESCO tuvo una importante resonancia y pronto sedujo a lectores de todo el mundo, debido a la diversidad de sus temas, tratados por eminentes especialistas. La lucha contra el racismo es una de las prioridades de la UNESCO desde su fundación y El Correo siempre fue un potente portavoz de los debates sobre los prejuicios raciales que discriminan al Otro y persisten en nuestros días.

Alan Tormaid Campbell

Fundada en noviembre de 1945, cuando estaba aún en carne viva el recuerdo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial finalizada tres meses antes, la UNESCO inscribió en su Constitución esta máxima alentadora que iba a inspirar obstinadamente toda su acción: “[…] puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”. En 1978, el universitario e investigador británico Richard Hoggart, que fue Subdirector General de la UNESCO entre 1971 y 1975, publicó la obra titulada An Idea and Its Servants: UNESCO from Within (Al servicio de una idea – La UNESCO por dentro), en la que decía: “Las declaraciones formuladas en la Constitución de la UNESCO llevaban la impronta de su época y reflejaban la voluntad de los Estados de promover la libre investigación de la verdad objetiva y el libre intercambio de ideas y conocimientos. El mundo acababa de salir de un conflicto terrible y prolongado... Existía un afán prácticamente irresistible […] de lograr un entendimiento recíproco entre los pueblos, mejorando la educación e intensificando los intercambios culturales y científicos de toda clase. También se anhelaba la defensa apasionada de la verdad, la justicia, la paz y la importancia del ser humano”. La UNESCO se propuso alcanzar esas aspiraciones apuntando muy alto.

Desde su fundación, la Organización contó con un boletín informativo oficial, pero fue en 1948 cuando decidió crear la revista mensual El Correo de la UNESCO, destinada a informar al público sobre sus ideales y actividades.

Al principio, El Correo se publicó solamente en español, francés e inglés, pero con los años sus ediciones en otros idiomas aumentaron hasta alcanzar la cifra de 35 en 1988. Además, cuatro versiones lingüísticas de la revista se editaban también en braille.

En 1949 la tirada de El Correo se cifraba en 40.000 ejemplares y a principios del decenio de 1980 alcanzó el medio millón. Se estimó que por término medio cada ejemplar era leído por más de cuatro personas, lo que en total arrojaba una cifra superior a los dos millones de lectores. Éstos podían suscribirse a la revista, comprarla en su librería o quiosco de prensa habituales, o leerla en bibliotecas.

En los Estados Unidos y el Reino Unido la revista nunca llegó a difundirse mucho, pero resulta sorprendente el gran número de personas –en particular, quincuagenarias– que la conocen en el resto del mundo. Si ustedes les mencionan El Correo, obtendrán respuestas como “¡Claro que me acuerdo de él! En casa lo recibíamos”… o “Fue en esa revista donde oí hablar de antropología por primera vez en mi vida”. Yo mismo he tenido la ocasión de escuchar este tipo de declaraciones de la boca de personas que viven en países tan distantes entre sí como Brasil, Ghana, Indonesia, India, Jamaica o Pakistán.

Ensanchar las perspectivas

El fundador de El Correo, Sandy Koffler, fue una persona excepcional que quería hacer de la revista “una ventana abierta al mundo [para] ensanchar las perspectivas” de sus lectores.

Ciudadano estadounidense titulado por el City College de Nueva York, Sandy Koffler cursaba estudios en la Sorbona parisiense cuando el estallido de la Segunda Guerra Mundial interrumpió bruscamente su carrera universitaria. Reclutado por el Servicio de Guerra Psicológica del ejército norteamericano, participó en noviembre de 1942 en el desembarco de los Aliados en las colonias francesas del norte de África (“Operación Antorcha”) que estaban en manos del régimen colaboracionista de Vichy. Allí trabajó como periodista radiofónico en Rabat (Marruecos) y Argel (Argelia), antes de ser nombrado corresponsal de la emisora La Voz de América durante toda la campaña de Italia (1944-1945).

Cada vez que se liberaba una ciudad italiana, Sandy Koffler creaba en ella un periódico con el nombre de Il Corriere (El Correo). Por eso, no es sorprendente que cuando ingresó en la UNESCO al terminar la guerra creara una revista con ese mismo nombre. Koffler fue un hombre de asombroso espíritu creativo, apasionado por la prensa y animado por un firme ideal ético.

El Correo estaba destinado a un público “instruido “, y más concretamente a los docentes y alumnos del sistema educativo. De ahí que su mayor número de lectores lo conquistara en las escuelas primarias y secundarias, así como en las universidades.

Koffler decidió que la revista trataría principalmente los siguientes temas: repercusiones de la ciencia en la vida humana, cuestiones raciales, arte y cultura, derechos humanos, historia y arqueología, diferencias culturales y conflictos entre los pueblos.

La variedad de la temática del Correo era impresionante. Sus lectores podían informarse en un mismo número sobre los riesgos que corrían los maravillosos templos del Partenón (Grecia), de Sri Ranganathaswamy (India) o de Borobudur (Indonesia). Recorriendo sus páginas, también podían contemplar admirados la obra del pintor renacentista florentino Masaccio, junto con el arte pictórico de los aborígenes de Australia. Otros números presentaron a personajes literarios y científicos universales como Chejov, Rabindranath Tagore, o Einstein con motivo de su septuagésimo cumpleaños.

Además, la revista publicaba numerosos artículos dedicados a la conservación de la naturaleza y la ecología, y más concretamente a la oceanografía y la biología marina. Así, El Correo fue un precursor de las “ideas verdes”.

La redacción de los textos de la revista y la estética de su presentación eran de muy buena factura. En 1954 se modificó su formato para incluir fotos e ilustraciones a color, haciendo que fuese un modelo de calidad para su época.

El criterio de excelencia establecido por Koffler se cumplió a lo largo de los años e hizo que la lista de colaboradores de El Correo fuera una verdadera antología de la cultura del siglo XX: Jorge Amado, Isaac Asimov, Jorge Luis Borges, Anthony Burgess, Aimé Césaire y Arthur C. Clarke –por no citar más que los primeros nombres de la lista por orden alfabético– son algunas de las plumas que dieron fama a la revista. El Correo cubrió también importantes eventos de las Naciones Unidas y la UNESCO, consagrando por ejemplo uno de sus números a la Declaración Universal de Derechos Humanos, adoptada en París en 1948. 

The UNESCO Courier, March 1967.
El Correo de la UNESCO, marzo de 1967.
© UNESCO

Una prioridad: la lucha contra el racismo

La lucha contra el racismo ha sido una de las máximas prioridades de la UNESCO desde su fundación. La campaña abierta llevada a cabo por la Organización contra el régimen del apartheid sudafricano fue objeto –no sin razón– de algunas críticas, por considerarse que se centraba en un solo país y pasaba por alto otros atentados contra los derechos humanos en otras partes del mundo. En efecto, si se coteja la lista de naciones signatarias de la Declaración Universal de Derechos Humanos y la situación existente en algunas de ellas en materia de represión política, censura, maltrato de las minorías, discriminación persistente de la mujer etc., cabría preguntarse cómo fue posible tanto cinismo.

La UNESCO inició la campaña contra el apartheid cuando aún preponderaban el colonialismo francés y el británico, cuando imperaban en el sur de los Estados Unidos las leyes Jim Crow y se reforzaba el segregacionismo, y cuando seguía prosperando en la India el sistema de división de la sociedad en castas.

El primer artículo de El Correo que abordó directamente la problemática del racismo se publicó 1949 con el título “La cuestión racial y el mundo democrático”. Su autor fue el psicólogo y antropólogo brasileño Arthur Ramos, que encabezaba entonces el Departamento de Ciencias Sociales de la UNESCO. Combatiente contra el racismo durante toda su vida, Ramos había sido encarcelado en dos ocasiones por la policía política del dictador Getúlio Vargas.

El punto de vista de Ramos era el siguiente: “En los debates sobre la reorganización del mundo de la postguerra se debe otorgar un papel importante a la antropología. Y sin embargo, ninguna otra ciencia ha visto nunca tan falseadas sus finalidades. En nombre suyo, pueblos enteros se han lanzado a la lucha, a defender un falso ideal de supremacía racial o étnica. Es de todo punto natural, por consiguiente, que la antropología, restituida a su justo lugar y despojada de los mitos con los que se ha intentado encubrirla, aporte al mundo su mensaje científico”.

Poco después, la UNESCO publicó su primera Declaración sobre la Raza. El número de julio-agosto de 1950 de El Correo la reprodujo in extenso, presentando sus conclusiones con un gran titular en primera plana: “Las falacias del racismo”. Además, el antropólogo argentino de origen suizo Alfred Métraux publicó en ese mismo número un importante artículo titulado “Raza y civilización”.

Incorporado a la UNESCO en 1947 y nombrado jefe de la División para el Estudio de los Problemas Raciales en 1950, Métraux fue el coordinador principal de los equipos que redactaron la primera declaración en 1950 y su versión revisada en 1951. Le unía una estrecha amistad con Koffler y apoyó siempre con entusiasmo El Correo, para el que escribió más de 20 artículos desde la aparición de la revista hasta su muerte, ocurrida en 1963. 

The UNESCO Courier, November 1971.
El Correo de la UNESCO, noviembre de 1971.
© UNESCO

Cuestionar prejuicios arraigados

Si se examinan bajo un prisma contemporáneo, se puede comprobar que las sucesivas declaraciones de la UNESCO sobre la raza adolecían de una ingenuidad evidente en algunas de sus argumentaciones. En primer lugar, depositaban una confianza exagerada en el poder de la “ciencia” al considerar, por ejemplo, que las conclusiones de la antropología eran irrefutables dado el carácter “científico” de esta disciplina. En segundo lugar, algunos de los ejemplos escogidos eran discutibles, por ejemplo en la página 8 de ese mismo número de julio-agosto de 1950, El Correo ilustraba la primera Declaración de la UNESCO sobre la Raza con una fotografía cuya leyenda se refería a “la buena armonía racial en Nueva Zelandia”. ¿Acaso se pidió entonces a los maoríes su opinión sobre esa presunta armonía?

Con respecto a los Estados Unidos, en el artículo ya mencionado del número de noviembre de 1949 Arthur Ramos decía: “Análogamente, en los Estados Unidos, la política de protección de los indios, después de tantos años de vanas tentativas, parece haber encontrado una orientación más humana y más científica. No sólo la protección de las reservas, sino también el respeto de sus características culturales, materiales o inmateriales […]”. No cabe duda de que, hoy en día, muy pocos amerindios apreciarían que se hablara de la manera “humana” y “científica” en que han sido tratados, o del “respeto” a su cultura.

En ese mismo artículo, Ramos elogiaba la labor del Servicio de Protección de los Indios de Brasil, diciendo que había obtenido “resultados de lo más alentadores”. Sin embargo, los cintas largas, los yanomami y muchos otros pueblos amazónicos iban a ser después víctimas de atrocidades y actualmente siguen sufriendo discriminaciones.

En el número de agosto-septiembre de 1952, un artículo titulado “Informe sobre las relaciones sociales en Brasil” se hacía eco de un importante estudio sobre las razas en ese país. Todos los especialistas partían de una idea muy extendida por entonces: la de que Brasil era la viva imagen de la armonía entre las razas. Todos… excepto uno de los redactores de la Declaración de la UNESCO sobre la Raza, el brasileño Luiz de Aguiar Costa Pinto que en ese mismo número de El Correo se expresaba así: “[…] la integración armoniosa considerada como característica de las relaciones interraciales en el país no corresponde a la realidad que se desprende las investigaciones sociológicas realizadas. […] Tantas veces –y desde hace tanto tiempo– se viene repitiendo que el prejuicio racial no existe en el Brasil, que esta afirmación, después de dar la vuelta al mundo, se ha convertido en motivo de orgullo nacional. Tras dicho dogma se disimulan no obstante ciertos sentimientos de rencor y un malestar evidente”.

El vigor y el dinamismo constantes de los debates de ideas en El Correo contribuyeron siempre a quebrantar y cuestionar las inevitables actitudes complacientes y los prejuicios.

El mayor logro de las cuatro declaraciones de la UNESCO sobre la cuestión racial fue coadyuvar al paulatino abandono de toda definición “científica” o “biológica” de la noción de raza, desmantelando cualquier justificación pretendidamente basada en la ciencia y proclamando que la “raza” es solamente un peligroso mito social y en modo alguno un hecho natural o biológico.

Hoy en día –casi 70 años después de la primera declaración de la UNESCO sobre esta cuestión– no podemos contemplar el mundo actual sin sentir una gran desazón. Escuchemos a este respecto las palabras impregnadas de esperanza y generosidad intrínseca de Alfred Métraux en su artículo ya mencionado: “[…] la barbarie de nuestro tiempo es más feroz y absurda que la reinante en los supuestos tiempos del oscurantismo. El racismo adquiere un carácter más inhumano e implacable que la persecución por motivos religiosos o políticos, ya que estos siempre dejaban –por mínima que fuera– una esperanza de salvación personal, mientras que aquél no permite ninguna. El prejuicio racial es el mito más estúpido y menos poético que haya nunca concebido la imaginación del hombre. Su desarrollo en pleno siglo XX habrá de ser considerado por la humanidad del futuro, si sobrevive a la gran revolución de nuestra época, como uno de los episodios más vergonzosos de su larga historia.”.

Los artículos de El Correo sobre la cuestión racial formaron parte de una iniciativa de la UNESCO, valiente y sin concesiones, contra el racismo. Salvo en cuestiones de detalle, sus argumentos son tan válidos hoy como ayer. Precisamente, la probidad de su argumentación es uno de los puntos fuertes de la revista, que nunca se ha dejado condicionar ni por un academismo de miras estrechas ni por actitudes corporativistas. Los estimulantes ideales educativos y culturales difundidos por El Correo son parte integrante de una sólida visión ética de lo que puede ser la sociedad humana. 

Con este artículo El Correo de la UNESCO se asocia a la celebración del Día Internacional para la eliminación de la discriminación racial (21 de marzo).

Alan Tormaid Campbell

Alan Tormaid Campbell (Reino Unido) fue durante mucho tiempo profesor de antropología social en la Universidad de Edimburgo (Escocia). Desde 1974, se dedica al estudio del pueblo indígena wayapí, asentado en el bosque amazónico del norte del Brasil. Su obra más conocida sobre los wayapí se publicó en 1995 con el título Getting to know Waiwai (Conocer a los wayapí).