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Gran angular

Nueva Delhi: la escuela bajo el puente

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Una alumna de primaria asiste a una clase de hindi en una escuela precaria situada bajo el puente de los elevados del metro de Nueva Delhi. En el plano posterior, Rajesh Kumar Sharma, fundador de esta iniciativa da clases a otros alumnos.

Hace nueve años, Rajesh Kumar Sharma instaló una escuela precaria entre dos pilares del metro elevado de la capital india. Más de 200 niños pobres de los barrios aledaños acuden cada día a esta clase a cielo abierto.

Sébastien Farcis, periodista francés en Nueva Delhi

Esta escuela no figura en ningún mapa. No tiene paredes enteras ni techo completo, y mucho menos mesas o sillas. Al igual que las pequeñas tiendas callejeras que permiten vivir a la capital india, la “Escuela Libre bajo el puente” simplemente se ha convertido en parte del espacio urbano de Nueva Delhi. Situada entre los imponentes pilares número cinco y seis del tren elevado de esta megalópolis de más de 20 millones de habitantes, la iniciativa facilita desde hace nueve años la escolarización gratuita a cientos de niños pobres de los barrios de chabolas situados a orillas del río Yamuna. Una tierra de nadie ubicada en el corazón de una India próspera pero superpoblada.

El barrio de color gris cemento, el cielo bajo y pesado en esta temporada de monzones. Pero la escuela callejera está llena de vida y color. Las tres paredes que delimitan su espacio están pintadas de azul cielo con un bosque de árboles altos y rosas gigantes que rodean las cinco pizarras de la pared posterior. En cuanto ven el maestro, los alumnos acuden de todas partes hacia él gritando “Namasté, teacher!”. Este hombre respetado por los niños es Rajesh Kumar Sharma, de 49 años, fundador de esta “escuela gratuita bajo los puentes”. Su misión es combatir el ciclo reproductivo de la pobreza, mejorando la educación de los más desfavorecidos.

Revancha personal

Su lucha comporta también una revancha personal. Rajesh Kumar Sharma, de una familia pobre de nueve hijos de la zona rural de Uttar Pradesh, en el norte del país, siempre quiso estudiar, pero no pudo terminar la universidad por falta de recursos. “La escuela estaba a siete kilómetros de casa”, recuerda. “Llegar me tomaba más de una hora en bicicleta y cuando estaba en la secundaria, siempre perdía la primera clase, la de química. Al no sacar buenas notas en esa asignatura, no pude estudiar ingeniería, como había soñado”.

Aún así, logró obtener el equivalente al bachillerato, una hazaña que ninguno de sus ocho hermanos y hermanas mayores había logrado antes que él. Y se inscribió en la universidad, vendiendo sus libros de texto para pagar la matrícula. Nuevamente, para llegar debía recorrer más de 40 kilómetros en bicicleta y autobús. Pero después de un año, sus mayores le cortaron los fondos y su sueño se vio truncado.

Comenzó entonces un período difícil: a los veinte años, emigró con un hermano a Nueva Delhi. “Vendí sandías, trabajé en la construcción, hice todo lo que pude para conseguir apenas unas pocas rupias”, admite. Un día, trabajando en la construcción del metro, le asombró sobremanera ver que por lo general, los hijos de los obreros, que no asistían a la escuela, deambulaban entre los escombros de la obra. Primero les ofreció dulces, ropa, y luego consideró proponer una ayuda más duradera. Así, en 2006, comenzó, bajo un árbol, a acompañar a dos niños ayudándoles a repasar las lecciones. Uno de ellos, que ahora tiene 18 años, acaba de ingresar a la universidad y quiere ser ingeniero.

Cuatro años más tarde, en 2010, Rajesh creó su precaria escuela bajo ese puente recién construido, donde ahora acoge diariamente a más de 200 niños, desde el primer grado de primaria hasta el tercer curso de secundaria. Los alumnos se dividen en dos grupos: niños por la mañana y niñas por la tarde, y cada turno recibe casi dos horas de clase. La mayoría también está escolarizada, pero acude para recibir apoyo docente. “En mi clase somos 63 alumnos”, dice Mamta, de 13 años, en tercero de secundaria. “A veces no podemos entenderlo todo y venimos a preguntarle al maestro Rajesh”.

Aulas al aire libre

Otras docenas de alumnos no están escolarizados porque sus padres, migrantes o trabajadores precarios, carecen de documentación. Rajesh Kumar Sharma les ayuda para que algunos logren matricularse en la escuela. Lo hace gratuitamente, gracias a los escasos ingresos de la tienda de comestibles de su familia y a donativos ocasionales. Hasta ahora, se ha negado a crear una ONG. “Es una forma de evitar el papeleo, pero también porque temo que, con una estructura formal, a las autoridades del metro les inquiete nuestra presencia y nos expulsen del lugar”, explica. Pero sin una organización legal, las donaciones que se reciben están a su nombre, lo que recientemente lo expuso a críticas. “Trato de hacerlo lo mejor posible, pero no puedo proporcionar un recibo cuando utilizo el dinero que me dan para alimentar a los niños”, afirma. Para disipar dudas, ha dejado de recibir dinero y solo acepta donaciones en ropa, comida o libros.

En esta calurosa tarde de julio, el aula al aire libre está un poco desordenada. Los 105 estudiantes se dividen en grupos de diferentes niveles. Tres profesores, todos voluntarios, ayudan a Rajesh Kumar Sharma y vociferan mientras muestran las letras en la pizarra, para cubrir el ruido del metro que pasa por encima de sus cabezas. El maestro hace todo lo posible por mantener el interés de los más pequeños. Rajesh Kumar Sharma, por otro lado, se ha embarcado en la explicación de un texto en hindi frente a un círculo de cinco chicas muy atentas. “Utilizamos el libro de texto nacional y hacemos todo lo que podemos, con los pocos recursos disponibles, para ayudarles a progresar”, explica este maestro improvisado y añade: “Antiguamente, las clases se impartían al aire libre, así que no creo que sea esencial tener aulas cerradas para enseñar bien. En la India suele decirse que las más bellas flores de loto nacen en los pantanos”.