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Resurrección de una ciudad

varsovie_1945.jpg

Varsovia, 1945
© Central Photographic Agency, War

En 1945, Varsovia no era más que un nombre en el mapa, y señalaba un desierto de ruinas. En 1961 la ciudad es seis veces más grande que antes, y no quedan huellas de su tragedia.

por Jerzy Hryniewiecki

En muchas ciudades del mundo entero, la historia de estos últimos quince años no es sino una de las etapas del desarrollo que han sufrido a lo largo de los siglos; breve período de construcción de nuevos núcleos suburbanos, en el curso del cual se han reemplazado ciertos edificios antiguos del centro de la ciudad por las hermosas formas de la arquitectura moderna, Intentando resolver con ellas, sin mayor resultado, los problemas cada vez más difíciles que plantea el aumento fenomenal de la circulación de vehículos.

Hay también ciudades que han borrado la destrucción ocasionada en mayor o menor grado por la última guerra mundial modernizando parcialmente su centro y edifi­cando en él nuevos y grandes conjuntos arquitectónicos. 

Hay, por último, ciudades para las que este período de tres lustros constituye toda su historia: ciudades construi­das en terrenos que muchas veces estaban absolutamente vacíos y que, puestas bajo la dirección de una voluntad única, se han supeditado a conceptos urbanistas contem­poráneos casi siempre magníficos. Estas ciudades surgi­das de la nada son fruto de la labor creadora de· alguna personalidad -política o arquitectónica- verdadera­mente relevante. 

El caso de Varsovia es diferente. Tanto su fin trágico a manos de los nazis, que la destruyeron y despoblaron totalmente, como su renacimiento posterior, son cosas que quizá no tengan equívalente en la historia. El hecho de que una ciudad que antes de la guerra contaba con un millón doscientos mil habitantes se convierta en un montón de ruinas desiertas y vuelva a tener, quince años más tarde, el mismo número de pobladores, constituye un fenómeno sociológico singularísimo. De él se pueden sacar varias conclusiones sobre el mecanismo de las sociedades urbanas: y este fenómeno pone también en evidencia valores esenciales que ni siquiera la aniquilación total de seres vivos y bienes materiales puede destruir. 

No debe olvidarse -pues al visitar ahora la ciudad es imposible concebirlo- que al regresar a Varsovia el pri­mer contingente de sus habitantes encontraron, visible todavía entre las ruinas, sólo un esbozo del trazado urbano de otrora y un cementerio de cientos de miles de víctimas. Pocos edificios habían escapado a la destrucción total; junto con ellos se habían salvado los barrios de la orilla derecha del Vístula, donde vivía un 10 % de la población de la capital, en un tiempo el grupo más pobre de ésta y en 1945 el único sobreviviente. Fuera de ello, de Varsovia sólo quedaba la posición geográfica ... y el nombre. 

Pero la mitad de sus habitantes había sobrevivido, y pese a hallarse dispersa por el mundo, desposeída de todos sus bienes materiales y cruelmente castigada por la guerra, conservaba la tradición y el recuerdo profundo de lo que, en cumplimiento de una orden bárbara de ani­quilamiento total, quedara reducido a una mera noción geográfica. 

La suerte de Varsovia fue luego objeto de controversias apasionadas entre los especialistas, y aun entre los legos. Se discutió la posibilidad de reconstruir rápidamente la capital y la necesidad de transformarla por un tiempo en un cantero inaccesible de obras en construcción. Se planteó el problema de su emplazamiento. Hubo visiones utópicas del futuro -visiones de una fantasía seductora­- y planes teóricos cuyo esplendor no guardaba la más núnima proporción con la penuria de los medios técnicos y económicos de que se disporúa para la reconstrucción. Muchos veían en todo ello una oportunidad única de enterrar el pasado de la ciudad, junto con los defectos de ésta, y de crear algo absolutamente nuevo, perfecto y de gran audacia teórica. Se trazaron planes de esa ciudad del futuro, poblada por gentes que salían de cuadros estadísticos, gentes clasificadas por profesiones numéri­camente definidas y distribuidas en superficies precisas, con arreglo a determinados índices de densidad. 

Pero la vida se adelantó a todos esos planes y teorías. Horas después de la liberación, los varsovianos volvieron en masa a las ruinas abandonadas y el nuevo gobierno no tardó en establecer la capital en un lugar que indudablemente no convenía a su sede adminis­trativa, pero cuyo nombre conservaba una autoridad poderosa y única. Antes de que hubieran podido obtenerse los medios materiales y técnicos necesarios, las ruinas de las casas se convirtieron en hormigueros, y los varsovia­nos, espontáneamente, empezaron a reconstruir la capital con sus propias manos y con los materiales que podían sacar de los escombros.

La grandes migraciones de diversos grupos de la población constituyeron uno de los fenómenos característicos de este primer período primitivo y heroico de la resurrec­ción de Varsovia. Además de los habitantes que volvían a ella, se veía llegar a otras gentes que encontraron algo que hacer en la estructura de un sistema en trance de creación. Por la ciudad pasaron, además de la ola humana procedente de territorios que a consecuencia del cambio de fronteras ya no. formaban parte de Polonia numerosos campesinos que huían de los campos superpoblados de nuestro país. Por último, la industria de Varsovia, recons­truida y considerablemente ampliada con relación a la preguerra, proporcionó trabajo a un número mucho mayor de obreros que los que empleaba antes de 1939. 

El fenómeno presentado por la formación de una pobla­ción nueva en una ciudad antigua, y los cambios acaeci­dos en la estructura social y profesional de esa población, ofrecen un cuadro; sociológico cuyo dinamismo inusitado ha producido en estos últimos 15 años una sociedad uni­forme creada sobre la base de elementos enormemente dispares. Sólo un especialista podría clasificar ahora la población de Varsovia según el origen social que ésta tuviera diez y aun cinco años atrás. Tal el poder de asimi­lación, aparentemente inasible, de la tradición de Varsovia.  

Casi todos los habitantes de esta han mudado de domicilio, la mayoría de ellos ha cambiado de profesión; muchos campesinos se han convertido, en un plazo muy breve, en ciudadanos de una capital que tiene un miilón de almas. Casi todos ellos han modi­ficado, no sólo sus costumbres, sino la forma y estilo de vida que les eran propios. 

Nos resulta difícil comprobar en qué forma todos esos movimientos migratorios pueden haber modificado el tipo de vida que hacen los varsovianos. Sólo al encontrarse uno con.alguien que no haya visitado la capital desde la guerra y que sea capaz de comparar el orden antiguo con el nuevo, puede tener una idea del largo camino recorrido en tan poco tiempo. Es como una película que resumiera un proceso que a otras ciudades les ha llevado siglos y que aqui se ha cumplido en quince años. Contemplamos en ella la creación de plazas medievales rodeadas de edificios del siglo XVII, edificios cuyo interior está adaptado a las exigencias contemporáneas. Presenciamos la reconstrucción de una catedral gótica con ladrillos de época, y vemos rehacer y adaptar a fines culturales o administra­tivos las residencias de los nobles de los siglos XVII y XVIII. La fachada clásica de la Opera, único vestigio de una sala construida a principios del siglo pasado, adorna ahora uno de los teatros líricos europeos mejor equipados desde el punto de vista técnico. Sobre los pilotes de los puentes destruidos se apoyan ahora otros puentes nuevos, más espaciosos que los de antes. Con los cimientos y escombros de otros tiempos se han edificado casas moder­nas. Esta simbiosis de antiguos vestigios y técnica actual simbiosis precipitada por las necesidades del hombre contemporáneo, ha dado a Varsovia el carácter único que tiene en la actualidad. 

¿Se trata de un disfraz, de un artificio, o solamente de uno de los tantos anacronismos del siglo XX? Varsovia no es ninguna de esas cosas. En la resurrección de las formas antiguas que se da en ella no hay una sola nota falsa. La reconstrucción del pasado se hace en función de las necesidades, de la nostalgia y de los sentimientos de una población a la que se le quíso arrebatar todo lo que su ciudad fuera. Y aunque este sea un trabajo que requiere un tremendo esfuerzo por parte del erudito-conservador, y una en que los monumentos reconstituidos recuerdan muchas hay en él nada del eclecticismo ni de la frialdad que caracterizan a veces la tarea de los restauradores, ni se trata tampoco de una de esas falsificaciones del pasado en que los monumentos r,econstituídos recuerdan muchas veces, más que la época de su creación original el momento de su reconstrucción. 

Por otra parte, el primer periodo de resurreción de Varsovia, periodo caracterizado por sus dificultades y por el carácter rudimentario de los medios técnicos empleados, no difirió en nada, ni en su técnica ni en los materiales empleados, del sistema de trabajo de otros siglos. Y es esto, precisamente; lo que confiere autenti­cidad a los edificios reconstruidos. Resulta difícil explicar hoy en dia a los varsovianos la razón de que se empeñen instintivamente todos ellos en vivir en casas viejas con todas las posibilidades que se les ofrece de alojar;e en inmubles modernos, construidos en lugares arbolados y espaciosos. Pero el hecho es que prefieren vivir entre paredes antiguas aunque recién levantadas, quizá porque así tienen la sensación de ser verdaderamente viejos habitantes de la ciudad, o porque en esa forma se satisface mejor su espíritu anárquico y esa fuerte individualidad que los hace sentirse cómodos en ambientes menos regla­mentados y más caprichosos que el de los grandes edi­ficios modernos. 

Los viejos rasgos de la ciudad han recobrado su vida; la red de calles trazada hace siglos, única estructura geo­métrica visible en un mar de escombros, se ha convertido en base del nuevo plan urbano; pero lo que constituyera un trazado monótono de calles banales en una ciudad del siglo XIX responde hoy a otras funciones. Algunas calles han perdido importancia, convirtiéndose en vías locales de acceso, y otras han ascendido al papel de grandes arte­rias de la circulación urbana. 

Muchas calles debían desaparecer de los planes urbanísticos trazados para Varsovia: pero la fuerza de la tradición ha podido más que todo, y esas calles existen, están vivas. Al entrar a competir la vida que retomaba su curso y el orden urbanista de una ciudad nueva, los conflictos resultantes se resolvieron a veces en favor de la primera y otras en favor del segundo. Como resultado de ello ha surgido una escuela de urba­nismo nueva y pujante, capaz de llevar a cabo con la necesaria consecuencia planes que desde hacia tiempo pasaran de la etapa de los sueños inaccesibles a la de la ejecución práctica, mientras que la población se daba cuenta de su propia importancia gracias a la posibilidad que se le diera de modificar planes que a veces eran dema­siado teóricos. Así como en la red urbana de numerosas capitales y metrópolis europeas nos es fácil descubrir las vías de un campamento de legionarios romanos, en el plano de la nueva Varsovia se puede reencontrar la red de viejos caminos rurales de la región agrícola que rodeaba a la pequeña ciudad medieval. 

Varsovia tiene ya la misma población que antes de la guerra, pero su superficie se ha sextuplicado. Antes de 1939 la densidad de su población era alarmante, y había barriadas céntricas donde alcanzaba a 2.000 personas por hectárea. Hoy esa población vive en una libre dispersión, y en donde otrora se vieran manzanas y manzanas de casas apeñuscadas y miserables, hay ahora el respiro de prados y espacios verdes. De un laberinto monótono de calles sin atractivo, Varsovia se ha convertido en una ciudad arbolada y espaciosa, en la que sólo pocas partes conservan la forma antigua. 

Pero no es sólo con relación a la historia en general que sus habitantes hemos llegado a vivir, en tan poco tiempo, siglos enteros. Los últimos quince años deben separarse en fragmentos, cada uno de los cuales representa distintas etapas de desarrollo. El proceso comenzó con una reconstrucción cruda y espontánea. Luego apare­cieron nuevos conjuntos arquitectónicos, edificados según otro sistema, en la trama de una ciudad que renacía orgá­nicamente levantándose sobre sus viejos cimientos, al mismo tiempo que conservaba los límites ya caducos de las viejas propiedades. Ciertos lugares de la ciudad, hasta ahora poco importantes, han ascendido de categoría, convirtiéndose en centros de comunicación en los que cris­taliza la vida del centro urbano. Pero las dificultades que suscita la conciliación de lo moderno y lo antiguo han favorecido la construcción de nuevos núcleos urbanos en los aledaños de la ciudad, en terrenos aun vacíos donde se podía construir edificios modernos con toda libertad. Ese desarrollo de un gran anillo de núcleos urbanos en torno a las ruinas del centro provisionalmente ordenado y reconstituido resultó paradoja!, produciendo como resul­tado una oposición a las tendencias de descentralización y provocando una intensa corriente en favor de la crea­ción de barrios residenciales en el centro mismo de la ciudad. 

Fue así cómo desgraciadamente, se edificaron en pleno centro ciertos sectores no demasiado densos, Y cómo la arquitectura adoptó un carácter ecléctico, reiterando tanto los defectos de las formas arquitectónicas del siglo XIX como la riqueza de su ornamentación. Tal orienta­ción ha permitido construir edificios dentro de la escala correspondiente a una gran ciudad, aunque con medios técnicos antiguos y con el concurso de los artesanos Y de los materiales polacos tradicionales. Ciertas partes del centro ·de Varsovia adquirieron vida orgánica en el curso de este período que terminó con la construcción del Pala­cio de la Cultura y de la Ciencia, monumento de 200 me­tros de altura que sirve de sede a la Academia Polaca de Ciencias marcando el centro de fa ciudad y determinando al mismb tiempo la escala de sus edificios. Aunque desde el punto de vista arquitectónico éste,. de forma tradi­cional y ecléctica, pertenece a un período que se cierra, por otra parte sus dimensiones y su función social han hecho que inaugure el periodo de construccion del centro moderno de la capital. 

Todos vivimos hoy sometidos a la presión de las exigencias de la vida. El impetuoso desarrollo de la población de Varsovia, el crecimiento rápido de esta ciudad y la gran densidad de la vivienda nos obligan a una construcción cada vez más moderna y numerosa de alojamientos y servicios escolares, de servicios médicos y de locales destinados al abastecimiento de los varsovianos. Ahora estamos en el período caracterizado por el pro­greso inusitado de la prefabricación, de la industrializa­ción de las obras edilicias y del empleo de materiales nuevos. Sobre el fondo del viejo plano de la ciudad, entre los vestigios del pasado, crece una Varsovia animada por una técnica contemporánea que ofrece nuevas estructuras sociales y que, pese a la tragedia de la guerra, a la destrucción y a las migraciones de su población, cons­tituye un centro lleno de vida. 

Sitios como este han conocido demasiadas desventuras como para que, por la ley del contraste, no florezca en ellos plenamente la alegria de vivir.