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Escuela, salud y nutrición: por qué la COVID-19 requiere una reforma de la educación para luchar contra las desigualdades de género

02/09/2020

Por Stefania Giannini, Subdirectora General de Educación de la UNESCO y Carmen Burbano, directora de la División de Alimentación Escolar, Programa Mundial de Alimentos.

El año pasado, António Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, advirtió que, con 250 millones de niños no escolarizados, el mundo tendría que “hacer frente a una crisis del aprendizaje”.

Un año después, en el momento de auge de la pandemia de coronavirus, declaró que nos enfrentábamos a una “catástrofe generacional que podría aniquilar el potencial incalculable, socavar decenios de logros y exacerbar las desigualdades profundamente arraigadas”.

Ya antes de la COVID-19, había más niñas no escolarizadas que niños. Mientras que gran cantidad de niñas retomarán sus estudios tras la reapertura de las escuelas, otras quizás no regresen nunca. Según cálculos de la UNESCO, hay a través de todo el mundo, 23,8 millones de niños, adolescentes y jóvenes, desde la educación preescolar hasta la superior, que corren el riesgo de no regresar a la escuela en 2020, y entre estos figuran 11,2 millones de niñas y mujeres jóvenes.

Hemos podido constatar un retroceso de 20 años en cuanto a los beneficios alcanzados en favor de la educación de las niñas.

Para eludir esta amenaza, debemos reformar la manera de proporcionar una educación de calidad e inclusiva en cuestiones de género. Esto comienza con la ampliación del concepto de “educación” propiamente dicho, a fin de incluir el bienestar de los niños, particularmente de las niñas, y hace un llamamiento a llevar a cabo inversiones sustanciales y de carácter urgente en los servicios sanitarios y de nutrición escolar.

A mediados de abril, los confinamientos vinculados con la pandemia de COVID-19 provocaron que una parte muy importante de los alumnos –94% en todo el mundo– quedó fuera de las escuelas, y la mitad de esta cifra eran niñas. Estos niños se vieron inmediatamente privados de su educación general, así como de otros beneficios. Es en la escuela que los niños –en particular los más pobres– reciben el apoyo nutritivo y sanitario vital que les permite estudiar. En las comunidades más pobres, las escuelas figuran entre las estructuras más importantes de cohesión social y de apoyo a las familias. 

La escuela es el lugar en donde las familias pobres tienen acceso a los apoyos y estímulos, tanto financieros como no financieros, que tienen como objetivo luchar contra las desigualdades estructurales. Sin la plataforma escolar y sin acceso a los programas sanitarios y de alimentación, el hambre, la pobreza y la desnutrición se incrementarán para cientos de millones de niños y sus familias, algo que afecta sus posibilidades para recuperarse de la crisis provocada por la COVID-19.

Las niñas y las adolescentes no gozan sistemáticamente de la igualdad de acceso a la educación y se encuentran particularmente expuestas a determinados riesgos. Por experiencias adquiridas de pandemias anteriores, sabemos que muchas niñas no regresarán a la escuela cuando estas vuelvan a abrir, ya que las familias toman en cuenta los costos financieros y las oportunidades vinculadas a la educación de sus hijas. La salud y la alimentación escolares, incluido el acceso al agua y a los servicios sanitarios, a los servicios de salud reproductiva y a las comidas diarias, entre otros, incitan a las familias a enviar a sus niñas a la escuela, las ayudan a mantenerse en la escuela, en particular hasta la adolescencia, impidiendo con eficacia los matrimonios precoces y retardando el primer embarazo.

La educación de las niñas es una de las estrategias más eficaces para luchar contra los matrimonios de niños, en particular a medida que avanzan hacia la educación secundaria. Cuando una niña permanece en la escuela, tiene seis veces menos de probabilidades de casarse joven –evitando de este modo que caiga en la trampa de la pobreza, la exclusión social, la violencia y las enfermedades crónicas. Las niñas y los niños que gozan de una buena salud y están bien alimentados son menos proclives a ausentarse de la escuela y aprenden mejor. Cuando la salud y la nutrición de los niños mejoran, el resto de sus vidas se transforma.

Más de 70 países adaptaron sus programas para seguir apoyando a las niñas y a los niños durante el cierre de las escuelas a través de raciones para llevar a casa, vales de compra o transferencias monetarias. El PAM ha llegado a 7 millones de niños en 45 de los países más pobres. La Coalición Mundial para la Educación de la UNESCO acaba de iniciar la campaña Las niñas en primer plano con miras a garantizar la continuidad de su aprendizaje y el regreso a las escuelas de manera segura cuando estas vuelvan a abrir. En el marco de esta campaña, la UNESCO, en colaboración con la Iniciativa de las Naciones Unidas para la Educación de las Niñas (UNGEI, por sus siglas en inglés), el UNICEF, el Fondo Malala y el Plan Internacional, han elaborado Reforzar la igualdad: guía para el regreso de las niñas a la escuela para ayudar a los encargados de formular políticas y a los profesionales a abordar las dimensiones de género durante el cierre de las escuelas vinculadas con el COVID-19, acompañado de recomendaciones específicas.

Solo invirtiendo en las niñas y proporcionando recursos a los programas de alimentación escolar podremos lograr que toda una generación de niñas y adolescentes no quede excluida. La escuela es un lugar en donde se abordan las necesidades más amplias de una comunidad y de un niño – y todos debemos tener presente esta lección cuando protegemos el ODS4 de esta crisis sin precedentes.

Ante el riesgo de perder millones de alumnos, los líderes mundiales se reúnen en el marco de la campaña #SaveOurFuture y exigir el reforzamiento de las financiaciones y de los cambios de políticas necesarios para ir más allá del simple regreso al status quo anterior a la pandemia, y reconstruir con eficacia un sistema de educación mejor e inclusivo.

Un informe del Banco Mundial presentado conjuntamente con el Fondo Malala demuestra que, si todas las niñas culminan el ciclo de educación secundaria, las mujeres y las niñas podrían añadir 30.000 millones de dólares a la economía mundial. En un momento en que observamos como aumenta la recesión más grave de la historia moderna, debemos tener en cuenta estos miles de millones que podemos obtener de este tipo de inversión en la educación de las niñas. Reformar el sentido de “educación” para incluir el bienestar de los niños podría cambiar la situación. No hacerlo tendrá sin lugar a dudas un efecto catastrófico.