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Construir la paz en la mente de los hombres y de las mujeres

Gran angular

Un enfoque confuciano de los derechos humanos

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Naciones Unidas: La Babel del milenio (1999), instalación del artista chino Gu Wenda, parte del proyecto La Divina Comedia de nuestra época.

“El hombre debe cumplir sus deberes para con el prójimo, en lugar de reivindicar sus derechos, esa es la base moral de las relaciones sociales y políticas en China. La noción de obligaciones mutuas constituye la lección fundamental del confucianismo”. Esta es la reflexión que propone el filósofo chino Lo Chung-Shu (1903-1985), en su respuesta a la encuesta de la UNESCO sobre los fundamentos filosóficos de los Derechos Humanos, titulada “Los derechos del hombre en la tradición china”, que envió el 1 de junio de 1947.

Lo Chung-Shu

 

Antes de hablar de los principios generales de los derechos humanos, me gustaría hacer notar que los pensadores chinos de la antigüedad no trataron la cuestión sino rara vez; por lo menos, no lo trataron de la manera como se hizo en Occidente. No hubo en China una declaración explicita de los derechos del hombre ni los pensadores ni las constituciones políticas se ocuparon de ello antes de que se importara de Occidente este concepto. De hecho, los primeros traductores de la filosofía política occidental tuvieron dificultades para encontrar un equivalente chino de la palabra “derechos”. El término con que actualmente designamos este concepto es quanli, que literalmente significa “poder e interés”. Este término, según creo, fue acuñado en 1868 por un escritor japonés especializado en derecho público occidental y después lo adoptaron los escritores chinos.

Esto, por supuesto, no quiere decir que los chinos nunca hayan reclamado los derechos humanos fundamentales o que nunca hayan gozado de esos derechos. En realidad, la idea de los derechos humanos se desarrolló desde muy temprano en China, y desde muy pronto se estableció el derecho del pueblo a rebelarse contra los emperadores tiránicos.

El término “revolución” no se considera peligroso, sino que a él se asocian altos ideales. Y se le usó constantemente para referirse al justificable derecho que tiene el pueblo a derrocar a los malos soberanos; todavía hoy se dice que la voluntad del pueblo es la voluntad del cielo. En El Libro de la Historia, antigua obra clásica china, se dice: “El cielo ve cómo ve nuestro pueblo; el cielo oye como oye nuestro pueblo. El cielo es misericordioso con el pueblo. Lo que el pueblo desea, el cielo se lo otorga”.

El emperador tiene un deber para con el cielo, tiene que cuidar de los intereses de su pueblo. Amando a su pueblo es como el emperador acata la voluntad del cielo. Por eso se dice en el mismo libro: “El cielo ama a su pueblo, y el soberano debe obedecer al cielo”.

Cuando el soberano no gobierna ya para bien del pueblo, éste tiene derecho a rebelarse contra él y destronarlo. Cuando Jie (1818- 1766 a.C.), último soberano de la dinastía Xia (2205-1766 a.C.), fue cruel y tiránico, Tang lanzó una revolución y derrocó a la dinastía Xia. Sintió que era su deber seguir el llamado del cielo, lo cual equivalía a obedecer la voluntad del pueblo y derrocar al mal soberano, y así fundó la nueva dinastía Shang (1766-1122 a.C.).

Cuando el último soberano de esta dinastía, Tsou (1154-1122 a.C.), se volvió un tirano, y hasta llegó a sobrepasar en maldad a Jie, el último soberano de la dinastía anterior, fue ejecutado en una revolución acaudillada por el rey Wu (1122 a.C.), quien fundó la dinastía Zhou, la cual a su vez duró más de ochocientos años (1122-296 a.C.). [...]

El derecho a rebelarse halló expresión repetidas veces en la historia china, que consiste en un constante fundar y derrocar dinastías. El gran confuciano Mencio (372-289 a.C.) sostuvo con firmeza que un gobierno tiene que actuar por la voluntad del pueblo. “El pueblo -dijo- es de primera importancia. El Estado es de menos importancia. El soberano es el de menor importancia”.

Obligaciones mutuas

El concepto ético fundamental de las relaciones sociales y políticas chinas es el cumplimiento del deber para con el prójimo, no la reclamación de los derechos. La idea de las obligaciones mutuas se considera como la enseñanza fundamental del confucianismo. Las cinco relaciones básicas descritas en la doctrina de Confucio y de sus seguidores son las relaciones entre: 1) el soberano y sus súbditos, 2) padres e hijos, 3) marido y mujer, 4) el hermano mayor y el menor, y 5) amigo y amigo.

La enseñanza ética china insistió, no en la reclamación de los derechos, sino en la actitud humana de considerar a todos los hombres como movidos por los mismos deseos y, por lo tanto, merecedores de los mismos derechos que uno desearía tener para sí mismo. El cumplimiento de las obligaciones mutuas debía evitar la violación de los derechos del individuo. Por lo que respecta a la relación entre el individuo y el Estado, el código moral dice así: “El pueblo es la raíz de la nación. Si la raíz se mantiene firme, la nación tendrá paz”.

En la antigüedad, solo la clase gobernante, o los hombres de quienes se esperaba que llegarían a formar parte de ella, recibían la educación clásica. Al pueblo en general no se le enseñaba a reclamar sus derechos. Pero a la clase gobernante se le inculcaba constantemente, como responsabilidad fundamental del gobierno, la vigilancia del interés del pueblo. Se enseñaba tanto al soberano como a los funcionarios del Imperio a considerarse a sí mismos como padres o guardianes del pueblo, y a proteger a éste de la misma manera que protegerían a sus propios hijos. Si esto no se cumplió siempre en la realidad, fue por lo menos el principio básico del pensamiento político chino. El punto flaco de esta doctrina consiste en que el bienestar del pueblo depende demasiado de la buena voluntad de la clase que gobierna, y ésta tiende demasiado a faltar a sus deberes y a explotar al pueblo. Este hecho explica las constantes revoluciones de la historia china. [...]

 

Artista: Gu Wenda

Lo Chung-Shu

Profesor en la Universidad de China del Oeste, en Chengdu (provincia de Sichuan), Lo Chung-Shu (1903-1985) también fue consultor de la UNESCO.