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Construir la paz en la mente de los hombres y de las mujeres

Gran angular

¡Alto al discurso catastrofista!

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Especulación, pasión y ansiedad. Pintura acrílica en tela realizada en 2001 por el artista y pensador franco-canadiense Hervé Fischer.

Los debates sobre el Antropoceno tienen una transcendencia real en el plano científico. En efecto, lo que está en juego es la creación de un modelo global de la evolución de los equilibrios del sistema terrestre. Sin embargo, esos debates se ven interferidos por personas que los instrumentalizan para profetizar el fin de mundo, dejándose guiar por un planteamiento contraproducente.

 

Entrevista a Francis Chateauraynaud realizada por Régis Meyran

 

Usted sigue de cerca las polémicas del mundo científico desde hace mucho tiempo, ¿qué opina sobre el debate acerca del Antropoceno?

Es un debate importante porque los científicos tratan de encontrar un modelo global del sistema terrestre, que por el momento no se ha estabilizado. Intentan establecer un sistema formal que defina las leyes que rigen la actividad del planeta Tierra, razonando a escala global e integrando numerosas variables que hasta ahora no se habían relacionado entre sí. Hoy en día, las capacidades de cálculo posibilitan la realización de simulacros informáticos y la elaboración paulatina de un modelo de biosfera cuyas variaciones se estudian cambiando parámetros como la temperatura o la acidez de los océanos.

La hipótesis de que nos hallamos en una época antropocena suscita el interés de los arqueólogos y geólogos, debido a que se han encontrado residuos radioactivos o químicos en los suelos. De todos modos, se sigue planteando el interrogante de si se debe realmente hablar de una nueva época geológica subsiguiente al Holoceno. Si el término Antropoceno es pertinente o no, eso es una cuestión que acabará por precisarse a largo plazo. Debido a esto, es normal que ese concepto sea objeto de un debate. Algunos estudiosos de este tema, como el estadounidense Jason Moore o el sueco Andreas Malm, prefieren utilizar el término Capitaloceno. Sin embargo, esta nueva denominación parece un tanto discutible si se tiene en cuenta la importante huella ecológica de la Unión Soviética en el siglo XX.

De hecho, importa menos la controversia sobre el vocablo Antropoceno que el problema planteado por la validez del modelo global del sistema terrestre en materia de predictibilidad, por un lado, y la tentación de caer en el catastrofismo o el determinismo, por otro lado.

¿Puede decirnos algo más sobre la tentación de dejarse llevar por el catastrofismo?

Nos hallamos ante dos problemas. El primero es la forma en que muchos expertos recurren al sujeto colectivo (“nosotros”) para hablar en nombre de toda la humanidad. El historiador Dipesh Chakrabarty se ha preguntado qué función tiene ese “nosotros”. En efecto, si se atribuye al conjunto de la humanidad la responsabilidad de los fenómenos actualmente observados eso equivaldría a olvidar, o enmascarar, que la multitud de seres humanos que se hallan sumidos en la pobreza, o forman parte de minorías, no tiene responsabilidad alguna en el advenimiento del Antropoceno.

El segundo problema atañe a la idea mantenida por algunos de que “todos nosotros”, los seres humanos, hemos emprendido ya una trayectoria funesta. Por ejemplo, en noviembre de 2017 el diario francés Le Monde publicó un escrito firmado por 15.000 científicos que llevaba por título “Pronto será demasiado tarde”. Aunque el “pronto” da a entender que todavía puede haber alguna posibilidad de que la situación sea reversible, el “demasiado tarde” y otras expresiones del escrito, como “hemos fracasado” y “no hemos conseguido”, nos llevan por la pendiente del catastrofismo. Los intelectuales reflexionan sobre la situación de mundo con una perspectiva global (“global thinkers”) ven en escritos como ése una cierta forma de legitimación de sus grandilocuencias y, entonces, se precipitan a construir un vasto relato que pretende abarcar con unas cuantas fórmulas toda la complejidad del mundo. Algunos sociólogos se han aventurado también por esta senda, como el francés Bruno Latour en su obra Face à Gaïa (Ante Gea, 2015) . La tentación del profetismo alimenta también la producción de obras de “colapsología”, por ejemplo la titulada Comment tout peut s’effondrer (Cómo puede desmoronarse todo) de los investigadores franceses Pablo Servigne y Raphaël Stevens (2015). Aun cuando los autores de esas obras aduzcan hechos incontestables, resulta problemática la forma en que los ensamblan para construir un relato de fin del mundo.

Lo más criticable del discurso catastrofista es su ineficacia. En efecto, no se adapta al contexto contemporáneo la “heurística del miedo” antaño expuesta por el filósofo alemán Hans Jonas, que pensaba que el despertar de las conciencias sólo lo puede lograr el temor a lo peor. Aunque muchas eminencias del pensamiento y la ciencia firmen escritos inquietantes, las soluciones no se acaban de encontrar todavía porque lo importante no es anunciar que la catástrofe es inevitable, sino comprender los problemas en los diferentes niveles de acción.

Puede que los discursos catastrofistas sean estériles, pero tienen éxito...

No sólo tienen éxito, sino que además provocan reacciones hostiles que hacen que la ecología acabe por confundirse con el catastrofismo. Están surgiendo grupos que reaccionan en contra y proclaman que nunca hemos vivido en un mundo tan feliz como el actual. Este es el discurso mantenido por la Asociación Francesa de Información Científica (AFIS) en la polémica entablada, que está cosechando mucho éxito entre el público, sobre todo porque a la gente no se le pide para nada que se implique en el debate.

¿Se puede evitar la catástrofe?

En primer lugar, es preciso decir que hay catástrofes de todas clases. Anunciar una catástrofe global definitiva, es dar la espalda a la realidad. Conviene no avalar una visión cerrada del futuro –aunque sea mantenida por instituciones– y abrir perspectivas de futuro. Siempre hay personas, grupos, ciudades y regiones que encuentran soluciones alternativas e inventan nuevas posibilidades. En Aux bords de l’irréversible – Sociologie pragmatique des transformations (En los límites de lo irreversible- Sociología pragmática de las transformaciones, 2017), el libro que he escrito con Josquin Debaz, se describe cómo están apareciendo lo que podríamos llamar “contra-antropocenos”. En efecto, en los intersticios del mundo se están forjando otros mundos posibles. Además, cuando esos “contra-antropocenos” surgen como movimientos de “resistencia”, crean otras modalidades de acción y de percepción del mundo.

Tenemos el ejemplo del proyecto –concebido en los años sesenta e impulsado a comienzos de este milenio– para construir un aeropuerto internacional en el territorio del municipio rural francés Notre-Dame-des-Landes. Ese proyecto,  que estaba en contradicción con las declaraciones de la 21ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático celebrada en París en 2015, ha sido definitivamente abandonado en enero de 2018 por la presión de los activistas. Éstos habían formado en ese pueblo un núcleo de resistencia sobre la base de la firme creencia en la capacidad de sus habitantes para invertir el orden de prioridades.

Los movimientos de defensa de las semillas campesinas y de la permacultura, o agricultura natural, se inspiran en las prácticas agrarias tradicionales y el funcionamiento de los ecosistemas, y su objetivo es lograr la autosuficiencia de las poblaciones. Asimismo, en las ciudades en transición se pueden observar múltiples prácticas colectivas que apuntan a la redefinición y gestión de los bienes comunes, generando nuevas ideas susceptibles de integrarse en las políticas municipales.

El futuro sigue estando abierto. Todo humanista tiene el deber de quitarles la razón a los profetas del catastrofismo. Son innumerables los lugares de nuestro planeta donde hay gentes que luchan para contrarrestar los efectos devastadores de la “hibris” (desmesura) tecno-industrial.

Foto: 

Hervé Fischer