<
 
 
 
 
×
>
You are viewing an archived web page, collected at the request of United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization (UNESCO) using Archive-It. This page was captured on 17:04:09 Dec 07, 2020, and is part of the UNESCO collection. The information on this web page may be out of date. See All versions of this archived page.
Loading media information hide

Construir la paz en la mente de los hombres y de las mujeres

Gran angular

Desastre en Dominica: ¿El Antropoceno o el Capitaloceno?

cou_02_18_capitalocene_02.jpg

Sigan a los líderes”. Instalación del artista español Isaac Cordal en la exposición Frágil (Bruselas, 2015). Estas miniesculturas representan a hombres de negocios enfangados en una charca de agua y petróleo.

Andreas Malm considera que el cambio climático no debe atribuirse al mero hecho de que el planeta esté poblado por miles de millones de seres humanos, sino al reducido número de personas que controlan los medios de producción y deciden cómo se ha de utilizar la energía. En vez de denominar a nuestra época el Antropoceno sería más justo, en su opinión, referirse al Capitaloceno y luchar directamente contra el “capital fósil” para prevenir fenómenos climáticos extremos como los huracanes que devastaron la isla de Dominica.

Andreas Malm

Era ayer mismo cuando las colinas de color esmeralda de la isla de Dominica se erguían espléndidas sobre el Mar Caribe. Cuando estuve allí en agosto de 2017, sus bosques de un verde simpar la cubrían por entero, y no había cumbre ni barranco que no tuviera una vegetación exuberante. Esta isla, la más montañosa de toda la región, poseía la cobertura boscosa mejor preservada y una naturaleza esplendorosa, pese a la pobreza de sus 70.000 habitantes. Descendientes de africanos en su gran mayoría, éstos viven del cultivo de plátanos, ñames y llantén en minifundios, y un poco también de la pesca y el turismo.

Poco tiempo antes, en 2015, Dominica fue azotada por la tormenta tropical Erika. Las lluvias torrenciales provocaron el hundimiento de algunas colinas. Cuando llegué allí, el país aún estaba curándose las heridas de esta catástrofe. Sus huellas eran perfectamente visibles en las vertientes del sudeste de la isla, desgarradas por los corrimientos de tierras que arrasaron con todo: suelos, árboles y viviendas. Todavía estaban reparando carreteras e instalando barracones para albergar a los damnificados.

Seis semanas después de mi partida, el 18 de septiembre de 2017, Dominica fue de nuevo azotada de lleno por el potente huracán María, que cobró súbitamente una intensidad raras veces alcanzada (Categoría 5). En una sola noche la isla verde se volvió de color marrón porque los vientos se llevaron consigo, pura y simplemente, su cobertura boscosa.

Un sentimiento de pérdida inconmensurable

El mar arrastraba ramas y hojas de árboles, e innumerables troncos descortezados yacían por doquier en terrenos que parecían haber sido víctimas de una tala gigantesca. Erika había asestado un zarpazo a la isla, pero María la desolló por completo. Todas las infraestructuras –casas, carreteras, puentes, hospitales y escuelas– fueron pulverizadas y la agricultura quedó reducida a la nada. El costo de los daños se cifró en el doble del Producto Interior Bruto (PIB)  del país, pero “el dolor por la pérdida superó cualquier cifra imaginable, como señaló la agencia informativa IRIN.

Un mes después del furioso paso de María, una quinta parte de la población recogió sus pocos enseres salvados del desastre y abandonó la isla. Los que se quedaron se consideraron soldados en un campo de batalla. Un lenguaje marcial invadió todo el país. Cinco días después del huracán, el primer ministro, Roosevelt Skerrit, sin techo donde cobijarse como casi toda la población, se dirigió a la Asamblea General de las Naciones Unidas en estos términos: “Vengo de la línea del frente. […] Los dominiqueses estamos pagando los platos rotos del cambio climático. Sufrimos las consecuencias de actos ajenos que hacen peligrar nuestra propia existencia, y todo esto para que se enriquezcan unos cuantos en otras partes del mundo”.

Ni los descendientes de esclavos africanos ni los escasos indios kalinagos supervivientes que pueblan la isla han contribuido para nada al recalentamiento del planeta. Los agricultores pobres dominiqueses que tratan de llegar a fin de mes conduciendo taxis o dedicándose a la venta ambulante producen una huella de carbono ínfima y, además, carecen por completo de medios para influir en los suministros mundiales de energía. Ahora bien, son ellos los que perecieron por los feroces embates del huracán gigante que destrozó sus vidas y asoló la tierra que pisan.

¿La humanidad en su conjunto es responsable?

Sin embargo, investigadores, medios de comunicación y círculos decisores occidentales vienen construyendo desde hace más de un decenio otro discurso sobre el cambio climático, según el cual todos somos responsables del calentamiento del planeta y la culpa de esto recae sobre la especie humana en su conjunto. Todos ellos consideran que nos hallamos en la época antropocena, una nueva era en la que el ser humano ha tomado las riendas de naturaleza e impone su derrotero al planeta, como lo demuestra el cambio climático. A su parecer, toda la humanidad es responsable de los consiguientes desastres naturales.

En una de las obras más celebradas del escritor indio Amitav Ghosh en estos últimos años se explicita ese razonamiento sobre el calentamiento de la Tierra afirmando que éste “es una consecuencia involuntaria de la existencia misma de los seres humanos en cuanto especie [y] un producto de la suma de sus actividades a lo largo de de todas las épocas”. En The Great Derangement: Climate Change and the Unthinkable, Ghosh agrega que “todo individuo de tiempos pasados o presentes ha contribuido en su vida a hacer que la especie humana domine el planeta y, por consiguiente, tiene su parte de responsabilidad en el ciclo actual de cambio climático”. Desde este punto de vista, cualquier cafetalera de Dominica ha contribuido al desencadenamiento del huracán María por el mero hecho de pertenecer a la especie “homo sapiens”, al igual que cualquiera de sus antecesores traídos a las plantaciones de la isla como esclavos o de los nativos kalinagos, pobladores pacíficos del territorio isleño hasta la llegada de los europeos en 1492.


Marea entrante. Instalación del artista británico Jason DeCaires Taylor en Londres, a orillas del Támesis (2015).

Un relato sesgado

Es difícil suponer en qué argumentos científicos se puede basar un razonamiento semejante, pero muchos intelectuales lo han compartido refiriéndose al Antropoceno. Tenemos otro ejemplo en el defensor más influyente de este concepto en el campo de las ciencias humanas, el historiador Dipesh Chakrabarty. Con respecto al origen del cambio climático, Chakrabarty afirma que “tanto los pobres como los ricos son copartícipes en este episodio común de la evolución del ser humano”. (Climate and Capital: On Conjoined Histories, Critical , Inquiry, 2014).

Desde ese punto de vista, el huracán María no sería una especie de “blitzkrieg”, sino más bien un suicidio, porque la lógica de ese razonamiento es “quien la hace la paga y es justo que así sea”. Sin embargo, cuando se contemplan las colinas peladas de Dominica, la realidad es muy diferente. El marco argumental en el que se sitúa al Antropoceno está falseado porque deforma y oscurece la realidad misma. No es falso cuando se afirma el hecho incontestable de que son las actividades humanas las causantes del cambio climático, sino cuando esta evidencia se sesga hacia un relato en el que la especie humana se considera como un todo, responsable de esta transformación. Pero no es así en modo alguno.

En los últimos milenios, desde que existe la sociedad de clases, el “homo sapiens” es una entidad profundamente fracturada. Y esto es hoy más verdad que nunca en este mundo nuestro que se calienta rápidamente. Según la organización humanitaria Oxfam (enero de 2017), las ocho personas más ricas del planeta poseían 426.000 millones de dólares, una suma superior a los 409.000 millones poseídos por la mitad de la población mundial más pobre. Ahora bien, se conoce perfectamente la estrecha correlación que existe entre la riqueza y las emisiones de dióxido de carbono. La riqueza no sólo es el indicador del lucro obtenido gracias al mantenimiento del “statu quo” actual, sino también la mejor prueba de sus consecuencias. La fuerza motriz del huracán estaba oculta en la explotación de los combustibles fósiles del planeta.

Una epidemia de plástico

Se nos dice que el cambio climático lo provoca una masa anónima de millones o miles de millones de seres humanos, cuando, como ha señalado recientemente el geógrafo estadounidense Matt Huber, es en realidad un segmento ínfimo de la especie humana el que posee los medios de producción y toma las decisiones trascendentales sobre la utilización de las fuentes de energía. Esa minúscula minoría sólo tiene un objetivo: enriquecerse aún más. Esto se llama acumulación de capital, un proceso que sigue adelante inexorablemente, sin importarle nada la suerte de los dominiqueses y las señales de alerta cada vez más desesperadas de la ciencia climática.

En diciembre de 2017, el periódico británico The Guardian señaló, por ejemplo, que en el próximo decenio la producción de plástico iba a aumentar en un 40% en los Estados Unidos, ya que los grandes productores de combustibles fósiles –ExxonMobil y Shell, entre otros– están aprovechando el auge de los yacimientos de gas de esquisto para invertir masivamente en la construcción de nuevas fábricas de plástico. Esto va a hacer que los estadounidenses – y por ende, la economía mundial– se aferren aún más a su adicción a los productos de plástico, que acabarán sembrando las playas del mundo entero y generando combustiones fósiles cuyo calor provocará la devastación de otros territorios e islas. Desde un punto de vista capitalista eso es lo que se debe hacer: invertir en la producción y consumo de combustibles fósiles para obtener ganancias. En este modo de proceder se encuentra el origen del calentamiento del planeta.

Los habitantes de Dominica y sus compañeros de desgracias del mundo entero –que cada vez van a ser más numerosos, a no ser que desde ahora mismo se combata al capital fósil– nunca han vivido en esa época antropocena del que algunos hablan, sino que están sufriendo los efectos de otro muy distinto que sería mejor denominar época capitalocena. Tratándose de una guerra estructural y sistemática, cabe esperar que en el futuro menudeen los ataques sorpresivos e intimidantes. Queda por saber si el contraataque va a tener lugar y cuándo, pero, en todo caso, echar la culpa al género humano no va a contribuir para nada a que se produzca.

 

Fotos:

Isaac Cordal

Jason DeCaires Taylor

Andreas Malm

Profesor de ecología humana en universidad sueca de Lund. Andreas Malm (Suecia) ha escrito varios libros sobre los peligros del calentamiento climático. El más reciente, publicado en 2018 por la editorial Verso, se titula The Progress of This Storm: Nature and Society in a Warming World (El avance de esta tormenta – Naturaleza y sociedad en un mundo que se calienta).