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Construir la paz en la mente de los hombres y de las mujeres

Gran angular

La humanidad es una fuerza geológica

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Francisca Chagas dos Santos à Rio Branco, Brésil, en mars 2015. Photo de la série Portraits submergés, l’un des quatre volets du projet Un monde qui se noie lancé en 2007 par le photographe sud-africain Gideon Mendel.

Los avances tecnológicos nos han permitido desarrollarnos como especie, pero nos hemos ‘autocapultado’, por así decir, fuera del marco de la evolución darwiniana. La humanidad se ha convertido en una auténtica fuerza geológica que podría retardar la era glaciar y provocar otra gran extinción dentro de unos 300 a 600 años. ¿Podemos cambiar el rumbo? El historiador Dipesh Chakrabarty cree que sí, pero lo ve difícil.

Entrevista a Dipesh Chakrabarty realizada por Shiraz Sidhva

Usted afirma que las explicaciones antropogénicas del cambio climático están enterrando la antigua distinción académica entre la historia de la humanidad y la historia natural. ¿Puede explicarnos esto?

Hasta hace poco tiempo concebíamos la historia de la humanidad como la historia documentada que data de algunos milenios atrás, a los que sería menester añadir unos pocos más si tenemos en cuenta la prehistoria. Pero la ciencia del cambio climático nos ha obligado a reflexionar acerca de lugar que ocupa el ser humano en la historia de la Tierra desde que hizo su aparición. En efecto, es necesario que comprendamos cómo ha evolucionado nuestro planeta en los últimos 600 millones de años, manteniendo no sólo el clima que conviene a nuestra especie, sino también una atmósfera con un componente de un 21% de oxígeno.

Cuantas más publicaciones científicas leo sobre el cambio climático, la geología y la biología, más me doy cuenta de hasta qué punto hemos entrado tardíamente los humanos en la historia de la evolución de las especies. Naturalmente, esto no es una casualidad porque al ser los humanos criaturas tan complejas nuestra irrupción en la naturaleza no podía ser temprana. La Tierra creó la vida y se fue modificando para dar acogida a formas multicelulares y más complejas. Al percatarme de esto, se tambalearon mis prácticas habituales de historiador especializado en la época moderna del Asia Meridional y, más concretamente, en la historia de su colonización. Estaba acostumbrado a estudiar un mundo cuya antigüedad se remontaba a cinco siglos atrás como máximo. El anuncio del cambio climático lo cambió todo.

La naturaleza era para mí, como para muchos otros historiadores, el simple telón de fondo del teatro de la historia protagonizada principalmente por actores humanos. No llegó a parecerme erróneo, pero sí limitado, el postulado en el que la mayoría de los historiadores basábamos nuestras investigaciones, a saber, que lo más importante en la historia de la humanidad es la interacción entre los propios seres humanos.

La historia de la humanidad es, en líneas generales, un doble relato que narra cómo los hombres se han ido liberando de los condicionamientos impuestos por la naturaleza y cómo han ido cobrando conciencia de que debían liberarse de la opresión que otros hombres ejercían sobre ellos.

Al final, llegué al convencimiento de que la historia de nuestra evolución desempeña un papel fundamental, incluso en sus acontecimientos más recientes. Por ejemplo, para que los humanos fabriquen objetos de los que van a servirse luego con las manos, es preciso partir de la base de que esto es posible porque en la evolución de nuestra especie el pulgar llegó a ser oponible. Esta característica esencial se da por sentada generalmente, cuando es el resultado de evolución lentísima. Por eso, se habla de las espadas fabricadas por los mogoles o la clase de puñales usados en Bagdad como si el hombre hubiera tenido desde siempre una mano capaz empuñar o manejar esas armas. La mano humana es la culminación de una historia muchísimo más larga: la historia de la evolución.

Usted afirma que los humanos ya son una “fuerza geológica”, ¿qué quiere decir con esto?

Actualmente, las actividades humanas están modificando el clima de la Tierra. Los seres humanos hemos llegado a ser, en nuestro conjunto, una fuerza suficientemente potente como para alterar el ciclo habitual de los periodos glaciares e interglaciares que se venía perpetuando desde hace unos 130.000 años. El progreso tecnológico, el crecimiento demográfico y nuestra capacidad para extendernos por todo el planeta nos han convertido en una verdadera fuerza geológica.

Hasta ahora considerábamos al ser humano como un agente biológico por los efectos que su existencia tiene en el medio ambiente y en nosotros mismos, al transmitir enfermedades, etc. Sin embargo, ahora hace falta que adoptemos una perspectiva mucho más amplia porque estamos transformando la faz de la Tierra y también sus litorales costeros, donde vamos a dejar huellas perdurables con actividades como la pesca en aguas profundas, la extracción de minerales, etc. La función de agente biológico del ser humano ya no se puede disociar de la que ejerce como agente geológico.

Algunos especialistas en la historia de la evolución señalan que la especie humana progresa a un ritmo mucho más rápido que los demás seres vivos, debido al gran desarrollo de su cerebro y a los medios tecnológicos de que dispone. Si hubiéramos llegado a dominar las técnicas de pesca en aguas profundas al ritmo normal con el que se producen los cambios evolutivos, a los peces les habría dado tiempo para aprender a sortear las redes de arrastre. Pero el ser humano se ha desarrollado a tal velocidad que el ecosistema no ha tenido tiempo suficiente para readaptarse. Es asombroso pensar que una sola especie se haya “autocatapultado”, por así decir, fuera del marco de la evolución darwiniana. Esto tiene tanta repercusión en la historia de la vida que muchos biólogos creen que el hombre va a causar la sexta gran extinción dentro de los 300 a 600 años venideros.

¿Puede explicarnos su idea de que la historia del capital se debe hacer coincidir con la de la especie humana?

Los estudiosos que investigan la historia del capitalismo obvian la biología evolutiva. Si no la obviaran, quizás descubrirían que una especie denominada homo sapiens fue capaz de inventar una sociedad industrial moderna o capitalista –llámenla como prefieran– y hacer de ella un medio estratégico para adueñarse del planeta y dominar las formas de vida existentes en él.

La expansión de los seres humanos por la superficie de la Tierra sólo fue posible en los últimos milenios. El capitalismo no es tan viejo como la humanidad, pero si se observa lo ocurrido con llegada de los grandes veleros y la invención de los barcos a vapor nos percatamos de que ha sido Europa la que ha ido repartiendo su población por los demás continentes. ¿No se puede afirmar, entonces, que el capitalismo ha sido un medio estratégico empleado para adueñarse del conjunto del planeta? Esto no quiere decir que no sea preciso hacer una diferencia entre los ricos y los pobres –estoy de acuerdo en hacerla–, pero sí cabe señalar que tanto unos como otros pertenecen a la especie humana.

La opinión suya de que “tanto los pobres como los ricos son copartícipes en este episodio común de la evolución del ser humano” ha sido criticada por varios de sus colegas. ¿Qué les respondería?

La reacción perpleja de Andreas Malm ante algunas de mis propuestas me ha sumido también a mí en la perplejidad, ya que no pensaba que pudieran suscitar objeciones. Creo que se puede prestar a confusión la forma en la que Malm interpreta mi opinión en su artículo, porque da la sensación de que yo sugiero que los pobres son ahora tan directamente responsables de las emisiones de dióxido de carbono como los ricos.

Nunca he pretendido semejante cosa porque es bien sabido que un pobre no emite tantos gases de efecto de invernadero como un rico, y que sólo un reducido grupo de países son responsables de la mayoría de las emisiones antropogénicas de esos gases. Para mí, la cuestión no es ésa. La cuestión es que la tendencia de China y la India a defender la utilización del carbón y otros combustibles fósiles para sacar a sus poblaciones de la pobreza –aunque se haya atenuado algo, debido a la disminución del precio de las fuentes de energía renovables– va a cobrar una gran importancia, debido a que son los dos países más poblados del mundo y cuentan con un número de pobres muy elevado.

La historia de las poblaciones humanas, en mi opinión, pertenece a dos historias simultáneas: la historia de la especie humana y la historia de la modernización (extensión de programas de salud pública; erradicación de enfermedades epidémicas, pandemias y hambrunas; y la fabricación de medicamentos modernos, incluida la de antibióticos que es tributaria en parte de la producción de combustibles fósiles, etc.). ¿Se puede negar que los pobres pertenecen a la especie homo sapiens? ¿Acaso no tienen un pulgar oponible? ¿No forman parte de la historia de la evolución?

Si se exceptúa el hombre, no ha habido nunca otra especie biológica en la historia de la Tierra que haya sido capaz de extenderse por toda su superficie, y al decir esto me estoy refiriendo a la colonización humana del planeta que tuvo lugar hace miles de años, mucho antes de que hiciera su aparición la pobreza masiva. Tampoco ha existido una especie capaz de llegar a la cúspide de la cadena alimentaria en un periodo tan breve de la historia de la evolución. Si logramos mejorar la vida de los 7.000 –y el día de mañana 9.000– millones de habitantes del planeta, no cabe duda de que la presión ejercida sobre la biosfera aumentará. Pero esto nunca será un argumento para dejar a los pobres abandonados a su suerte.

En mis trabajos he tratado de mostrar el afán de la mayoría de los seres humanos por modernizar e industrializar las sociedades. Tomemos por ejemplo a Jawaharlal Nehru (India), Gamal Abdel Nasser (Egipto), Julius Nyerere (Tanzania) u otros dirigentes de países del Tercer Mundo en los decenios de 1950 y 1960. Todos ellos querían modernizar sus naciones respectivas por deber ético y no por una mera fascinación por la tecnología. Si Nehru construyó presas fue para aumentar las tierras de regadío, producir así más alimentos y evitar que la gente muriese de hambre.

A partir del decenio de 1970, el pensamiento político se centró en los derechos humanos y en la prosperidad individual de cada persona, sin tener en cuenta a la colectividad. Ahora, el cambio climático y las premisas científicas conexas nos llegan en un momento en que estábamos disfrutando de unas libertades y una prosperidad que, según los climatólogos, podría hacer peligrar nuestra existencia a largo plazo.

 


Fotos pertenecientes a la serie Retratos Sumergidos, del proyecto artístico Un mundo que se hunde, del fotógrafo sudafricano Gideon Mendel. Su obra muestra la vulnerabilidad de la humanidad al cambio climático a través de la experiencia de sus víctimas.

¿En qué medida se debe todo esto a la mundialización?

La mundialización se ha producido en los últimos treinta o cuarenta años y son las tecnologías de la conectividad las que la han posibilitado. A todos nos gusta poder comunicarnos con nuestros seres queridos en todo el mundo o poder desplazarnos en unas horas en avión hasta el otro extremo del mundo para conocer otros países, hacer negocios o visitar a parientes y amigos.

Pero la historia de la mundialización nos muestra que hemos llegado a tener realmente apego a lo que puede ser una causa posible de nuestro fin geológico: la capacidad de la especie humana para dañar el planeta a escala masiva. A pesar de esto, estimamos que nuestro modo de vida es una de las condiciones de la prosperidad humana.

En el hombre se da una inercia natural emanada de su vinculación histórica a estructuras familiares e instituciones, e incluso a la mundialización. Además, los humanos sólo pensamos en nuestro porvenir inmediato a un plazo de 70 u 80 años, esto es, de tres o cuatro generaciones como máximo. Por eso es muy difícil que nos unamos y organicemos acciones sincronizadas contra el cambio climático. No hay más que ver hasta qué punto han sido arduas las negociaciones internacionales llevadas a cabo bajo los auspicios de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). A esto hay que añadir que cada país se dedica a llevar adelante su propio programa de desarrollo.

Ahora que estamos cobrando conciencia de que no somos los amos y señores de la naturaleza, ¿qué nos queda por hacer?

Ante todo debemos desechar los mitos que exaltan la superioridad humana, porque ya quedó atrás la época en que pensábamos que el hombre dominaba a la naturaleza. Ahora hemos llegado hasta aquí y sabemos que tenemos un planeta que ha generado formas complejas de vida, felizmente para nosotros. También sabemos que en este planeta posee un sistema climático y procesos geobiológicos y químicos indispensables para la supervivencia de la especie humana y la vida compleja. Los suelos devastados, por ejemplo, necesitan millones de años para regenerarse.

Tenemos que ser indudablemente menos despilfarradores, encontrar modos de vida más racionales e inteligentes y abandonar el consumismo. También tenemos que encontrar medios para reducir el crecimiento demográfico que sean racionales, democráticos, pacíficos y adaptados a las necesidades de los pobres.

Hoy, el problema que se plantea es saber cómo se puede conseguir todo eso. No es nada fácil en nuestros días decirle a la gente que deje de viajar, o que renuncie a las ventajas ofrecidas por dispositivos tecnológicos como los teléfonos inteligentes (“smartphones”) que son causa del agotamiento de tierras raras. Es importante que seamos conscientes de las contradicciones que se dan entre nuestros deseos inmediatos y lo que sabemos del cambio climático.

Necesitamos otro tipo de sociedad. No podemos mantener la forma actual del capitalismo durante 100 o 200 años más. Sería acertado deslegitimar el consumismo y reeducar nuestros deseos. Tenemos que asumir la responsabilidad de transmitir este mensaje en las escuelas y universidades.

Usted ha dicho que una crisis ofrece una buena ocasión para renovar la creatividad.

Cuanto más se agrave la crisis, más respuestas creativas surgirán para superarla. Creo que en el futuro habrá líderes carismáticos que sabrán inspirarnos para romper los grilletes del consumismo, como supo hacerlo antaño Mahatma Gandhi.

 

Fotos: 

Gideon Mendel

Dipesh Chakrabarty

Historiador de origen indio, Dipesh Chakrabarty (Australia-Estados Unidos) es titular de la cátedra de historia “Lawrence A. Kimpton” de la Universidad de Chicago. Entre sus publicaciones, cabe destacar: Al margen de Europa (Tusquets Editores, 2008) y el artículo "Clima e historia – Cuatro Tesis", publicado en Pasajes: Revista de pensamiento contemporáneo (No 31, 2009).