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Gran angular

Yazd: Vivir en simbiosis con el desierto

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El jardín histórico de Dolat Abad en Yazd (Irán) con sus fuentes y albercas.

Ciudad y tradición cultural quizá parezcan conceptos opuestos. La ciudad suele ser sinónimo de modernidad, nuevos estilos de vida y perspectivas múltiples. Se le concibe como un lugar siempre orientado al porvenir. Por su parte, a las tradiciones se les considera más bien prácticas anacrónicas e incluso engorrosas. Hay quien cree que la preservación del patrimonio consume demasiado tiempo y muchos recursos, y que a cambio genera escasos rendimientos.

Sin embargo, las tradiciones son vivaces. Se transmiten de una generación a otra y no dejan de evolucionar, lo que permite que las comunidades respondan a las nuevas necesidades y se adapten a los cambios del contexto. Con mayor frecuencia de lo que se cree, las tradiciones proporcionan soluciones a problemas contemporáneos.

Los qanats iraníes

Por ejemplo, la antigua ciudad de Yazd, en el centro de Irán, es fruto del ingenio de sus habitantes, que a lo largo de los siglos han creado las artes y las tecnologías necesarias para vivir en simbiosis con el desierto. Esas personas han sabido transformar la aspereza de las condiciones naturales en fuente de creación artística, que se expresa en la arquitectura y, sobre todo, en una disposición urbana muy inteligente.

La elegante arquitectura de arcilla pudo así resistir a la erosión del tiempo y a un clima de extrema dureza, lo que le valió a la ciudad antigua la posibilidad de acceder, en 2017, a la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. A pesar del clima árido, la agricultura también proporciona empleo a gran parte de las poblaciones de los suburbios y de la provincia. Todo eso ha sido posible gracias a la preservación de infraestructuras ancestrales, denominadas qanats.

Los qanats son un asombroso sistema de canales, cuya función es capturar las aguas subterráneas. Concebido hace miles de años, este sistema se utiliza también en distintas zonas de Oriente Medio y la cuenca mediterránea. Unas galerías de escasa pendiente, excavadas bajo la superficie del terreno, recogen el agua del manto freático. Los pozos perforados a intervalos regulares a lo largo de las galerías permiten la ventilación y el desplazamiento de los obreros, las herramientas y los escombros. Esta tecnología ha resistido el paso del tiempo y constituye actualmente un modelo de explotación sostenible de las aguas subterráneas.

En la actualidad, 37.000 qanats que aportan el 11% del agua del país siguen funcionando en Irán. Desde que en 1961 se instaló en el país el servicio de agua corriente, los qanats se dedican esencialmente al regadío. Los campesinos garantizan el equilibrio duradero del sistema mediante una repartición ponderada entre las explotaciones agrícolas que más agua consumen y los huertos que necesitan menos regadío, en función de las reservas existentes. La idea rectora es que los seres humanos deben adaptarse a los recursos hídricos disponibles y no a la inversa.

Los qanats no son únicamente infraestructuras antiguas que se han preservado. Las investigaciones relativas al agua y el dominio de este recurso han sido esenciales en el desierto, por lo que las comunidades interesadas han realizado esfuerzos considerables para transmitir y mejorar esos saberes fundamentales de una generación a la siguiente y para adaptarlos a las nuevas circunstancias. En gran medida, el tejido social se ha construido en torno a los principios de propiedad y distribución de los recursos hídricos. En la actualidad, un consejo de qanats establecido por elección sustituye a las asambleas públicas tradicionales, con miras a facilitar la adopción de decisiones.

Perpetuar los conocimientos prácticos

El oficio de moqanni, o personal a cargo del mantenimiento del sistema, también ha evolucionado. Antaño, las competencias necesarias para decidir sobre el lugar adecuado donde perforar un pozo, las técnicas de excavación, mantenimiento y reparación de pozos y galerías, y los conocimientos indispensables para gestionar el agua se transmitían de padres a hijos.

Desde hace unos 15 años, el aprendizaje del oficio se realiza en Taft, a una veintena de kilómetros al sur de Yazd. Desde 2005, la Facultad de Qanats ofrece una formación de dos años de duración. Los alumnos reciben capacitación teórica y práctica impartida por maestros tradicionales en el desierto de Yazd. La profesión ha recibido un reconocimiento adicional: a partir de ahora, los maestros moqanni han sido investidos por el Ministerio de Justicia de autoridad para zanjar los litigios relativos a los qanats.

Por supuesto, la gestión del agua en un país como Irán, que cuenta con numerosas zonas desérticas, es asunto de suma complejidad. En los últimos decenios, se han desarrollado nuevas tecnologías que facilitan la explotación y el intercambio de los recursos hídricos, para responder a las necesidades del crecimiento demográfico o a los imperativos económicos. A veces esas infraestructuras compiten con los sistemas tradicionales e incluso, en casos extremos, llegan a causar escasez de agua.

Pero los qanats y los saberes vinculados al sistema siguen siendo un pilar del urbanismo de Yazd y una parte integral de sus proyectos de futuro. Por eso se han puesto en vigor mecanismos institucionales de gestión y salvaguarda, para complementar el sistema tradicional. Tres organismos gubernamentales enmarcan la gestión de los qanats y un Centro internacional sobre los qanats y las estructuras hidráulicas históricas, afiliado a la UNESCO, garantiza las actividades de investigación y aumento de capacidades.

El patrimonio cultural de la población

Yazd es la prueba viviente de que el patrimonio cultural inmaterial puede aportar o inspirar soluciones ingeniosas, adaptadas al entorno inmediato. Al basar su estrategia sobre prácticas locales y extraer los mejores resultados de sus recursos culturales, una ciudad aumenta las posibilidades de movilizar a la población en favor de sus proyectos de desarrollo. Sin duda, eso exige el realce del patrimonio vivo a través de las adecuadas medidas de salvaguarda y la participación activa de sus cuidadores.

Las ciudades vibran y prosperan al ritmo de las actividades y los intercambios de sus habitantes. Tanto si se trata de vecinos de larga data o de recién llegados, todos los pobladores aportan su propio patrimonio cultural. Sus conocimientos, creencias, usos, costumbres y cosmovisiones conforman sus identidades y las relaciones con los demás y, por ende, configuran también a sus ciudades.

Para obtener más información:

Patrimonio cultural inmaterial

Centros sobre recursos hídricos auspiciados por la UNESCO

Vanessa Achilles

(Francia) es investigadora y escritora independiente.