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Construir la paz en la mente de los hombres y de las mujeres

De actualidad

Gestionar la incertidumbre: la seguridad del agua en tela de juicio

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Obra de la serie Find a way or make one, de la fotógrafa suizo-rusa Anastasia Mityukova, realizada con diferentes materiales disponibles al alcance de la mano: fotos viejas, cámaras web, libros, diarios y hielo.

Los peligros relacionados con el agua afectan al 80% de la población mundial y se avecina una grave crisis hídrica de aquí a 2070. La actitud de business-as-usual es inaceptable. La gestión del agua es una cuestión científica, pero también es un tema político, de gobernanza y de valores sociales. Se necesita con urgencia una nueva ciencia interdisciplinaria.

Howard S. Wheater

Los recursos mundiales de agua dulce estarán sujetos en el siglo XXI a una presión sin precedentes. El aumento de la población mundial y el desarrollo económico acarrean una demanda cada vez mayor de recursos hídricos. El uso excesivo del agua tiene ya como consecuencias la disminución del caudal de los ríos, la desaparición de lagos y humedales y el descenso en el nivel de los mantos freáticos.

El ejemplo más impresionante de este fenómeno es la casi desaparición del mar de Aral, en Asia Central, que antes era el cuarto lago salado del mundo. En apenas 40 años se ha convertido en un páramo y hoy en día ocupa solo el 10% de su superficie original, a causa de los trasvases de agua de los ríos que en él desembocan.

En general, los efectos de la actividad humana sobre los sistemas naturales son tan extensos, que se ha creado el término “Antropoceno” para designar la era geológica actual (véase nuestro número ¡Bienvenidos al Antropoceno!, de abril-junio de 2018).

La urbanización (más de la mitad de la población mundial vive ahora en ciudades), la deforestación y el desarrollo agrícola (1.500 millones de hectáreas en todo el mundo) han repercutido de manera drástica en la hidrología y la calidad del agua.

Amenazas a escala mundial

Cerca del 80% de la población mundial afronta situaciones que amenazan gravemente sus recursos hídricos. Las zonas urbanas y la agricultura son importantes fuentes de contaminación, que afectan a la vida acuática y ejercen presiones cada vez mayores sobre los ecosistemas de agua dulce. En 2010, los especialistas estimaban que de diez a veinte mil especies de agua dulce ya habían desaparecido o se encontraban en peligro.

Por otra parte, de aquí a 2050 será necesario incrementar en un 70% la producción alimentaria, a fin de satisfacer la demanda, según los cálculos efectuados en 2012 por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Esto significa que irán en aumento las presiones ejercidas sobre el entorno hidrológico para atender las necesidades alimentarias y energéticas de una población humana mundial que no cesa de aumentar.

Según un estudio de 2013 sobre la escasez de agua, publicado en la revista científica Hydrology and Earth System Sciences, aproximadamente la mitad de la población mundial se verá confrontada a una situación de estrés importante provocado por la escasez de agua entre 2071 y 2100.

Las transformaciones generadas por la actividad humana sobre el medio ambiente han multiplicado la amenaza que la falta de agua representa para la vida, la propiedad y la infraestructura en general, tal como lo demostraron en 2017 las inundaciones de Houston, en Texas (Estados Unidos). En esta región, que prosperó a pesar de que se sabía que corría un riesgo de inundación, 300.000 instalaciones se vieron afectadas, lo que provocó que cientos de miles de personas evacuaran la zona y causó daños calculados en más de 125.000 millones de dólares.

En un mundo cada vez más interconectado, los efectos de las sequías y las inundaciones no se limitan exclusivamente al plano local. La inundación que tuvo lugar en Tailandia en 2011 ocasionó pérdidas económicas, estimadas por el Banco Mundial en 46.500 millones de dólares, debidas a que las cadenas mundiales de suministro de productos electrónicos quedaron interrumpidas. La ola de calor que azotó a Rusia en 2010, y que afectó la producción de trigo y los precios mundiales de los alimentos, habría sido, como señala la revista The Economist (febrero de 2012), uno de los factores que provocaron los disturbios sociales vinculados con la “primavera árabe”.

El calentamiento global reciente ha provocado profundos cambios hidrológicos en el mundo entero. Los glaciares de las Montañas Rocosas canadienses, por ejemplo, están retrocediendo rápidamente (se espera que a fines de siglo prácticamente hayan desaparecido), sin embargo son los encargados de alimentar los principales ríos que desembocan en los océanos Pacífico, Atlántico y Ártico.

Los bosques del oeste de Canadá también retroceden, sobre todo porque han sido infestados por un insecto xilófago que proliferó gracias a que los inviernos han sido menos fríos.

Si bien el oeste canadiense es solo un ejemplo de ámbito limitado, cabe señalar que la mitad de la población mundial depende del agua de las regiones frías, donde probablemente el calentamiento tendrá efectos de similar magnitud. Un estudio, publicado en febrero de 2016 en la revista Climatic Change, afirma que que de aquí a 2050, entre 500 y 3.100 millones de seres humanos estarán cada vez más expuestos a la escasez de agua debida al cambio climático.

Nuevas estrategias

¿Cómo puede reaccionar la comunidad de hidrólogos con miras a aportar los conocimientos y las herramientas indispensables para que se tomen las decisiones necesarias de cara a estos desafíos? Una ciencia basada en avances graduales no estaría a la altura de esta tarea. La actitud de business-as-usual tampoco sería aceptable. Es indispensable un nuevo enfoque estratégico, a escala mundial.

Para empezar, debemos comprender mejor el entorno hidrológico en el contexto de una transformación medioambiental y social sin precedentes. Estas cuestiones son interdisciplinarias. Por ejemplo, para predecir las futuras crecidas de los ríos en el oeste de Canadá es imprescindible saber cómo reaccionarán al cambio climático los ecosistemas y la agricultura.

Para prever la evolución del clima, hay que comprender las modificaciones que ocurren actualmente en los intercambios entre la atmósfera y la superficie del planeta, tales como el reverdecimiento del manto arbustivo de la tundra en el Norte o la proliferación de la vegetación, y especialmente de los arbustos, que absorberán cada vez más energía solar, contribuyendo de este modo al calentamiento global.

De lo único que podemos estar seguros es que el porvenir será cada vez más incierto en cuanto al clima y su interacción con el desarrollo socioeconómico.

Por consiguiente, hay que gestionar la incertidumbre. Y ante la complejidad de los sistemas hídricos y su interdependencia con el suelo, la energía y los esquemas alimentarios en una escala que va de lo local a lo internacional, gestionar la incertidumbre exigirá estrategias que sean más flexibles y se adapten mejor que las de antaño. El pasado no puede constituir una guía fiable para predecir el futuro.

Debemos analizar la vulnerabilidad y adoptar estrategias que generen resiliencia, es decir, la capacidad de un sistema para absorber los golpes y continuar regenerándose sin cambiar de estado.

Un enfoque interdisciplinario

Por ejemplo, el hecho de que existe una desconexión entre la ciencia producida a la hora de evaluar los efectos del clima y la planificación hidrológica a largo plazo o la adaptación climatológica, es algo ampliamente reconocido. En general, para que la ciencia pueda aportar soluciones eficaces, debe abordar los problemas que interesan a los encargados de tomar decisiones, proporcionarles resultados y herramientas en el momento oportuno y en un formato accesible, y tener en cuenta el aporte de los usuarios. Este último punto es el que les confiere la credibilidad y legitimidad necesarias para solucionar los problemas que ofrecen dificultades desde el punto de vista político y son hoy socialmente importantes para la gestión de los recursos hídricos.

Eso demuestra hasta qué punto es importante que los científicos reconozcan que el compromiso de todas las partes interesadas es una necesidad y no una opción. El nuevo paradigma de la investigación debe incluir un profundo conocimiento de los procesos sociales que acompañan a un compromiso eficaz ‒y recíproco‒ de la ciencia y la política.

Las partes interesadas en el plano local son una fuente importante de conocimiento. Los pueblos indígenas, por ejemplo, acumulan saberes ancestrales sobre sus tierras y su interacción con las fuerzas naturales (véase la sección Gran angular de este número). La ciencia debe aprovechar esos conocimientos. Por este motivo, en el marco del programa Global Water Futures (GWF), en Canadá, pusimos en marcha, en abril de 2018, un proyecto con las colectividades indígenas del país para colaborar en una estrategia de investigación capaz de ayudar a solucionar los problemas a los que deben hacer frente los grupos indígenas en relación con los recursos hídricos.

A fin de cuentas, los grandes desafíos de la seguridad hídrica implican una cuestión de gobernanza. Por lo tanto, es crucial saber quién toma las decisiones y cómo las toma.

La comprensión y la predicción de los cambios hídricos plantean importantes desafíos científicos y con la gestión del agua ocurre algo similar. En el siglo XXI, la seguridad del agua es tanto una cuestión científica como social. Por este motivo, es necesario un nuevo enfoque interdisciplinario, que establezca vínculos entre las ciencias exactas y naturales y las ciencias sociales.

En resumen, para prevenir una grave crisis del agua necesitamos desarrollar nuevos conocimientos científicos, para comprender la evolución de los sistemas hídricos que implican la relación entre el hombre y la naturaleza; establecer nuevos modos interdisciplinarios de colaboración científica y comprender las interconexiones entre estos sistemas y sus implicaciones sociales; así como para integrar en la investigación científica conocimientos locales, atender mejor las necesidades de los beneficiarios y establecer mecanismos más eficaces para traducir el conocimiento científico en acción social.

Con este artículo, El Correo se asocia a la celebración del Día Mundial del Agua, el 22 de marzo.

Véase también en El Correo de la UNESCO

Nueva tendencia: financiar la resiliencia de la naturaleza

Angkor y la crisis del agua

Agua: vital, pero maltratada

Información adicional

Programa Mundial de Evaluación de los Recursos Hídricos (WWAP)

Informe Mundial de las Naciones Unidas sobre el desarrollo de los Recursos Hídricos (WWDR)

Garantizar el suministro de agua

La ciencia al servicio de un futuro sostenible

Imagen: Anastasia Mityukova