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Construir la paz en la mente de los hombres y de las mujeres

Gran angular

Una escuela de segunda oportunidad en Montreal

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Momento de pausa con la educadora Mélanie Bélanger. En cada clase hay un educador que ayuda a encauzar las reacciones emotivas de los alumnos.

Conseguir el éxito académico de los alumnos que fracasan en el modelo de escuela tradicional: ese es el reto que afrontan a diario los docentes del Centro de Integración Escolar de Montreal (Canadá), donde se escolariza a estudiantes con itinerarios académicos caóticos. Ganar su confianza es la condición previa para lograr que aprendan.   

Lyne Fréchet, periodista canadiense

Las paredes de ladrillo del Centro de Integración Escolar (CIE) de Montreal, los dibujos pegados en las paredes y en los destartalados casilleros de los alumnos, y las aulas con filas de pupitres alineados frente a la pizarra, así como el ruidoso bullicio de los estudiantes que suben por la escalera principal del edificio a las ocho de la mañana para asistir a clase, son prácticamente idénticos a los de otras muchas escuelas de esta ciudad canadiense. Pero la semejanza acaba aquí. 

En efecto, en este colegio del barrio de Rosemont se acoge desde hace unos 50 años a alumnos inestables de edades comprendidas entre seis y dieciocho años con dificultades psicológicas y de aprendizaje. El pasado de algunos de ellos se caracteriza por la existencia de itinerarios académicos caóticos, situaciones familiares difíciles e incluso de problemas con las autoridades judiciales. Además, su déficit de aprendizaje escolar suele ser muy considerable por haber suspendido cursos repetidas veces, haber sido expulsados con frecuencia de los centros docentes y haber sido relegados al fondo de las aulas para cursar programas especiales destinados a alumnos difíciles. Ingresar en el CIE supone para ellos iniciar una nueva vida escolar sobre bases distintas. 

A finales de junio, una semana antes de las vacaciones estivales, los ánimos de los alumnos están un tanto enardecidos en la clase de sexto grado de primaria porque va a dar comienzo el examen de la asignatura “Universo Social”. Impartida en los ciclos de enseñanza primaria y secundaria, esta materia trata de la historia política y social de Quebec. Los estudiantes se agitan en los asientos y su joven maestra, Kenia Alvarado-Lara, les anuncia que las preguntas van a versar sobre “los locos años veinte” del siglo pasado y la explosión demográfica de la posguerra mundial.

En ese preciso instante se empiezan a escuchar en una pared del aula ruidos sordos procedentes de la clase contigua. Equipados con sendos radioteléfonos, varios miembros del personal de la escuela acuden rápidamente para intervenir, pero algunos docentes ya han conseguido apaciguar al muchacho que aporreaba la pared. Está tendido en una colchoneta, colocada a distancia de los demás alumnos, y dos cuidadoras permanecen a su lado para tranquilizarlo.

Traslados continuos de escuela

Este tipo de disturbio no es excepcional, especialmente cuando se acerca el final del año lectivo. Ysabelle Chouinard, directora del CIE después de haber ejercido la docencia en el Centro durante 17 años, dice al respecto que “muchos alumnos sufren trastornos de apego emocional y se ponen ansiosos cuando llegan las vacaciones, porque no saben lo que les espera en casa y se inquietan por tener que separarse de sus profesores”. Son inmensas las necesidades afectivas de numerosos jóvenes del CIE, cuya vida ha sido un incesante vaivén entre escuelas y familias diferentes.

Es preciso arreglárselas con las crisis emotivas, las alteraciones bruscas del comportamiento y las conductas violentas de algunos escolares que a veces requieren incluso intervenciones de la policía. Podría parecer que el CIE cuenta con un número desproporcionadamente elevado de locales para sus 84 alumnos, pero los estallidos de actos imprevisibles, gritos y altercados exigen disponer de locales suficientes para que esos incidentes queden aislados y no afecten a los demás estudiantes. 

Para trabajar en el CIE hay que tener las espaldas muy anchas. El peso del funcionamiento de esta escuela, única en su género en Quebec, recae sobre los hombros de su directora y de doce profesores, una asistenta social y un educador especializado. Muchos docentes y becarios que llegan al CIE con el propósito de ayudar a niños y jóvenes con dificultades, lo abandonan un tanto confusos al cabo de pocos meses. 

Kenia nos relata el amargo recuerdo que guarda de su primer año de docencia. “Enseñaba en una clase de primer grado del ciclo de secundaria compuesta por 16 alumnos, todos eran casos extremadamente difíciles. En un colegio tradicional, los escolares de ese curso se hallan en una edad ya de por sí difícil, pero con los del CIE tuve además que hacer frente a insultos, agresiones y conflictos. Lloraba a menudo, me tomaba muy a pecho las injurias y empecé a padecer insomnio”.

Con el correr del tiempo, Kenia consiguió encontrar el método para actuar con esos alumnos difíciles. “Logré” –dice– “establecer con ellos relaciones que me permiten ahora superar todos los obstáculos. El respeto mutuo se fue instaurando poco a poco. Otro factor positivo fue la confianza que depositó en mí la directora. Cuando me abandonaban las fuerzas, me invitaba a que tomara un día de descanso. Cuidarse a sí misma también es importante”.

Docente del CIE desde hace diez años, Roxanne Gagnon-Houle también ha aprendido a adaptarse a situaciones de gran intensidad emotiva. Los estudiantes la idolatran y ella ama su profesión y tiene fe en su trabajo. Solamente una vez vacilaron ese amor y esa fe: el día en que se interpuso en una reyerta entre alumnos y sufrió la fractura de varias costillas. “En el ciclo de secundaria he tenido alumnos que han padecido las consecuencias negativas del vagabundeo, la toxicomanía y los trastornos psiquiátricos. La única forma de lograr que aprendan estriba en establecer una relación de confianza, dar muestras de honradez intelectual y contraer un compromiso sincero con ellos”.

Confianza, honradez, respeto y empatía son las palabras que más a menudo pronuncian los maestros y educadores del CIE. Su labor sería imposible, si no estrechasen pacientemente con sus pupilos vínculos basados en todos esos conceptos y actitudes. 

“No se puede tratar de la misma manera al alumno que manifiesta un trastorno oposicionista desafiante y al que padece de un trastorno reactivo del apego, aunque a ambos se les deba tranquilizar y alentar por igual. Si un pupilo me insulta, tengo que trascender la injuria y buscar sus causas. Hay días en que los escolares son incapaces de verbalizar sus sentimientos. Mi deber es dedicarles el tiempo necesario. Un educando que escupe o muerde, es alguien que está deseando decirnos algo”. Así se expresa Luc Fugère, educador del CIE desde hace 28 años, cuyo cometido consiste en ayudar a los jóvenes a controlar sus emociones. 

Los estudiantes del Centro recibieron una formación universitaria de cuatro años de adaptación escolar, una especialidad que permite enseñar a los alumnos que requieren una atención especial.

Devolverles el placer de aprender

Los docentes han aprendido a detectar los trastornos psicológicos de los educandos, a respetar el ritmo de aprendizaje de los niños disléxicos, a controlar y dirigir clases con alumnos difíciles, etc. Sin embargo, no todo se aprende en los bancos de la universidad. También es preciso mostrar un gran espíritu de iniciativa y creatividad para que se interesen de nuevo por el aprendizaje todos los alumnos cuya relación anterior con la escuela resultó ser negativa.

“Cuando llegué al CIE” –relata Kenia– “solo tenía una pizarra, tizas y libros. ¿Qué iba a poder hacer con todo eso? Estaba firmemente convencida de que en el Centro no podría desempeñar mi trabajo como en una escuela corriente cualquiera”. Lo que hizo fue pedir prestado un proyector a su hermano y solicitar a la directora que le proporcionara un teléfono móvil. A partir de entonces preparó cursos interactivos con vídeos y fotos que lograron captar la atención del alumnado. “Ya no tuve que ocuparme del control y la gestión de la clase –agrega– e incorporé  este método a la enseñanza de todas la asignaturas, dando simplemente a cada alumno un lápiz para que tomara notas. ¡El sistema funcionó!”.

Emma Chouinard-Cintrao está acabando sus estudios para obtener el título de “Adaptación Escolar” e imparte clases a los alumnos de tercer grado del CIE desde hace tan solo unos meses. Para alentarlos a aprender, no vacila en prescindir de los métodos clásicos trillados y recurrir a juegos pedagógicos innovadores. Por ejemplo, para que los alumnos se aficionen a las matemáticas organiza ventas de bizcochos caseros y bebidas refrescantes fuera de la escuela, a fin de que aprendan las fracciones y se familiaricen con ellas. 

También forma parte del acervo pedagógico del CIE el recurso a la zooterapia en colaboración con especialistas. Algunas clases cuentan con animales de diversos tipos: conejillos de Indias; en preescolar; tres ratas, en el primer curso de primaria; y varios hurones y conejos, en el curso inicial de secundaria. También se organizan jornadas de zooterapia con especialistas para ayudar a algunos estudiantes a comunicar. Por ejemplo, los alumnos más tímidos aprenden a situarse en el entorno escolar y social dando órdenes a un perro. 

Toda esa labor pedagógica es fructífera. Andrew, un alumno de 15 años que fue expulsado de su anterior escuela en el último curso de primaria, ha asistido en el CIE a sesiones de control de la ira y ahora se siente mejor. “Soy impulsivo” –dice– “y cuando me enojo me pongo a aporrearlo todo. En el Centro me han ayudado a encontrar medios para cambiar mi carácter”.

Joé, otro escolar de 12 años, corrobora ese testimonio con estas palabras: “Tengo un problema de comportamiento y en mi antigua escuela me peleaba sin cesar, pero aquí hay personas que nos ayudan a controlarnos cuando estallan las disputas”.

El aprendizaje escolar resulta posible cuando se lleva a cabo con los alumnos una paciente labor pedagógica que les permita canalizar su agresividad y expresarse. “Al principio” –dice Kenia– “tenía la impresión de que era inútil enseñar a niños y jóvenes con tantos problemas de comportamiento, y también creía que iba a ser casi imposible que progresaran en los estudios. Sin embargo, los alumnos del CIE logran desarrollar sus competencias académicas muy considerables, lo que demuestra que hay muchas formas de enseñar de modo distinto”. 

Ysabelle Chouinard señala que las posibilidades de que los alumnos del CIE retornen al sistema general de enseñanza son mayores cuando ingresan muy jóvenes en el Centro. Menciona, por ejemplo, el caso de Stéphanie que actualmente cursa estudios universitarios para la obtención de una Maestría en comunicación, o en otro plano el caso de un alumno contratado por un equipo profesional de baloncesto de los Estados Unidos. “Nuestro objetivo no es lograr a toda costa que el conjunto de los alumnos acceda a los estudios universitarios. Lo que pretendemos es que se realicen como personas adultas. Esto es lo más importante y ya es mucho de por sí”.