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Construir la paz en la mente de los hombres y de las mujeres

Gran angular

En Valparaíso, dar clases tras las rejas

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La escuela Juan Luis Vives se encuentra en un centro penitenciario de Valparaíso (Chile). Fundado en 1999, este establecimiento dispensa a los reclusos enseñanza básica, educación secundaria y formación profesional.

En la parte alta de la ciudad portuaria de Valparaíso, en la costa chilena, la escuela Juan Luis Vives existe desde 1999. Hoy en día la escuela acoge a 550 educandos y su peculiaridad es que se halla en el núcleo de la cárcel de Valparaíso. Cada día, los docentes que ejercen su profesión allí deben hacer frente a las dificultades del mundo penitenciario, a las disparidades de nivel y a las emociones a flor de piel. En 2015 este centro educativo ganó el Premio Internacional de Alfabetización UNESCO-Confucio.

Carolina Jerez Henríquez, Oficina Regional de la UNESCO en Santiago de Chile

Lejos del centro histórico Patrimonio Mundial de la UNESCO, la cárcel de Valparaíso está ubicada en un barrio a merced del viento, fuera del ajetreo de los turistas y en medio de una de las áreas más vulnerables de la ciudad. Allí se encuentra la escuela Juan Luis Vives en la que estudian los reclusos que asisten para reanudar una escolaridad interrumpida o tomar cursos de formación profesional. En todos los casos se trata de prepararse mejor para la vida que les espera fuera, una vez que cumplan sus condenas.

En la escuela Juan Luis Vives todos los días son diferentes. “No es posible anticipar lo que va a suceder y todo depende mucho –nos explica un docente– de si pasa algo adentro, o si, por ejemplo, allanan o revisan a los internos. Hay días en los que se puede tener un horario normal. Otros, ni siquiera se puede dar clases”.

Sonia Álvarez es profesora de Historia y de Educación Cívica. Desde hace 40 años trabaja por el derecho a la educación de personas en contextos de detención. “Antes tenía la impresión de que me faltaba algo. Ahora sé que lo que hago es indispensable”, declara mientras sube los escalones que llevan al segundo piso de la escuela, un espacio completamente nuevo que concibió ella misma e hizo construir en el marco del centro penitenciario gracias a fondos públicos y privados.

Con estas dificultades propias de la realidad carcelaria, la escuela imparte educación básica, secundaria y técnico-profesional vinculada con la gastronomía y la alimentación colectiva que permite proporcionar a los detenidos un oficio y aumentar sus posibilidades de encontrar trabajo más allá de las rejas.

Darle un sentido a la trayectoria individual

Según la Coordinación Nacional de Educación de Personas Jóvenes y Adultas de Chile, en 2018 había 72 centros educativos dentro de los recintos penitenciarios del país. La Escuela Juan Luis Vives forma parte de esta red y quienes trabajan junto a Sonia Álvarez creen que la educación es un proceso liberador que renueva la condición social del individuo —como diría el pedagogo brasileño Paulo Freire— tanto en la cárcel como fuera de ella, y que les ayuda a reflexionar y dar sentido a este proceso.

Enseñar en estos contextos es un desafío de cada día.  “Mucho tiene que ver con la motivación del docente y con tener un concepto de educación de calidad que sea pertinente para el alumnado”, explica Jassmin Dapik, una de las docentes. “Aquí es vital que el profesor tenga la creatividad necesaria para que lo que imparta sea útil. Como docentes necesitamos enseñarles para que puedan seguir estudiando y, sobre todo, para que puedan desenvolverse como ciudadanos y tomen decisiones correctas”, añade.

Pero la función de los docentes no se limita a la transmisión de conocimientos, sino que contribuyen también a que los reclusos recuperen parte de su autoestima. “Una de las cosas más importantes es que los maestros no nos traten como presos”, afirma José, quien cumple una condena en la cárcel de Valparaíso y asiste regularmente a clases. “Para ellos somos personas que tenemos dignidad y derechos, quieren que salgamos mejores personas que cuando entramos aquí y para eso deben tener empatía”, puntualiza Carlos, otro recluso. “Y es por esa característica que cuando estamos con los profesores en clases, no nos sentimos en la cárcel, sino como personas libres”, agrega.

Momentos privilegiados, fuera de la cárcel, las clases proporcionan un lugar en el que se liberan la palabra y las historias difíciles de contar. “Yo los llamo supervivientes y aquí, detrás de cada persona, hay dramas terribles y uno como docente debe asimilar esa información y construir dinámicas para enfrentarse a esta realidad. Los alumnos están disminuidos en todo orden de cosas. Más que la educación académica, nosotros nos dedicamos al rescate del ser humano”, explica Leopoldo Bravo, otro docente.

Jessica León es una psicóloga que secunda la labor del profesorado en esta escuela e incentiva a los alumnos para que estén más abiertos al proceso de aprendizaje, gracias al Programa de Integración Escolar (PIE), que le permite apoyar el trabajo de los docentes. “Es muy necesario —dice Jessica—, porque en este contexto deben poner mucho esfuerzo para suplir de alguna manera las lagunas que tienen los internos en el plano académico y emocional. Para nosotros como equipo es muy importante mantener la armonía en un contexto en el cual hay emociones encontradas”.

Los propios internos reconocen que los docentes que trabajan intramuros tienen una tarea muy ardua. Los estudiantes cuentan que presentan problemas de concentración, que les cuesta, y que no tienen el tiempo necesario para avanzar, como sí ocurre en las escuelas “regulares”. “Dependemos mucho de lo que los gendarmes decidan, no tenemos un horario corrido”, indica José.

Sortear las dificultades

Otro de los principales desafíos es que apenas existen planes y programas de estudio dedicados específicamente a esta realidad o adaptados a la situación de estos alumnos. De hecho, son los mismos docentes quienes, sin una preparación específica, diseñan estrategias, planifican actividades y evalúan contenidos para que las clases sean pertinentes y el aprendizaje, útil.

Además, las clases en los recintos penitenciarios suelen ser multigrado, con estudiantes provenientes de distintos contextos y con capacidades diversas, por lo cual planificar una clase es una tarea imprescindible y una apuesta diaria. “Debemos tener todo esto en cuenta al preparar nuestro día. Debemos considerar lo que voy a enseñar y qué valores les quiero entregar, porque nuestra clase se basa más bien en conceptos, queremos que les quede algo”, dice Jassmin Dapik. Para eso, usando como base los planes de estudio del Ministerio de Educación de Chile, el profesorado de la Escuela Juan Luis Vives realiza adaptaciones dirigidas a personas con distintos tipos de aprendizaje y necesidades diferentes.

Un reto adicional es poder nivelarlos, porque a menudo su trayectoria académica ha sido interrumpida una o más veces. El ausentismo, bastante frecuente, es otro obstáculo que dificulta la continuidad en sus estudios. Esta historia repetida no los desanima: “Sabemos que la educación transforma y esos cambios los podemos ir viendo a través del tiempo, esa es la satisfacción”, nos dice el profesor Leopoldo.