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Construir la paz en la mente de los hombres y de las mujeres

Ideas

Los orígenes de la violencia

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La Cueva de las Manos, río Pinturas, provincia de Santa Cruz (Argentina), es uno de los más importantes del hábitat de los primeros grupos de cazadores-recolectores de América del Sur.

Hoy en día la imagen de los humanos prehistóricos salvajes y guerreros parece ser tan solo un mito forjado en la segunda mitad del siglo XIX. Las investigaciones arqueológicas nos muestran que la violencia colectiva surge en realidad con la sedentarización de las comunidades humanas y la transición de una economía predatoria de la naturaleza a una economía de producción. 

Marylène Patou-Mathis

En la imaginación del público, las sociedades humanas de la Prehistoria se perciben en general como violentas y en conflicto permanente, pero debemos preguntarnos si eran tan violentas como las contemporáneas. Solamente los vestigios arqueológicos pueden proporcionarnos elementos para responder a esta interrogante. Para caracterizar un acto como violento, los arqueólogos analizan los impactos de proyectiles y las heridas presentes en los hallazgos de restos óseos humanos fosilizados, el estado de conservación de los esqueletos y el contexto en el que se han descubierto. 

Las huellas más antiguas de violencia del hombre de que disponemos actualmente son las resultantes de la práctica del canibalismo. En efecto, en osamentas humanas del Paleolítico se han observado vestigios de desarticulaciones, descarnaduras, fracturas y calcinaciones de cuerpos. De esta práctica relativamente rara, surgida hace unos 780.000 años, se han encontrado rastros en el conjunto de yacimientos arqueológicos y paleontológicos de la Sierra de Atapuerca (España), y se sabe que perduró en otras sociedades de cazadores-recolectores nómadas del Paleolítico y entre comunidades agropecuarias del Neolítico. Sin embargo, estos testimonios de los actos de seres humanos con los cuerpos de sus semejantes plantean el interrogante de si se mató efectivamente a las víctimas para consumirlas, ya que el canibalismo alimentario se practica a veces con personas fallecidas por causas naturales, por ejemplo en los casos de endocanibalismo ritual funerario en el que los parientes y allegados de un difunto se nutren de su cuerpo después del óbito. 

Canibalismo y muertes violentas

Solamente la presencia de huesos humanos con rastros de decapitación o de heridas mortales ocasionadas por proyectiles o instrumentos contundentes puede confirmar las hipótesis de que los cuerpos consumidos pertenecían a víctimas de una muerte violenta. Se han observado menos de 30 casos de este tipo en lo que respecta al periodo Paleolítico. De todos modos, aún no se ha despejado la siguiente duda: ¿pertenecían a una misma comunidad humana los “consumidores” y los “consumidos”? Pese a que el canibalismo alimentario y ritual ha quedado atestiguado en varios yacimientos arqueológicos paleolíticos, a menudo resulta difícil saber si se trata de muestras de una práctica realizada en el seno de una comunidad (endocanibalismo) o con personas ajenas a esta (exocanibalismo). 

Fuera del contexto particular antes mencionado, lo que se puede afirmar es que en centenares de restos óseos humanos con una antigüedad superior a 12.000 años solamente se han podido identificar algo menos de una docena de casos de muertes producidas por impactos de proyectiles o golpes asestados en la cabeza. Una vez más conviene preguntarse si esas heridas fueron el resultado de accidentes o de actos de violencia perpetrados en un conflicto entre personas, grupos o comunidades. Es arduo hacer una distinción cuando los restos datan de periodos tan lejanos. No obstante, en diferentes ocasiones se han podido constatar cicatrizaciones de las lesiones, en particular las originadas por choques sufridos o golpes asestados en el cráneo. 

Eso muestra que no se puso fin a la vida de las personas heridas, lo cual podría ser una prueba indiciaria de que fueron víctimas de un accidente o de una riña entre dos individuos. En los demás casos, la pregunta que cabe formular atañe a la identidad del agresor: ¿era un miembro de la comunidad de la víctima o una persona ajena a esta? En la actualidad, no es posible responder a esta pregunta. Por otra parte, la práctica de usar huesos humanos para la confección de objetos domésticos o de adorno plantea el problema de averiguar en qué condiciones fallecieron las personas a las que pertenecían esos restos. En la mayoría de los casos es difícil llegar a la conclusión de que fueron víctimas de una muerte violenta, ya que también podría tratarse de personas que recibían un tratamiento funerario especial.

De los datos arqueológicos disponibles se puede deducir que en el Paleolítico se daba una forma de violencia patentizada por la existencia de ceremonias caníbales, pero ninguno de ellos atestigua la existencia de una violencia de carácter colectivo. En la mayoría de los casos de violencias conocidos –dejando aparte los de canibalismo– solo contados individuos las sufrían, lo que puede denotar la existencia de conflictos personales, raras veces mortales, o de ritos sacrificiales. 

De ahí que sea razonable pensar que en el Paleolítico no existió la guerra en sentido estricto. Esta ausencia del fenómeno bélico se puede explicar por diversos motivos: una demografía endeble, un territorio de subsistencia suficientemente rico y diversificado, la inexistencia de bienes acumulados y la presencia de estructuras sociales igualitarias y escasamente jerarquizadas. En los pequeños clanes de cazadores-recolectores nómadas, la colaboración y la ayuda mutua entre todos sus miembros eran imprescindibles. Asimismo, era indispensable un buen entendimiento entre ellos para reproducirse y asegurar su descendencia. El presunto “salvajismo” de los hombres prehistóricos parece ser, por consiguiente, un mito forjado entre la segunda mitad del siglo XIX y los inicios del siglo XX para reforzar el discurso relativo a los progresos realizados por la especie humana desde sus orígenes y el concepto de civilización. La imagen de una era prehistórica “violenta y guerrera” es el resultado de esa construcción intelectual popularizada por escritores y artistas. 

Desarrollo de los conflictos

La violencia colectiva surge al parecer en el Cercano Oriente con la sedentarización de comunidades humanas hacia finales del Paleolítico, esto es, unos 13.000 años antes de nuestra era. Pero las víctimas de esa violencia colectiva suelen ser por regla general individuos aislados o grupos reducidos de personas, lo que puede revelar tan solo la existencia de conflictos en el seno de una comunidad y la aparición de los sacrificios humanos. Sin embargo, en dos yacimientos arqueológicos se han encontrado vestigios que constituyen una excepción a esa regla: el “Sitio 117”, ubicado en el Jebel Sahaba, que se halla en la margen derecha del Nilo cerca de la frontera septentrional del Sudán con Egipto; y el sitio de Nataruk, situado en el noroeste de Kenya. 

En la necrópolis del Jebel Sahaba se han exhumado de varias fosas cubiertas con lápidas 59 esqueletos de hombres, mujeres y niños de toda edad fallecidos entre 14.340 y 13.140 años atrás. La mitad de esas personas perecieron de muerte violenta por golpes asestados sobre todo en la cabeza, pedradas y perforaciones con lanzas cuyas puntas se han encontrado clavadas en algunos cuerpos. Además, tres de los hombres asesinados fueron probablemente rematados cuando se hallaban por tierra. Aunque queda por despejar la duda de si los 59 cuerpos fueron enterrados al mismo tiempo, este hallazgo podría atestiguar el primer caso conocido de violencia colectiva. Otro interrogante que deja el debate abierto sobre el “Sitio 117” atañe a la cuestión de saber si esa violencia se ejerció en el seno una misma comunidad o contra personas de otro grupo humano. 

Por otra parte, en el sitio de Nataruk se han encontrado 27 cuerpos de individuos fallecidos hace unos 10.000 años, y 14 de ellos –tanto hombres como mujeres y niños– fueron al parecer arrojados al fondo de un pantano. Diez de esas personas presentan señales de haber sido víctimas de actos de violencia y, además, se ha podido comprobar que dos de ellas –una mujer encinta y otro individuo– murieron con las manos atadas. Hallado a distancia considerable de un hábitat humano, este reducido grupo de cazadores-recolectores paleolíticos quizás fue exterminado por otra comunidad semejante en el transcurso de un desplazamiento.

Tránsito de la economía predatoria a la productiva

Las huellas de actos de violencia son más frecuentes en el periodo Neolítico, caracterizado por el advenimiento de numerosas transformaciones de diversa índole en los siguientes aspectos: el medioambiental (calentamiento climático) ; el económico (domesticación de plantas y animales, búsqueda de nuevos territorios y superávit y almacenamiento de bienes alimentarios); el social (sedentarización, explosión demográfica de ámbito local y aparición de élites y castas); y el religioso (sustitución de las deidades femeninas por las masculinas hacia el final del Periodo). 

Los restos humanos de varias necrópolis cuya antigüedad se remonta a unos 8.000 a 6.500 años atrás muestran la existencia de conflictos dentro de poblados y entre ellos. Así lo confirman los fragmentos de cerámicas hallados con los cuerpos y los impactos dejados en ellos por la clase de armas usadas, entre los que se observan pocos flechazos. Las víctimas atestiguan ya sea la existencia de conflictos y dramas vinculados a crisis demográficas, epidemiológicas o de gobernanza, o bien la práctica de ritos funerarios, propiciatorios, expiatorios y fundacionales con sacrificios humanos a veces acompañados por banquetes antropofágicos. Sin embargo, no se puede excluir la existencia de conflictos entre comunidades en el Neolítico, ya que está demostrada por las pinturas de 10.000 a 6.500 años de antigüedad halladas en abrigos rocosos de la Península Ibérica donde se representan escenas de combates entre grupos de arqueros, una temática guerrera que no se encuentra en el arte rupestre paleolítico. 

El tránsito de la economía predatoria a la productiva generó muy pronto un cambio radical de las estructuras sociales y, al parecer, desempeñó un papel importante en el desarrollo de los conflictos. A diferencia de la explotación directa de los recursos silvestres, la producción agraria permitió optar por la acumulación de excedentes de alimentos y así nacieron la idea de “propiedad” y las subsiguientes desigualdades. Muy rápidamente los productos alimentarios almacenados suscitaron la codicia y provocaron luchas internas en cada comunidad, así como conflictos con comunidades alógenas generados por el ansia de hacerse con un posible botín.

La aparición de las figuras sociales del jefe y el guerrero en la Europa del Neolítico –patentes en el arte rupestre y las sepulturas– es un testimonio de que el cambio a la economía productiva trajo consigo una jerarquización en las sociedades agrarias y pastorales con la aparición de una élite y de castas como la de los guerreros y, por ende, la de los esclavos, indispensables para la realización de las faenas agrícolas. Además, el surgimiento de élites con intereses y antagonismos propios originó luchas intestinas por el poder y fomentó los conflictos entre comunidades. 

Las huellas de conflictos entre poblados solo son claramente más abundantes a partir del año 5.500 antes de nuestra era, cuando se produjo la llegada de nuevos migrantes. Esos conflictos se van a multiplicar desde los inicios de la Edad del Bronce, que dio comienzo hace unos 3.000 años. En este periodo es cuando la guerra va a institucionalizarse con la aparición de las armas de metal.

Causas históricas y sociales de la violencia

Aunque hoy resulta un tanto difícil calibrar la amplitud real de los actos de violencia en la Prehistoria debido a que el estado actual de los descubrimientos e investigaciones no permite todavía una evaluación exacta de la importancia de este fenómeno, se pueden formular algunos elementos de reflexión sobre la cuestión. Por un lado, se ha observado que el número de sitios arqueológicos prehistóricos que atestiguan la existencia de acciones violentas es escaso, si se tienen en cuenta la vasta extensión geográfica de la presencia humana en la Era Prehistórica y la gran duración de esta (centenares de miles de años). Por otro lado, aunque la conducta violenta con el prójimo sea antiquísima, la guerra propiamente dicha no siempre ha existido. Su origen parece guardar relación con el desarrollo de la economía productiva que entrañó una transformación radical de las estructuras sociales. 

La violencia no está inscrita, por lo tanto, en los genes del ser humano y su aparición obedece a causas históricas y sociales. La noción de “violencia primigenia” es un mito y la guerra no es un elemento íntimamente ligado a la condición humana, sino el producto de las sociedades y de sus correspondientes culturas. Los estudios sobre los primeros grupos sociales humanos nos muestran que las comunidades de cazadores-recolectores superaban mejor las crisis cuando sus relaciones descansaban en la cooperación y ayuda mutuas, en vez de basarse en el individualismo y la competición. Con respecto a la vida real de nuestros remotos antepasados cabe decir, por último, que probablemente se situaba en un lugar intermedio entre la visión mítica de unos “cruentos albores” de la humanidad y la hipótesis quimérica de una “edad de oro” feliz, sostenidas respectivamente por los seguidores de Hobbes y Rousseau.

Marylène Patou-Mathis

Especialista en estudios prehistóricos y el hombre de Neardental, Marylène Patou-Mathis es directora de investigaciones del Centro Nacional de Investigaciones (CNRS) de Francia con destino en el Museo Nacional de Historia Natural de París.