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Aquí tienes, viejo río, los hombres que transportarán esos colosos lejos de tus aguas

29/03/2018

El 8 de marzo de 1960, la UNESCO da comienzo a su campaña internacional para la salvaguarda de los monumentos del Nubia. André Malraux, entonces Ministro de Cultura de Francia, preside la ceremonia en la sede de la UNESCO. Su discurso se publicó en El Correo de mayo de 1960. Estos son algunos extractos.

El estilo egipcio ha sido elaborado para servir de mediador, con sus formas más nobles, entre las efímeras generaciones de los hombres y las constelaciones que los conducen. Ese estilo ha divinizado la noche. Tal es lo que sentimos cuando nos acercamos, de frente, a la Esfinge de Guiza; lo que yo mismo sentía la última vez que la vi al atardecer: A lo lejos, la segunda pirámide cierra la perspectiva y hace de la colosal máscara fúnebre el guardián de un ardid tendido contra las arenas del desierto y contra las tinieblas. Es la hora en que las viejas formas vuelven a encontrar el cuchicheo de seda con el cual responde el desierto a la inmemorial prosternación del Oriente; la hora en que esas formas reaniman el lugar donde hablaron los dioses, alejan la inmensidad informe y ordenan las constelaciones que parecen surgir de la noche tan sólo para gravitar en torno de ellas.

Después de lo cual el estilo egipcio, a lo largo de tres mil años, traduce lo perecedero al lenguaje de lo eterno.

Comprendamos bien que ese estilo no nos afecta solamente como un testimonio de la historia ni como eso que antaño se llamaba la belleza. La belleza ha llegado a ser uno de los mayores enigmas de nuestro tiempo: la misteriosa presencia por la cual las obras del Egipto se unen a las estatuas de nuestras catedrales o a los templos aztecas, a las grutas de India o de China, a los cuadros de Cézanne y de Van Gogh y a las obras, en fin, de los más grandes artistas muertos o vivos, en el Tesoro de la primera civilización mundial. 

Gigantesca resurrección de la cual el Renacimiento nos parecerá en breve como un tímido esbozo. Por primera vez, la humanidad ha descubierto un lenguaje universal del arte, cuya fuerza sentimos sobremanera aunque conozcamos mal su naturaleza. Esa fuerza viene, sin duda, del hecho de que ese Tesoro del Arte, del cual por primera vez la humanidad tiene conciencia, nos aporta la más espléndida victoria de las obras humanas sobre la muerte. [...]

Nosotros, en verdad, no tenemos en común con los autores de esas estatuas el mismo sentimiento del amor ni tampoco el de la muerte y tal vez ni siquiera el modo de mirar sus obras. Pero, ante esas obras, el acento de esos escultores anónimos y olvidados durante dos largos milenios nos parece tan invulnerable a la sucesión de los imperios como el acento del amor materno. [...]

No podremos felicitaros lo bastante, señor Director General (de la UNESCO), por haber preparado un plan de una audacia magnífica y precisa, al mismo tiempo que hace de vuestra empresa un Valle de Tennessee de la arqueología. [...]

Vuestro llamamiento no pertenece a la historia del espíritu por el hecho de que quiere salvar los monumentos de Nubia, sino porque con él la primera civilización planetaria reivindica públicamente el arte mundial como su indivisible patrimonio. En la época en que creía que su herencia comenzaba en Atenas, el Occidente veía con ojos distraídos la destrucción de la Acrópolis...

En las lentas aguas del Nilo se han reflejado las multitudes desoladas de la Biblia, el ejército de Cambises y el de Alejandro, los jinetes de Bizancio y los de Alá, y los soldados de Napoleón. Cuando pasa sobre el río el viento de arenas, sin duda su vieja memoria une indiferente, la esplendorosa polvareda del triunfo de Ramsés y el polvo miserable que dejan tras de sí los ejércitos vencidos. Y una vez disipadas las arenas, el Nilo vuelve a encontrar las montañas esculpidas y los colosos cuyo inmóvil reflejo acompaña desde hace tanto tiempo su murmullo de eternidad.

Aquí tienes, viejo río cuyas crecidas permitieron a los astrólogos fijar la más antigua fecha de la historia, los hombres que transportarán esos colosos lejos de tus aguas a la vez fecundas y destructoras. Esos hombres vienen de todos los rincones de la tierra. Al caer la noche, volverás a reflejar las constelaciones bajo cuyo claror ofició Isis sus fúnebres ritos, como reflejarás también la estrella que contemplara Ramsés. Pero el más humilde de los obreros que salvarán las efigies de Isis y de Ramsés podrá decirte lo que tú has sabido siempre y que ahora escucharás por vez primera: “Sólo existe un acto sobre el cual no prevalecen la indiferencia de las constelaciones ni el eterno murmullo de los ríos, ¡y es el acto que permite al hombre arrebatar alguna cosa al imperio de la muerte!”

André Malraux