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Construir la paz en la mente de los hombres y de las mujeres

De actualidad

La renovación del puente colgante de Q’eswachaka, en Perú

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Solo se permite que crucen el puente cuatro personas a la vez.

La primera semana de junio de cada año, el conjunto de la población del distrito de Quehue, en Perú, se agrupa durante tres días para renovar colectivamente el puente de sogas tendido entre las dos orillas del río Apurímac, observando así una tradición secular cuya práctica se halla inscrita en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad desde 2013.    

Jordi Busqué, fotoreportero que trabaja en América Latina

Para llegar desde la ciudad de Cusco a Quehue es preciso recorrer en automóvil, durante cuatro horas y con la máxima prudencia, toda una serie de empinadas carreteras que zigzaguean por altos cerros. En esta primera semana de junio de 2019, cuando está finalizando la estación lluviosa, la población de esta región de los Andes meridionales peruanos se prepara para un acontecimiento muy especial: cumplir durante tres días con el rito secular de renovación del puente colgante de Q’eswachaka. 

Tendido en lo alto del vertiginoso desfiladero de Quehue por cuyo fondo discurre el río Apurímac –“oráculo del dios de la montaña” en idioma quechua–, este puente une a las comunidades huinchiri, chaupibanda y chocayhua que habitan en la orilla izquierda, con la comunidad qollana quehue asentada en la orilla derecha. Último puente de fibras vegetales subsistente en Perú, esta obra de ingeniería tradicional es todo un símbolo del vínculo estrecho que mantienen esas comunidades con su historia, sus tradiciones y la naturaleza circundante.

Días antes de que comience la fabricación del puente se corta la q’oya, una yerba pajiza que crece en las zonas altas húmedas de la cordillera andina. Esta tarea la llevan a cabo las mujeres, así como los niños que aprenden desde su más tierna infancia a trenzar las fibras de esa planta. En la calle de un pueblo vemos a una mujer golpeando un haz de q’oya contra un canto rodado para flexibilizarla, mientras que otra utiliza los tallos ya suavizados para trenzar con sorprendente destreza una cuerda. Todo el mundo se apresura para que las sogas estén listas el día que comience la instalación del nuevo puente. 

El Qhapaq Ñan

Fabricado con técnicas que se remontan a más de seis siglos de antigüedad, el puente de Q’eswachaka es un vivo testigo de una de las mayores realizaciones de la civilización incaica: el “Qhapaq Ñan” o Camino del Inca, una red de rutas construida en los Andes Centrales para comunicar entre sí sus vastos territorios, a despecho de la accidentada topografía andina, surcada por numerosos desfiladeros y cañones. Los puentes colgantes de cuerdas ofrecían la ventaja de poseer una elasticidad capaz de contrarrestar los efectos devastadores de la actividad sísmica relativamente importante de la cordillera andina. En cambio, resultaban ser menos resistentes a fenómenos meteorológicos como las lluvias que en la región caen ininterrumpidamente durante varios meses en determinadas épocas del año. El deterioro de las maromas de sostén imponía su renovación periódica, y esta costumbre ancestral es la que han perpetuado hasta nuestros días las comunidades del Apurímac con su rito anual de recambio, pese a que el puente ya no es la única vía de comunicación entre las dos orillas del río. 

El primer día de la renovación, los caminos que llevan al puente están atestados de motocicletas que transportan sogas trenzadas. Cada cabeza de familia trae una q’eswa de unos 70 metros de longitud. Un paqo o chamán hace ofrendas a los apus, espíritus de las montañas protectores de los pueblos andinos, depositando en un pequeño altar cercano al puente fetos de llamas, mazorcas de maíz y diversos objetos. El oficiante también ofrece a ratos una bebida alcohólica a los hombres que van a participar en la reconstrucción del puente. Asimismo, en una de las extremidades de este se alimenta una hoguera en la que arde el corazón de un ovino sacrificado a los apus. El propósito de esta liturgia es lograr que los espíritus protejan a los constructores, impidiendo cualquier accidente durante sus faenas. 

El segundo día, en los dos extremos del antiguo puente se cortan las cuatro maromas de q’oya que forman el tablero y las dos que sirven de barandas, lo que provoca su estruendosa caída en el cauce del río y su inmediato arrastre por la impetuosidad de las aguas. Por tradición, solamente los hombres pueden participar en el tendido del nuevo puente, mientras que las mujeres se mantienen apartadas en el talud del desfiladero trenzando más cuerdas. Una vez tendidas las seis nuevas maromas de una orilla a otra del Apurímac, se amarran sólidamente a los pilares de piedra situados a cada lado del barranco. 

El trabajo comunitario, costumbre social incaica

Una gran parte de la segunda jornada se dedica a la operación de lograr que las gruesas maromas de sostén alcancen el grado de tensión requerido, empleando exclusivamente una fuerza de tracción humana. Varios contramaestres dirigen esta fase, guiando y fijando el ritmo a los hombres que tensan las maromas. Las sucesivas etapas de construcción del puente son supervisadas por algunos veteranos y dos chakaruwaq, artesanos expertos en técnicas de trenzado que se transmiten de generación en generación. La modalidad laboral que aplican se inspira en la mink’a incaica, esto es, en el trabajo colectivo de realización de obras importantes en beneficio de toda la comunidad. 

El tercer día, dos grupos de hombres insensibles al vértigo parten simultáneamente de cada extremo del puente para ir atando poco a poco las maromas del tablero con las de las barandas mediante cuerdas menos gruesas. De este modo van creando progresivamente los antepechos que permitirán cruzar el puente con toda seguridad. Los dos grupos se encuentran finalmente en medio del puente y, al anudar la última soga, levantan los brazos en señal de victoria suscitando una gran ovación de la muchedumbre que los observó atentamente. 

Los participantes en la construcción del puente son los primeros en atravesarlo, seguidos después por todos los aldeanos. Por medida de precaución solo se permite que crucen el puente cuatro personas a la vez y, como el gentío es muy numeroso, transcurre mucho tiempo antes de que todos los presentes puedan franquear el desfiladero. La renovación del puente se ultima así sin utilizar en su proceso de reconstrucción una sola máquina o instrumento, recurriendo exclusivamente a un material natural, la q’oya, y a la habilidad y fuerza humanas.

La renovación del puente culmina con una serie de festejos en los que participan todas las comunidades. Un grupo musical interpreta en un escenario canciones tradicionales de la región. Niños y niñas de los pueblos vecinos participan en un concurso de baile. Son ellos los que dentro de algunos años garantizarán el relevo, así como la perdurabilidad del rito de renovación del puente colgante de Q’eswachaka.

Este artículo se publica con motivo de la 14ª reunión del Comité Intergubernamental para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial que tendrá lugar del 9 al 14 de diciembre en Bogotá (Colombia).