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Gran angular

Bajo los adoquines, las especies salvajes

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Algunas especies son capaces de adaptarse rápidamente al medio urbano, como estas dos cotorras posadas en un balcón de París.

Es una paradoja: aunque la urbanización es una de las causas principales de la destrucción de la diversidad biológica, las ciudades sirven ahora de refugio a especies silvestres cuyos ecosistemas naturales se han deteriorado. En el futuro, podrían convertirse en polos de conservación de la biodiversidad, siempre que se apliquen políticas de preservación.

Loïc Chauveau
Periodista especializado en asuntos medioambientales en París, Francia

Cotorras en los parques de Bruselas, Amsterdam o Londres; plantas silvestres que crecen en el asfalto; edificios industriales invadidos por murciélagos o rapaces: estudios recientes ponen de relieve la asombrosa capacidad de determinadas especies para adaptarse al medio ambiente ruidoso y densamente poblado que conforman las ciudades.  

Sin duda es cuestión de supervivencia. Las ciudades, que de aquí a 2050 acogerán a dos de cada tres habitantes del planeta, según el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de Naciones Unidas, no paran de crecer, en detrimento de los espacios naturales, los bosques y las tierras cultivables. El deterioro del hábitat natural, la contaminación del agua y el suelo, y el uso de pesticidas son otros tantos factores que perturban y destruyen los ecosistemas y las especies que estos acogen. Según estudios prospectivos realizados por científicos de la Universidad de Pennsylvania (Estados Unidos), el 90% del espacio natural que alberga hoy a especies endémicas podría desaparecer en los próximos años a causa del crecimiento urbano.   

Según otro estudio efectuado por investigadores de la Universidad de Yale (Estados Unidos), hay en el mundo 423 núcleos urbanos de más de 300.000 habitantes que, efectivamente, se han desarrollado en zonas de abundante biodiversidad. Por ejemplo, Yakarta (Indonesia), que de aquí a 2030 debería alcanzar los tres millones de habitantes, está situada en el centro de Sundaland, una región cuya diversidad biológica figura entre las más ricas del planeta. 

Por lo tanto, la amenaza que el crecimiento urbano plantea a la biodiversidad es un hecho real. Sin embargo, la naturaleza no siempre capitula ante el avance del asfalto. Las concentraciones más débiles de pesticidas, la ausencia de caza furtiva, la diversidad de hábitats, los inviernos menos crudos y la disponibilidad de agua y alimento durante todo el año propician la implantación de animales o plantas que buscan nuevos espacios. Pero no todas las especies pueden convertirse en ciudadanas. En realidad, solo lo logran las que tienen la disposición genética necesaria para adaptarse al nuevo entorno, los animales que tienen un ciclo reproductivo corto o los que son capaces de prosperar con una alimentación variada.

El ingenio del mundo animal

“Hay una dinámica natural basada en la adaptación que permite que las especies vegetales y animales puedan invadir ese medio ambiente nuevo, ya sea mediante un cambio de hábitos o una modificación genética”, explica el ecólogo Pierre-Olivier Cheptou, del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia. En un artículo publicado en la revista de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, PNAS), Cheptou señala que el cardo conocido como “crépis de Nîmes” (Crepis sancta), que suele crecer en las alamedas y junto a las aceras de las ciudades mediterráneas, ha realizado esfuerzos ingentes para adaptarse a un medio que originalmente no era el suyo. En pocas generaciones la Crepis sancta modificó su estrategia reproductiva, dio prioridad a la generación de semillas pesadas que le facilitan la reproducción a corta distancia y dejó de segregar la simiente ligera, incapaz de florecer en el asfalto.

La fauna también ha demostrado ingeniosidad en la conquista de entornos que podrían resultarle hostiles. Con el fin de adaptarse, algunos pájaros son capaces de cambiar de hábitos de vida e incluso de morfología. En la familia del carbonero común (Parus major), los ejemplares más vivaces y agresivos son los que colonizan las ciudades. Estas aves ponen huevos más pronto y tienen polluelos menos robustos, porque el acceso a la alimentación es más fácil en su nuevo entorno. Y hay otra diferencia: los carboneros que anidan en la ciudad, que son más dinámicos y están sujetos a un mayor estrés, cantan con más fuerza para superar el ruido de la urbe. 

El mundo animal da muestra de altas dosis de ingenio para conquistar medios hostiles

Anna Catarina Miranda, en un estudio publicado en septiembre de 2013 por la revista Global Change Biology, ha comparado las diferencias de comportamiento entre los mirlos de la ciudad y los del campo. Al parecer, los pájaros urbanos se muestran más desconfiados ante los objetos nuevos y muestran menos inclinación a acercarse a determinados lugares, aunque ya estén familiarizados con ellos.

Zarzas y gramíneas silvestres en las aceras

Sin embargo, para que la biodiversidad urbana pueda desarrollarse, tendría que recibir una atención especial de parte de los responsables políticos. “Habrá que modificar totalmente el ordenamiento urbano”, explica Philippe Clergeau, ecólogo del Museo Nacional de Historia Natural de París (Francia). “Será preciso prescindir de las hileras de árboles de una misma especie o de los jardines dispuestos de manera artificial. Tendremos que crear auténticos ecosistemas, parecidos a los que hay en campos y bosques”. Los macizos de zarzas, los árboles frutales y las gramíneas silvestres deben colonizar las aceras. Habrá que establecer una continuidad vegetal entre el campo y la ciudad, mediante la creación de “pasillos” naturales. Tanto las fachadas como los techos de los edificios deberán cubrirse de vegetación.   

Los ecólogos ven perfilarse dos modelos de urbanismo: el modelo de economía del espacio o land sparing y el distributivo o land sharing. El primer modelo implica una frontera fuerte entre un hábitat denso y vastas extensiones naturales, similares al Parque Nacional Sanjay Gandhi, que cuenta con 104 kilómetros cuadrados de bosques ricos en biodiversidad situado en el barrio de Borivali, apenas a 40 kilómetros de pleno centro de Mumbai, la ciudad más grande de India. La veintena de leopardos que viven en el bosque se alimentan principalmente de perros domésticos de los barrios periféricos. Se han producido algunos ataques contra seres humanos, pero las medidas de protección adoptadas y la limitación del número de felinos facilitan actualmente una cohabitación alerta. En el modelo distributivo, en cambio, la naturaleza se diluye en el tejido urbano por una sucesión de paisajes enyerbados, pequeños jardines y espacios verdes de barrio.

Kevin Gaston, investigador de la Universidad de Exeter (Reino Unido), se esfuerza por comprender las ventajas y los inconvenientes que para la biodiversidad representan estos dos modelos urbanos. Es en Tokio, en Japón, donde Gaston ha encontrado un terreno de experimentación lo suficientemente variado como para comparar los efectos del hábitat denso y el extensivo sobre dos poblaciones de insectos, los escarabajos y las mariposas. “En las zonas muy urbanizadas, es la economía del espacio el modelo que más facilita la preservación de las especies”, afirma el científico, que ha publicado sus trabajos en el Journal of Applied Ecology. “Pero, en realidad, todo depende de la presión urbana. Donde existe una demanda fuerte, la ciudad debe ser densa y ha de existir una barrera entre ella y la naturaleza. Donde la presión es menor, el modelo de land sparing puede resultar más favorable”.

Estas investigaciones científicas arrojan luz sobre las decisiones que tendrán que tomar los urbanistas para planificar las ciudades del futuro. Algunos ayuntamientos, como los de Melbourne, Singapur o Ciudad del Cabo, ya se aplican a esta tarea. Porque la biodiversidad urbana garantiza ventajas nada desdeñables a los ciudadanos. Permite en particular luchar contra los islotes de calor y el peligro de las inundaciones, así como mejorar la calidad del aire, el agua y los suelos, y además proporciona beneficios demostrados para la salud. En un estudio realizado en 2016, la Organización Mundial de la Salud (OMS) sostenía que los espacios verdes de las ciudades contribuyen al bienestar psicológico y a la reducción del estrés, así como al incremento de la actividad física de sus habitantes.

La biodiversidad urbana permite mejorar la calidad del aire, el agua y los suelos

La ecología urbana encierra todavía muchos interrogantes sobre la capacidad de adaptación de las especies, en particular bajo los efectos del cambio climático. Y la disciplina no debería obviar un reto importante que reserva el porvenir: la preservación de la diversidad biológica en el medio natural.

Lecturas complémentarias :

La ecología urbana al pie de la letra, El Correo de la UNESCO, junio de 2009
São Paulo: ecoturismo en la periferia, El nuevo Correo, mayo de 2005

 

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