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Ideas

La ciencia abierta, una utopía que gana terreno

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Ilustración: © Boris Séméniako para El Correo de la UNESCO

Con la pandemia de COVID-19 se han conseguido grandes avances a la hora de compartir datos científicos. Sin embargo, el camino para lograr una verdadera “ciencia abierta” todavía es largo. Aunque la idea de un bien común avanza, sobre todo entre las nuevas generaciones de investigadores, la mercantilización del saber científico sigue siendo la regla general. Definir este vínculo será el factor determinante de la futura relación de los ciudadanos con la ciencia.

Chérifa Boukacem-Zeghmouri
Profesora de Ciencias de la Información y la Comunicación de la Universidad Claude Bernard de Lyon, Francia

La pandemia de COVID-19 ha impulsado considerablemente la colaboración y la puesta en común de conocimientos científicos entre investigadores para luchar contra el coronavirus, aplicar los tratamientos más adecuados y, sobre todo, encontrar una vacuna. En plena crisis, grandes grupos empresariales de la edición científica –Elsevier, Springer o Nature, por ejemplo– facilitaron a los investigadores del mundo entero el libre acceso a miles de artículos científicos para que conocieran los últimos avances de la ciencia y pudiesen así acelerar sus trabajos.

Entre los grupos de investigadores también se facilitó el acceso mutuo a los nuevos elementos impulsores de la investigación –los datos y metadatos– para aprovecharlos conjuntamente. Bien común de toda la humanidad, la ciencia pudo, gracias a la pandemia, romper temporalmente con antiguas y arraigadas barreras que obstaculizan su difusión y que han sido impuestas por la apropiación mercantil de su caudal de conocimientos.

Estos hechos han impulsado el debate sobre las ventajas de una “ciencia abierta”. Si hoy en día la necesidad de apertura es cada vez más evidente, es porque la ciencia se ha vuelto en parte inaccesible debido al sistema actual de publicación de resultados. La ciencia resulta actualmente demasiado onerosa para los investigadores que la producen, así como para las bibliotecas que quieren suscribirse a las publicaciones más reputadas.

Mercantilización de los conocimientos científicos

Cuando se analiza el contexto histórico que ha conducido a la aparición de los movimientos a favor de una ciencia abierta, vemos que el “cierre” tiene sus raíces en el largo proceso que condujo a la mercantilización de los conocimientos científicos. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial estos conocimientos constituyen un mercado muy rentable que genera a sus principales actores (los editores científicos) miles de millones de euros al año.

Las reivindicaciones actuales de apertura de la ciencia están en consonancia, por tanto, con las lógicas de mercantilización y gestión empresarial que han venido estructurando la organización de la ciencia desde el decenio de 1950, y no con una denuncia de las lógicas totalitarias que provocaron en su tiempo la Segunda Guerra Mundial.

No obstante, dichas reivindicaciones tienen un vínculo de filiación con otras, muy anteriores, formuladas por el filósofo austríaco Karl Popper y el sociólogo estadounidense Robert K. Merton para denunciar esos monopolios, nuevas modalidades del totalitarismo mercantil, que se apropian de un bien común - el conocimiento científico-, cuya creación y producción son llevados a cabo por actores y dinero público.

La accesibilidad a los conocimientos científicos, su aprovechamiento compartido, su transparencia, su reutilización y su interacción con la sociedad son valores que defiende la ciencia abierta y que ahora se pueden plasmar en la realidad gracias a las plataformas e infraestructuras digitales. Esta “reformulación” de valores entraña la necesidad de estar pendiente de la evolución de nuestras sociedades: la ciencia debe renovar sus vínculos teniendo en cuenta fenómenos como la propagación de bulos (fake news), el auge de los populismos y la exacerbación de las desigualdades.

La ciencia abierta defiende valores de acceso, puesta en común, transparencia e interacción con la sociedad.

Una nueva generación de investigadores

Con la pandemia ha cobrado notoriedad pública otro fenómeno relacionado con la apertura de la ciencia, poco conocido hasta ahora fuera de círculos académicos. Se trata de la aparición de una nueva generación de servidores informáticos creados por comunidades de científicos que abrazan los principios, buenas prácticas y normas de la ciencia abierta.

Los jóvenes investigadores tienen una presencia importante en esas comunidades y están realizando experimentos e innovando para reinventar modelos de comunicación científica mutua que, además, están abiertos a los comentarios que puedan formular los ciudadanos. Esos jóvenes pertenecen a las generaciones que han crecido en la era de las tecnologías digitales e Internet, y no se arredran a la hora de agitar el sistema con el que las revistas de ciencia prestigiosas, superselectivas y carísimas obstaculizan seriamente la libre publicación y difusión de comunicaciones y artículos científicos.

Algunos de estos servidores han desempeñado un papel esencial en la difusión de informaciones científicas sobre la COVID-19. Los investigadores han podido compartir en tiempo real sus resultados y así han avanzado colectivamente con mayor rapidez. El valor estriba en que son capaces de asimilar y distribuir flujos incesantes de datos porque poseen funcionalidades y servicios punteros cuya creación depende de la inteligencia artificial. Aunque no ofrecen la clásica evaluación de los artículos científicos efectuada por investigadores homólogos, están experimentando modelos que confieren a los artículos un determinado tipo de peritación basado en una movilización colectiva de las comunidades de investigadores.

Algunos organismos de mecenazgo privados –la Fundación Bill & Melinda Gates y la Iniciativa Chan Zukerberg, por ejemplo– se interesan por estos nuevos modelos y los apoyan. Esto ofrece oportunidades reales de financiación, pero también entraña el riesgo de recuperación, o incluso de una compra, como se ha visto en el pasado.

Ahora el interés por una ciencia abierta no se circunscribe a las comunidades científicas y universitarias exclusivamente, sino que ya ha trascendido a las agendas europeas e internacionales en materia de políticas. El movimiento en pro de la apertura de la ciencia no se limita ya a la mera reivindicación del libre acceso a las publicaciones científicas, sino que reclama también una “ciencia ciudadana” adaptada al siglo XXI y la apertura de los datos de investigación de la forma más amplia posible, o restringida cuando sea necesario. Algunos países han empezado a adoptar políticas para compartir los conocimientos científicos.

El interés por una ciencia abierta ya forma parte de la agenda política internacional

Otro exponente de ese interés: en su Conferencia General de noviembre de 2021, la UNESCO someterá a la aprobación de sus Estados Miembros una Recomendación sobre la Ciencia Abierta para propiciar la cooperación científica internacional y el acceso universal a la ciencia. Esa recomendación abarca todo lo relacionado con publicaciones, datos, software y recursos educativos, así como la noción de “ciencia ciudadana” que destaca cuán importante es que los conocimientos científicos sean patrimonio de la comunidad científica y de la ciudadanía, a fin de que ambas velen por que los objetivos de los avances científicos se definan en función del bien común, al margen de las lógicas de monetización y de sus excesos.

Acceso libre a las publicaciones

Este contexto político nacional e internacional ha propiciado la aparición de un marco para la investigación que hace tan sólo veinte años se consideraba utópico. El número de publicaciones científicas en régimen de libre acceso aumenta sin cesar y se prevé que en 2030 un 75% de ellas serán abiertas. La sensibilización a la apertura de los datos de las investigaciones científicas, la comprensión de  la importancia de lo que está en juego  y la necesidad de adoptar las prácticas pertinentes está en pleno desarrollo. Y además, los investigadores están improvisando nuevos métodos de difusión mediática de la ciencia mediante intervenciones en las redes sociales y realizaciones de vídeos.

Detractoras sistemáticas de la apertura de la ciencia, las grandes editoriales de publicaciones científicas se están convirtiendo, al parecer, en sus acendradas defensoras. De ahí que estén llevando a cabo una migración de sus plataformas digitales a fin de adaptarse a las transformaciones en curso.

Las negociaciones entre los editores de publicaciones científicas y las biblioteca que se centraban en las tarifas de las suscripciones, se están desplazando hacia negociaciones de “acuerdos de transformación” centrados principalmente en las tarifas de publicación de artículos en las revistas de los editores, o en el número de artículos publicables por un mismo precio. Es fundamental lo que está juego en estas negociaciones, en un momento en el que las universidades tratan de mejorar sus puestos en las clasificaciones internacionales, que conceden especial importancia al número de publicaciones.

Las desigualdades que existían hasta ahora entre los lectores que tienen acceso y los que no se están convirtiendo en desigualdades entre autores: entre los que disponen de fondos suficientes para publicar en libre acceso y los que no. Estos últimos sólo podrán publicar sus trabajos en revistas tradicionales que dan acceso a sus contenidos a condición de suscribirse a ellas, lo que resulta también muy oneroso.

La ciencia abierta se construye por tanto en la intersección de políticas cada vez más internacionalizadas y de comunidades activas, cuyas generaciones y prácticas se están renovando y aglutinando en torno a modelos ideados al margen de los esquemas preexistentes. Los nuevos modelos que se están esbozando tratan de sustraerse a los monopolios del pasado. Y es alrededor de estas dinámicas donde se gesta la mutación de la ciencia: liberarse de las lógicas excluyentes impuestas por la monetización, de las desigualdades en el acceso a los conocimientos y de las nuevas modalidades de monopolio, exacerbadas hoy por las tecnologías digitales, para hacer frente mejor a los complejos desafíos de la sociedad.

Más información sobre la Recomendación Mundial sobre la Ciencia Abierta de la UNESCO.

Lecturas complementarias:

Resistir a la monopolización de la investigación, El Correo de la UNESCO, julio-septiembre de 2018

Por un acceso libre y legal a la educación, El Correo de la UNESCO, julio-septiembre de 2017

Ameenah Gurib-Fakim: “La ciencia es la base del progreso social”, El Correo de la UNESCO, abril-junio de 2017

Sueños de ciencia, El Correo de la UNESCO, octubre-diciembre de 2011

 

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