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Construir la paz en la mente de los hombres y de las mujeres

Gran angular

Venera Toktorova, el camino de una migrante kirguisa

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Venera Toktorova en la primera fila de asientos de Manas, la sala de cine kirguisa que cofundó en Moscú en agosto de 2021

Tras llegar a Moscú, hace 13 años, Venera Toktorova conoció la suerte de los inmigrantes kirguisos y acumuló empleos penosos y mal remunerados. En la actualidad, dirige dos restaurantes y ha fundado Manas, el único cine kirguiso de la ciudad. 

Nazigul Jusupova
Periodista kirguisa asentada en Moscú, Federación de Rusia

En medio del bullicio de un café moscovita donde suena música oriental, -el Sulaiman-Too, situado en el este de la ciudad-, una mujer vigila con autoridad desde el fondo del salón el trasiego de los camareros mientras se mantiene atenta a su teléfono móvil. Vestida con un traje de tonos claros y con los cabellos cuidadosamente recogidos, Venera Toktorova, de 40 años, es la propietaria del establecimiento. 

Hace 13 años, tras haberse divorciado, Venera dejó la pequeña ciudad de Och, en Kirguistán, para venir a instalarse en la capital rusa con su hija de tres años. En ese momento no tenía ni recursos ni un lugar adonde ir, pero nada quebró la decisión de una mujer que, cuando era niña, vendía chicles y cigarrillos en un mercadillo local cuando salía del colegio para ayudar a su familia.

Titular de un diploma de Economía, hubiera podido llegar a ser profesora en su país. “Me imagino hasta qué punto habría sido difícil, con un salario que apenas cubriría los gastos básicos”, explica. El salario medio en Kirguistán es de unos 200 dólares estadounidenses al mes, el más bajo de la región. En 2019, había en Rusia más de un millón de inmigrantes kirguisos.

Al llegar a Moscú, Venera emprendió el camino habitual de los inmigrantes procedentes de ese país de Asia Central. “En ese momento”, recuerda, “trabajaban por lo general como empleados de mantenimiento y vivían en sótanos”. Ella misma se instaló en un sótano con su hija. Primero trabajó de conserje en un edificio de clase alta, luego acumuló empleos de sirvienta para financiar la escolarización de la niña y optó por rechazar trabajos mejor remunerados que le habrían obligado a dejarla al cuidado de una niñera. “Para mí era importante verla crecer”, señala.

El poder de los sueños

Mediante un trabajo arduo, la joven logró ahorrar en un año el dinero suficiente para adquirir un pequeño apartamento en Och, su ciudad natal. “Me levantaba al alba para trabajar de limpiadora en casa de mi primer jefe, luego llevaba a mi hija a la escuela y volvía al trabajo. Después volvía a recoger a la niña y, cuando ya la había acostado, iba de nuevo a limpiar pisos en casa de otro señor. Estaba como un hámster en su rueda”, recuerda.

Tenaz y hacendosa, se sentía impulsada por un sueño: el de alcanzar una vida más cómoda y llegar a poseer un hogar propio. “Hoy tengo un apartamento en Moscú y una televisión de pantalla panorámica. Esto demuestra que los sueños pueden hacerse realidad”, afirma Venera, que no ha vuelto a casarse. 

Con el paso de los años, la perspectiva de regresar a su país natal se ha ido desvaneciendo. El deseo de asegurar una educación de calidad a su hija y su propia realización le han hecho ir aplazando el regreso una y otra vez. “Muchas veces viajé a Kirguistán y me dije que no volvería a Moscú, pero siempre acabé regresando”, admite.

Hay que reconocer que su vida ha mejorado desde que se trasladó. Convertida en empresaria de éxito, Venera es ahora copropietaria de dos restaurantes. Y aunque se ha instalado definitivamente en la capital rusa, no por eso ha cortado los lazos con su país de origen.

Hace tres años fundó, con varios socios, el único cine kirguiso de Moscú. La inexperiencia y los errores de gestión dieron al traste rápidamente con la iniciativa. Pero los pocos meses de existencia del cine Manas, bautizado así en recuerdo de una célebre epopeya kirguisa, fueron suficientes para generar una demanda entre sus compatriotas, que militaron activamente por su reapertura.

La sala Manas es hoy uno de los principales centros de cultura kirguisa de la ciudad. Los inmigrantes de ese país de Asia Central acuden tanto para divertirse como para calmar la nostalgia. Muchos confiesan a Venera que se divierten más viendo películas kirguisas en el extranjero que en su propio país. Cuando termina la función, siempre agradecen tener la oportunidad de ver un film en su lengua materna y con el decorado de su infancia.

La sala Manas es hoy uno de los principales centros de cultura kirguisa de Moscú

El renacimiento del cine kirguiso

Desde hace algunos años, el cine kirguiso hace gala de una nueva vitalidad. El séptimo arte local conoció su apogeo en el decenio de 1970. Fue la época del ”milagro kirguiso”. Jóvenes directores adaptaron a la gran pantalla varias obras del escritor Chinghis Aïtmatov. Pero tras la independencia de Kirguistán, la producción cinematográfica, privada de subsidios, entró en crisis. En la actualidad, una nueva generación de cineastas lleva a cabo proyectos comerciales que gozan del favor de los espectadores y las películas kirguisas han logrado ocupar un lugar entre las producciones extranjeras.

En 2018, con motivo del 90º aniversario del nacimiento de Chinghis Aïtmatov, la embajada de Kirguistán en Rusia donó al cine una colección de películas basadas en obras del escritor. Durante un año entero, Manas pudo presentar un programa gratuito de filmes kirguisos de “la edad de oro”. “¡Fue un regalo magnífico!”, exclama Venera, que reconoce que ella misma ha descubierto con retraso la riqueza de su cine.

Trece años después de su llegada, Venera desearía prolongar durante unos años más su vida moscovita. “Aquí he tenido que trabajar arduamente y superar dificultades, pero me siento realizada en esta nueva vida. He aprendido a pensar de otro modo y me he fortalecido”.

"He tenido que trabajar arduamente y superar dificultades, pero me siento realizada en esta nueva vida"

Sin embargo, nunca ha renunciado a la esperanza de volver a vivir un día en su país natal. “Cualquiera que sea nuestro grado de instrucción y nuestro nivel de éxito, los migrantes siempre conservamos el sentimiento íntimo de ser forasteros”, concluye.

Lecturas complementarias:

Cada lengua es un mundo, de Chinghis Aïtmatov, El Correo de la UNESCO, julio de 1982.

Samal Yeslyamova y Sergueï Dvortsevoï, el cine como espejo de la realidad, El Correo de la UNESCO, enero-marzo de 2020

 

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