<
 
 
 
 
×
>
You are viewing an archived web page, collected at the request of United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization (UNESCO) using Archive-It. This page was captured on 11:29:32 Jan 02, 2022, and is part of the UNESCO collection. The information on this web page may be out of date. See All versions of this archived page.
Loading media information hide

Construir la paz en la mente de los hombres y de las mujeres

Gran angular

La solidaridad internacional en tela de juicio

cou_03_19_wide_angle_hatting_website_01.jpg

Aislados del resto del mundo, estos aldeanos miran impotentes cómo la represa cede y las aguas suben, en el subdistrito de Raomari (Bangladesh). "Todo ocurrió en media hora", explica el fotógrafo bengalí Rasel Chowdhury.

Para adaptarse al aumento de las temperaturas las naciones en desarrollo tienen que afrontar problemas mucho más drásticos que los países ricos, los cuales “pueden adaptarse fácilmente a temperaturas extremas sólo con subir o bajar el termostato”, como dice metafóricamente el exarzobispo sudafricano Desmond Tutu, Premio Nobel de la Paz. A continuación una reflexión sobre la solidaridad internacional como conciencia ética.

Johan Hattingh

Ante los problemas planteados por el cambio climático, el mundo hoy necesita más que nunca establecer un marco ético que sustente una práctica basada en la solidaridad internacional.

Esa necesidad se desprende del mero hecho de que las tendencias y los problemas mundiales de nuestra época –cambios de clima, desplazamientos de poblaciones, tensiones geopolíticas, digitalización, inseguridad y terrorismo internacional– se están englobando en un todo coherente, mientras que nuestras respuestas a esos fenómenos son cada vez más dispersas. Este fue el mensaje esencial del discurso que pronunció en el Foro Económico Mundial de Davos António Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, en enero de 2019.

Otro factor determinante de la necesidad de solidaridad internacional, que quizás sea aún más importante, lo constituyen las causas y los efectos del cambio climático propiamente dicho que es producto de un mundo profundamente dividido hoy en día. Los efectos de este cambio repercuten en las divisiones y vulnerabilidades ya existentes, multiplicándolas y agravándolas.

Esos efectos también se producen en las distintas regiones del mundo en detrimento de los grupos comunitarios y sociales en los que se dan situaciones sociopolíticas indiscutiblemente injustas y vividas como tales por sus componentes. Pese a que las naciones y comunidades más pobres han contribuido muy poco, o prácticamente nada, a que se haya producido el cambio climático, no sólo se hallan mucho más expuestas a sus riesgos y efectos, sino que además tienen que adaptarse a ellos cuando son las que más inermes se encuentran para conjurarlos.

Para afrontar el cambio climático, las naciones y comunidades pobres dependen de una ayuda exterior ausente de las prioridades de las regiones más ricas del planeta que todavía no se han visto afectadas de lleno por este fenómeno, o que tienen la capacidad de adaptarse a él con bastante facilidad.

Esta asimetría entre países ricos y naciones en desarrollo la sintetizó el exarzobispo sudafricano y Premio Nobel de la Paz, Desmond Tutu, en el Informe sobre Desarrollo Humano 2007-2008 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Resumen, pág. 26), diciendo que por el momento los habitantes de los primeros “pueden adaptarse fácilmente a temperaturas extremas sólo con subir o bajar el termostato”, mientras que la adaptación al cambio climático en los segundos se traduce, por ejemplo, en las distancias cada vez mayores que debe recorrer a pie un sinnúmero de mujeres para acarrear agua a sus hogares

¿Qué se puede hacer ante el cambio climático?

Es obvio que los países necesitan aunar esfuerzos y cooperar para adaptarse al cambio climático, pero el mundo está fracturado y las probabilidades de que supere sus divisiones son muy escasas. Para lograrlo podríamos emprender tres acciones: ampliar y profundizar nuestra comprensión del concepto de solidaridad; impedir que el desarrollo humano y el empleo se conviertan en un escollo insalvable, utilizándolos como pretextos para desechar la lucha contra el cambio climático; y abordar la reflexión sobre la noción de solidaridad, desplazándola del terreno factual sociopolítico al ámbito de los principios éticos.

Al respecto, vamos a abordar las cuestiones principales en líneas generales, poniendo de relieve cómo las consideraciones éticas ya están aflorando en los debates que giran en torno al concepto de solidaridad.

Por un concepto más amplio y profundo de la solidaridad

Comúnmente, la solidaridad se venía entendiendo hasta tiempos recientes como un llamamiento a la unidad en las organizaciones sindicales o políticas para luchar contra la explotación laboral o la opresión autoritaria. En estos dos contextos, la idea de solidaridad está vinculada a la compasión por las víctimas de abusos laborales o injusticias políticas, así como al apoyo material o de cualquier otro tipo que se les pueda prestar.

Las mismas connotaciones de unidad, identificación con las víctimas, compasión por ellas y apoyo a su lucha las hallamos cuando nos referimos a la solidaridad como fundamento de la lucha contra el cambio climático. Pero en este contexto, el significado del concepto se amplía considerablemente porque se extiende a grupos y situaciones de una envergadura mucho mayor que la abarcada por los movimientos de trabajadores o las luchas contra la opresión.

En la lucha contra el cambio climático, se considera por regla general que las víctimas son las poblaciones que sufren de forma directa –e incluso visible y dramática con frecuencia– el azote de fenómenos meteorológicos extremos como inundaciones, sequías, huracanes e incendios. Cuando ocurren estas tragedias, se suele movilizar con bastante premura la ayuda humanitaria nacional o internacional para socorrer a las víctimas y satisfacer sus necesidades inmediatas.

Decimos comúnmente que nuestra motivación para prestar esa ayuda emana de la solidaridad humana, basada en el reconocimiento de que quienes sufren son seres humanos que comparten nuestra misma condición y suerte. Su destino es el nuestro y no podemos hacer caso omiso. Esta es la idea que a menudo expresamos metafóricamente al referirnos a la sociedad como un organismo, o al conjunto de la humanidad como una sola y misma familia.

El cambio climático no sólo nos obliga a afrontar nuestra interdependencia mutua, en cuanto seres humanos, sino también la que se da entre nosotros y los ecosistemas. La supervivencia y la prosperidad de la humanidad están íntimamente ligadas a las de los ecosistemas, porque éstos y nosotros formamos parte integrante de la biosfera, la Tierra y los sistemas planetarios, y todos estamos inmersos en los procesos de la evolución natural a lo largo del tiempo. Por lo tanto, es posible refinar los conceptos de solidaridad terrestre, solidaridad planetaria y solidaridad intergeneracional basándonos en la incuestionable realidad de que toda la vida en la Tierra forma parte, por así decir, de una comunidad que comparte un mismo destino.

¿Son incompatibles el clima y el desarrollo humano?

En la comunidad internacional, la lucha contra el cambio climático se presenta a menudo en forma de dilema. Algunos Estados suelen pretextar que no se comprometen con ella porque, antes de emprenderla, tienen que garantizar a sus ciudadanos los medios de desarrollo necesarios para salir de la pobreza. El mismo pretexto se invoca aduciendo la cuestión del empleo: no podemos tomar parte en esa lucha –dicen otros Gobiernos– si con ella penalizamos a la población trabajadora. Esta fue precisamente la excusa esgrimida por Estados Unidos para tratar de justificar su retirada del Acuerdo de París (COP21).

¿La acción contra el cambio climático es en realidad tan diametralmente opuesta a la adopción de medidas para atenuar la pobreza y preservar el empleo, como algunos sostienen? Este es precisamente el interrogante que se trata de despejar en el Informe sobre Desarrollo Humano 2007-2008, cuyo título es de por sí elocuente: La lucha contra el cambio climático: Solidaridad frente a un mundo dividido.

En este exhaustivo informe se transmiten dos mensajes fundamentales. El primero es que el cambio climático tendrá en definitiva consecuencias nefastas a largo plazo para el desarrollo humano, ya que dificultará aún más la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible –denominados en 2007-2008 Objetivos de Desarrollo del Milenio– e incluso ocasionará un retroceso de muchos de los logros conseguidos hasta ahora en ese ámbito. Este alarmante mensaje pone en tela de juicio el argumento de que se debe postergar la lucha contra el cambio climático hasta que no se haya erradicado la pobreza en el mundo.

El segundo mensaje del informe es que el objetivo extremadamente urgente de garantizar el desarrollo humano y atenuar la pobreza no se puede separar de la lucha contra el cambio climático. No se trata de dos prioridades diferentes, sino de dos aspectos de una misma tarea prioritaria estrechamente ligados entre sí que deben abordarse conjuntamente.

En lo que respecta a la adopción de políticas y proyectos, esto significa que las medidas que se tomen en respuesta al cambio climático deben contribuir al desarrollo humano, redundando a la vez en beneficio de éste y de la salvaguardia del clima. En cambio, en el plano ético la solidaridad en la lucha contra el cambio climático significa que no se puede soslayar a las comunidades y los grupos vulnerables, sino que se han de tener en cuenta sus intereses y satisfacerlos prioritariamente. Esto se debe hacer con inteligencia y destreza, de tal manera que se logren fusionar los objetivos en materia de desarrollo humano y los relativos a la preservación del clima.

Esto es válido también en lo referente a la preservación del empleo. No se pueden desdeñar los intereses de los trabajadores en la lucha contra el cambio climático y traicionar así el imperativo ético de la solidaridad. Dicho sea sin rodeos: si en el transcurso de esa lucha se destruyen empleos, eso quiere decir que no hemos actuado con la perspicacia y sagacidad debidas.

La necesidad de un debate ético

Por todo cuanto antecede es necesario que el debate sobre la solidaridad se desplace del ámbito de las realidades sociopolíticas al de los principios éticos. Un buen punto de partida para efectuar ese desplazamiento nos lo ofrece la Declaración de Principios Éticos en relación con el Cambio Climático de la UNESCO (2017), que enuncia la solidaridad entre los seis principios por los que deben guiarse todos los decisores a la hora de adoptar medidas para luchar contra el cambio climático.

En el ámbito sociopolítico el debate suele girar casi invariablemente en torno a la inevitabilidad de la falta de solidaridad o a la imposibilidad de lograrla, de tal manera que sirve de cómodo pretexto para no hacer nada contra el cambio climático. En cambio, en el ámbito de la ética el debate no se focaliza en la solidaridad como condición técnica indispensable para la acción, sino que se centra en la solidaridad como forma de conciencia y fuente de inspiración para actuar, esto es, como compromiso con la acción y punto de partida de ella.

Habida cuenta del imperativo ético de solidaridad que exige la lucha contra el cambio climático, cabe decir que todavía subsisten enormes incertidumbres en un mundo cada vez más dividido como el nuestro. Puede ser que un concepto radicalmente más amplio de la solidaridad no llegue a facilitar la cooperación internacional, pero podrá ser sin duda una fuente inestimable de inspiración y motivación para emprender conjuntamente la colosal tarea de afrontar el cambio climático.

Climate Frontlines

Foto: Rasel Chowdhury

Johan Hattingh

Profesor de filosofía en la Universidad de Stellenbosch (Sudáfrica), Johan Hattingh es especialista en ética aplicada, medioambiental y del cambio climático. Ha desempeñado dos mandatos de miembro de la Comisión Mundial de Ética del Conocimiento Científico y la Tecnología (COMEST) de la UNESCO. Además, ha presidido el Grupo de Expertos convocado por la UNESCO en 2016 para elaborar el primer proyecto de Declaración de Principios Éticos en relación con el Cambio Climático.