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Joanne McNeil: "Internet no se limita a lo que las empresas tecnológicas han construido"

En su libro Lurking: How a Person Became a User (Observar sin participar: Cómo una persona se convierte en usuario), la escritora estadounidense Joanne McNeil recorre la historia de Internet desde el punto de vista del usuario. Al tiempo que impugna el relato, a veces idealizado, de los orígenes de la Red Informática Mundial (WWW), McNeil defiende una red mundial que no se base únicamente en relaciones de mercado.
Boris Séméniako for The UNESCO Courier

Entrevista realizada por Linda Klaassen
UNESCO

Usted ha escrito una historia de Internet desde la perspectiva del usuario. ¿Por qué escogió ese punto de vista?  

Por lo general, al usuario se le considera un “no experto”. Se supone que quien no trabaja para las grandes empresas tecnológicas no sabe nada de su funcionamiento. Sin embargo, nosotros, los usuarios, vivimos cada día la experiencia concreta de los servicios en línea que esas compañías proporcionan. Esta perspectiva raramente se tiene en cuenta cuando hablamos de tecnologías. En un mundo en el que ya resulta imposible renunciar a tener una vida digital, el hecho de organizar nuestra existencia en torno a esas plataformas sin poder opinar sobre su desarrollo plantea múltiples interrogantes.

¿Cómo ha evolucionado Internet desde sus inicios? ¿La idea de una red mundial utópica, que abriría el acceso universal al conocimiento, ha quedado definitivamente obsoleta? 

En mi libro, he tratado de luchar contra el sentimiento de nostalgia que permea las charlas sobre los orígenes de Internet. Es cierto que, al principio, los internautas podían realizar intercambios a cualquier distancia, sin necesidad de afiliarse a una empresa determinada, pero tampoco hay que idealizar la situación. Basta con visitar cualquier foro en línea de los primeros tiempos de Internet para comprobar que el acoso, el sectarismo y la discriminación ya se manifestaban entonces. Además, para poder conectarse en la década de 1980 era necesario disponer de un ordenador muy caro. En el decenio siguiente, cuando se inauguró la Red Informática Mundial (WWW por sus siglas en inglés: World Wide Web), la brecha digital ya era una realidad.    

Al mismo tiempo, algunos empresarios recaudaron fondos para invertir y crear las plataformas que sustentan las redes sociales. Firmas como Twitter y Facebook, que al principio eran estructuras modestas, experimentaron un crecimiento enorme y ahora resulta casi inimaginable pensar que su influencia pueda disminuir. Esa evolución se produjo de manera muy rápida, en un momento en que apenas existía regulación al respecto.

Aunque alguno puede sentirse decepcionado por lo que Internet ha llegado a ser en la actualidad, algunas promesas iniciales conservan su vigencia. Esas plataformas siguen siendo una herramienta incomparable para vincular a personas y comunidades, como ha quedado patente en el caso de los empleados de Amazon que luchan por defender sus derechos o los grupos de personas que padecen de una misma enfermedad. 

Algunas promesas iniciales de Internet todavía se mantienen hoy en día

¿Cree usted que ha habido momentos decisivos en la historia de Internet? ¿Cuándo empezaron las personas a convertirse en usuarias?  

Lo que hoy llamamos “redes sociales” aceleraron la transformación de los individuos en usuarios. El decenio de 2000, que en términos genéricos se denomina “Web 2.0”, marca la adopción masiva de Internet, no solo por los particulares, sino también por las escuelas y los centros de trabajo. Fue entonces cuando empezamos a seguir a personas y a tener amigos y abonados en línea.   

Esos hábitos marcaron una diferencia importante con lo que había sucedido en la década de los 90, cuando los internautas intervenían de manera anónima y los grupos se creaban por la acción voluntaria de sus participantes. Entonces se conectaban con otros miembros de su comunidad con los que interactuaban como personas y como usuarios abstractos. Esos primeros foros y sitios web se regían por reglas de participación específicas de cada comunidad y se basaban en valores compartidos en el marco de cada colectivo. 

Enseguida aparecieron nuevas plataformas creadas a partir del agrupamiento automático de todas las relaciones de una persona en línea. Esto se tradujo en el contacto con desconocidos, cuya identidad era claramente manifiesta porque sus fotos, ubicación, intereses y enlaces eran visibles.

En el libro usted distingue entre dos tipos de personas: los usuarios y los desarrolladores. ¿En qué consiste la diferencia entre esas dos categorías? 

En los inicios de Internet, las comunidades en línea eran creadas por personas que, al mismo tiempo, participaban en calidad de miembros. Facebook, por ejemplo, estaba inicialmente reservada a estudiantes, pero luego se abrió a todo el mundo. Había cierto tipo de responsabilidad, por el hecho de que todos formaban parte de los mismos grupos sociales. 

En cambio, hoy en día los fundadores, dirigentes y desarrolladores de las plataformas de interés general no son necesariamente usuarios de las mismas. Y cuando sí lo son, las utilizan de manera indirecta. Además, un usuario tiene pocas posibilidades de ser escuchado en el caso de que dichas herramientas lleguen a perjudicarle. Estos cambios son característicos de los años 2000: el modelo se aleja de una auténtica comunidad de la que sus creadores y promotores forman parte y a la que animan mediante su participación personal. 

Sería necesario favorecer en Internet el desarrollo de comunidades a pequeña escala

Por eso creo que sería necesario propiciar la creación en Internet de pequeños grupos organizados de forma comunitaria. Esa configuración facilitaría la aplicación de políticas de moderación.

En el seno de una comunidad pequeña, es posible invitar a los miembros a que moderen sus comentarios. Tal vez el usuario lo tome a mal y abandone el grupo. O tal vez la advertencia le haga reflexionar. Se trata de conductas y experiencias que podemos gestionar a pequeña escala -en un aula, un centro de trabajo o una fiesta-, pero que son mucho más difíciles de regular a escala mundial.

Usted pone en tela de juicio a las grandes empresas tecnológicas. ¿De qué las acusa? 

Lo que creo que supone un problema es la explotación de los datos, la falta de respeto hacia la vida privada y la influencia que ahora ejercen esas grandes compañías tecnológicas, gracias a las riquezas que han acumulado.  De hecho, mucha gente cree hoy que Internet se limita a esas y que no existen otras alternativas. Sin embargo, la historia de la Red está jalonada por la creación de servicios que ya forman parte de nuestra vida cotidiana y que no fueron creados por interés mercantil, como el correo electrónico. Esos servicios pueden servir de modelos para una Internet alternativa, que no se base exclusivamente en las relaciones comerciales. 

Usted propone que se ponga en vigor una normativa en Internet para tratar dignamente a los usuarios, tanto a los vivos como a los ya fallecidos. ¿Por qué motivo?

La cuestión de qué debe hacerse con las huellas que dejamos en Internet es un asunto complejo, que merece ser estudiado verdaderamente. Algunos sostienen que se trata de archivos y que es importante conservarlos. ¿Pero es realmente necesario tener en cuenta todas nuestras experiencias en línea para comprender el siglo XXI? Y si así fuera, ¿cuáles serían las informaciones más importantes que valdría la pena conservar? No disponemos de archivos donde se guarden todas las conversaciones informales sostenidas en el siglo XIX, ¿Supone eso un problema? 

Sería conveniente pedir el consentimiento de los usuarios y ponerse de acuerdo sobre la manera de suprimir datos e informaciones de forma respetuosa para la comunidad. En ese sentido, la plataforma MetaFilter realiza un trabajo excelente. Se trata de una de las comunidades en línea más antiguas, estructurada por sus propios participantes. Muchos de ellos reflexionan sobre las consecuencias que acarrea el archivo de datos e informaciones de los usuarios en Internet a lo largo del tiempo.

¿Cómo podríamos reforzar la protección de la vida privada y fomentar el consentimiento de los usuarios?

Eso tendría que llevarse a cabo mediante un reglamento. Las plataformas alegan que pueden autorregularse, pero lo que ha venido sucediendo en los últimos veinte años indica que no es así. Creo que los usuarios, que acceden por millones a la Red cada día, tienen gran interés en la protección de la vida privada. Las generaciones nacidas con Internet saben lo que dan a la Red y lo que ésta les toma. Saben también que ese 'toma y daca' es desigual. Esto me hace ser optimista: la mayoría de los internautas quieren que las cosas cambien en este ámbito. A mi juicio, el hecho de tener una alternativa a las plataformas, por muy modesta que sea, ya es un avance. Ese progreso nos muestra lo que Internet todavía puede hacer. Internet no es Facebook. Internet no es la Red. Internet existe más allá de lo que las empresas han hecho con ella.   

Joanne McNeil
Escritora, editora y crítica de arte, Joanne McNeil se interesa por la manera en la que la tecnología modula la cultura y la sociedad.

Traducción, puente entre mundos
UNESCO
Abril-Junio 2022
UNESCO
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