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Construir la paz en la mente de los hombres y de las mujeres

Nuestra selección

Cada lengua es un mundo

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© Olivier & Pascale Noaillon Jaquet Suivre

La inmortalidad de un pueblo reside en su lengua. El idioma de cada pueblo es un valor humano general. Cada lengua representa una creación del genio humano. Por tanto, no debemos desdeñar ninguna, cualquiera que sea el pueblo a que pertenezca o el grado de desarrollo que haya alcanzado. En determinadas condiciones favorables, cualquier lengua puede lograr su perfección a través de su evolución interna y de las influencias que recibe directa o indirectamente. La lengua materna es, en realidad, como una madre a la que se debe gratitud, esa misma deuda que uno tiene hacia su propio pueblo, del cual ha recibido la vida y el mejor regalo que se pueda hacer: la lengua. Al mismo tiempo, es imposible desarrollar la cultura espiritual de una nación sin inspirarse activamente en los logros de otras culturas. Esto es lo que escribió Chinghis Aitmatov en su artículo "Kirghizia: del analfabetismo a la cultura nacional", publicado en el número de octubre de 1972 de El Correo de la UNESCO. Diez años más tarde, en este número dedicado a los pueblos y las culturas del mundo, analiza los peligros a los que se enfrentan las lenguas minoritarias y las amenazas que plantean la retirada y el aislamiento cultural.

Chinghis Aitmatov

Refiriéndose a la intrincada multiplicidad de las lenguas que se hablan en Daguestán, su montañosa tierra natal, el poeta soviético Rasul Gamsa­tov, con su personal sentido del humor, afir­ma que en los instantes en que Dios distribuía los idiomas estalló una tempestad de nieve. En su atolondramiento, Dios derramó entonces sobre el territorio de Da­guestán una bolsa colmada de dialectos. Es­ta diversidad de idiomas significó en el pasa­do la división entre los pueblos daguestanos,a pesar de las similitudes de sus formas de vida y de sus mentalidades. Las diferencias idiomáticas eran tales que, a pesar de vivir en valles vecinos y entre las mismas monta­ñas, esos pueblos parecían habitar en conti­nentes distintos. En esta región oriental del Cáucaso del Norte, cada ail (aldea de las montañas) poseía su propia lengua, que carecía de toda raíz común o similitud con las de las otras.

Ninguno de los alfabetos conocidos en el mundo hasta entonces permitía una transripción acabada de los sonidos peculiares de los idiomas daguestanos. Por ello, cuan­do en el período soviético se les dio por fin una escritura, fue necesario agregar a los signos del alfabeto cirílico ruso algunas letras y combinaciones especiales.

Los daguestanos suman en la actualidad cerca de dos millones de personas que se expresan en más de 30 dialectos diferentes. Cinco de ellos se emplean en la edición de periódicos y obras literarias y siete en la in­terpretación de obras de los teatros naciona­les. Los libros se publican en nueve dialec­tos. Numerosos poetas daguestanos escriben sus versos en ávaro, que es el idioma más di­fundido en la región, a pesar de que la población de ese origen representa sólo 400.000 personas. Pero otros escriben en la lengua de los tatos, que no pasan de 15.000. Y los hay que escriben en dialectos que ape­nas son hablados por 2.000 personas.

La humanidad suele dar poca importancia a los problemas de los pueblos pequeños, las llamadas minorías nacionales, que se hallan repartidos por los lugares más diversos de la Tierra. Pero, si nos situamos en el punto de vista de esos pueblos, podemos ver que sus problemas son en realidad tan importantes e incluso tan preocupantes como los que com­mueven a las naciones más poderosas.

Me refiero en particular al destino actual de las culturas nacionales de los pueblos pe­queños y, en primer lugar, al de sus idiomas, ya que sin una lengua propia es difícil conce­bir el desarrollo de una identidad nacional. El idioma es el componente esencial de la cultura nacional y un medio para su de­sarrollo. Todo idioma constituye un fenó­meno único, resultado de la creación genial de un pueblo. Con la desaparición de un idioma se pierde algo valiosísimo. Por ello es indispensable cuidar los que se han conservado hasta nuestros días, porque constituyen un patrimonio de toda la humanidad.

El mundo es un universo de idiomas. La ecología de las lenguas es tan compleja y frágil como la ecología de la naturaleza. En ella, al igual que en lo que respecta a la naturaleza, no es posible guiarse sólo por consideraciones pragmáticas. Estas pueden ser muy útiles, por ejemplo, para la ciencia de la automación, pero carecen de valor en el terreno de la cultura. No obstante, el paulatino desplazamiento de los idiomas de los pueblos pequeños y su absorción por parte de las lenguas que poseen un carácter más universal constituye un fenómeno absolutamente real. Es necesario cuidarse de los criterios que abogan por una integración a cos­ta de la pérdida de las cualidades nacionales y de las particularidades de cada cultura. Tales razonamientos confunden el fondo del problema. Para que la unidad dé frutos en favor de cada una de las partes, los pueblos y las culturas deben poseer diferencias. La identidad absoluta, la pérdida de la origina­lidad de cada uno haría imposible el enri­quecimiento mutuo, con lo que desapa­recería la necesidad misma de la unificación.

Creo firmemente que los idiomas de los pueblos pequeños, de las minorías naciona­les, pueden ser preservados y que se deben crear las condiciones para su integración ac­tiva dentro de las nuevas formas de vida es­piritual y material de cada nación y de su ul­terior perfeccionamiento. Ello se puede lograr a través del desarrollo interno del propio idioma o de su enriquecimiento di­recto o indirecto bajo la influencia de las culturas de vanguardia que hoy se expresan en el mundo a través de diversos idiomas. La experiencia de la Unión Soviética corrobora este planteamiento. Nuestro país está for­mado por más de cien pueblos, naciones y grupos étnicos diferentes, los cuales se unieron voluntariamente hace sesenta años dando forma a un Estado federado.

En aquellos años ya lejanos, a los pueblos periféricos del antiguo imperio ruso se les planteaba la disyuntiva de adoptar por completo el ruso, que es un idioma más de­sarrollado, o de optar por el camino de la coexistencia, es decir, del desarrollo de la lengua, nacional paralelamente a la utiliza­.ción del idioma más avanzado. Desde luego, hubiera sido más fácil adoptar completa­mente el idioma más desarrollado y, junto con él, sus ricas tradiciones literarias y científicas. Para todas las actividades creadoras se habría utilizado dicha lengua, sin preocuparse para nada del destino de la cultura propia. Tal perspectiva, tan tentado­ra, planteaba varios interrogantes: ¿Seguir este camino no habría significado acaso la atrofia de la cultura nacional? ¿Una opción de esa naturaleza habría permitido un de­sarrollo pleno de la cultura nacional de acuerdo con las exigencias de la época? Y, lo que no es menos importante,¿respondería ello a las necesidades del complejo de­sarrollo histórico de la comunidad interna­cional? ¿Quién podría, además, asumir la responsabilidad de decidir lo que era necesa­rio conservar y lo que podía desecharse del arsenal universal de la cultura?

En nuestro caso fue necesario sopesar cuidadosamente los diversos aspectos del problema y las posibles consecuencias de cada decisión,teniendo siempre en cuenta las posibilidades que ofrece la libre elección de una lengua. Y ello sin olvidar el deber de cada ciudadano para con el pueblo que le dio la vida y que le entregó su tesoro más preciado: el idioma.

Nunca dejaremos de admirarnos ante el milagro representado por la lengua ante materna. Sólo ella, por haber sido adquirida en la infancia, puede nutrir el alma de la poesía popular, despertar en el hombre los sentimientos de orgullo nacional y procurar el deleite estético que experimentamos al sentir los significados y las dimensiones múltiples de las voces de nuestros antepasados.

Mi propia experiencia me demuestra que en los días de la infancia el hombre está en condiciones de asimilar plenamente dos o más lenguas, siempre que ellas hayan ejerci­do sobre él una influencia paralela desde sus primeros años. Por mi parte, considero que el idioma ruso es, al igual que el kirguís, mi lengua materna, pues lo asimilé en mi niñez y para toda la vida.

Sin el acervo de las culturas más avanza­das habría sido imposible desarrollar la cul­tura espiritual de esta familia plurinacional que forman los pueblos de la Unión Soviéti­ca. De ahí que nosotros escogiéramos el se­gundo camino, más difícil, sin duda, pero mucho más fructífero. Más de un tercio de nuestros pueblos desconocían la escritura hubo pues que enseñársela. Como resultado de ello, la literatura soviética está compuesta por más de ochenta literaturas nacionales di­versas. El principio de la igualdad absoluta de todas las lenguas dentro del territorio étnico-administrativo en que cada una tiene vigencia ha demostrado sobradamente ser acertado.

Quisiera referirme al papel desempeñado en este punto por el idioma ruso. El fue el intermediario, el puente que por primera vez en la historia permitió superar las fronteras artísticas entre pueblos que hasta entonces no se conocían y cuyos niveles de desarrollo cultural y social eran diferentes. Esos pueblos conservaban múltiples tradiciones y costumbres y los idiomas que hablaban eran entre sí ininteligibles. La lengua de la nación más numerosa, el ruso, se convirtió en el idioma de comunicación entre las diversas naciones, en el idioma de la nueva "civiliza­ción", vehículo del intercambio cultural. Pero, al influir en las lenguas de los pueblos de nuestro país, el ruso se fue enriqueciendo a su vez. Y actualmente es considerado con razón como la segunda lengua de todos los pueblos no rusos que integran la Unión So­viética no en vano el 82% de la población lo habla correctamente.

Hoy en día podemos decir que hemos creado una cultura soviética única, cuya principal característica es la multiplicidad de lenguas. Esa cultura ha logrado reunir los mejores elementos de los pueblos grandes y pequeños que forman nuestro país, los cuales han conservado los rasgos que los ca­racterizan, sus formas propias de pensa­miento, su psicología y sus costumbres. Esta experiencia no tiene precedentes en la histo­ria de la humanidad. La cultura así surgida es a la vez universalista e internacional y po­see una diversidad muy grande de formas nacionales. Su carácter internacional no sig­nifica que las culturas nacionales hayan sido sustituidas por un arquetipo cultural co­mún, como algunos pretenden erróneamen­te. Lo que hay es un desarrollo multifacético de todas las culturas y lenguas nacionales, basado en la unidad ideológica de toda la so­ciedad.

"Nosotros estamos por la preservación y el desarrollo de la originalidad nacional de cada pueblo y nos oponemos resueltamente a una nivelación burda, a la erosión de los va­lores nacionales que desgraciadamente se­guimos presenciando en el mundo de hoy. Esta situación despierta justificada alarma, pues lo que está en juego es el porvenir de la cultura universal. Considero que hay un ele­vado valor ético y humanista en el hecho de que, en lugar de conducir a una pérdida de su originalidad, de y su identidad propia, la in­tegración de las culturas nacionales socialis­tas se traduzca en su enriquecimiento y su perfeccionamiento, en el aprovechamiento de todas las potencialidades y de las mejores tradiciones nacionales de cada pueblo, de su herencia espiritual y de la experiencia ad­quirida a lo largo de su historia.

Se trata de un proceso sin duda muy complejo. Nuestra experiencia es fruto de ingentes esfuerzos, de búsquedas incan­sables, de la exploración de caminos poco conocidos en el desarrollo del pensamiento artístico. Nuestros esfuerzos se orientan ha­cia un conocimiento dialéctico de la vida y por ello hubimos de superar múltiples pre­juicios y enfermedades "infantiles" de cre­cimiento. El desarrollo de un Estado pluri­nacional tan vasto como la Unión Soviética origina permanentemente nuevos fenóme­nos y problemas en la esfera de las relaciones entre las nacionalidades. Baste mencionar el aumento considerable que en los últimos años ha experimentado en algunas repúbli­cas soviéticas el número de ciudadanos de nacionalidades diversas, originarios de otras repúblicas. Estos ciudadanos poseen sus propios intereses culturales.

Así se van ampliando las fronteras de la identidad nacional, cada día la vida nos aporta nuevos cambios y muchos hábitos que antes considerábamos inherentes a una nacionalidad desaparecen de la vida coti­diana y de la conciencia de las gentes y a ve­ces incluso se convierten en obstáculos para el desarrollo y el progreso de la cultura. A menudo, cuando hablamos de las particula­ridades nacionales que nos diferencian, no tomamos suficientemente en consideración todos los factores que nos unen, como nuestro destino común, lo análogo de nuestra formación, el que pertenezcamos a una misma época. No debemos olvidar los factores de cohesión que nos aportan el me­dio ambiente, las situaciones y actividades comunes y, lo que es más importante, la psicología de las nuevas generaciones.

Las concepciones, la psicología y la con­ducta de los soviéticos han experimentado cambios profundos. A pesar de representar diferentes nacionalidades, en la actualidad tenemos puntos de vista comunes sobre múl­tiples aspectos de la vida, y coinciden nuestros juicios de valor, nuestras apre­ciaciones y nuestros puntos de vista. Estas nuevas tendencias del desarrollo de las cul­turas nacionales son positivas, pues contri­buyen al enriquecimiento de los antiguos va­lores nacionales y a la ampliación de sus ho­rizontes. Condición indispensable para ello es que las nuevas manifestaciones culturales dispongan de los medios de expresión nece­sarios en los respectivos idiomas nacionales.

En este punto hemos alcanzado una etapa superior: hoy exploramos nuevos rasgos que definen el carácter nacional, aprendemos a considerar la vida con una mirada moderna, y de este modo el problema de la identidad nacional adquiere un matiz contemporáneo.

¿Qué sucedería si nos encerráramos en nosotros mismos? El resultado sería una cul­tura seudonacional, en la cual el carácter na­cional aparecería unilateralmente reflejado. Un rechazo de la cooperación en el campo cultural -particularmente cuando se trata de culturas más avanzadas- significa pri­varse de una valiosa fuente para el de­sarrollo propio. Al convertirse en un fin en sí, la "originalidad" conduce al aislamiento y al particularismo nacional, lo que dificulta la irradiación de los valores nacionales más allá de las fronteras.

Es natural que este proceso de coopera­ción cultural origine cambios en las expre­siones de las culturas nacionales. Las cultu­ras se influyen y enriquecen mutuamente, li­berándose a la vez de todo lo caduco y anti­cuado. Sin embargo, cuando nos referimos al problema nacional todavía miramos gene­ralmente hacia el pasado, a pesar de que en todas las épocas el pensamiento artístico ha reflejado siempre el estado espiritual de la sociedad contemporánea. No, las particula­ridades nacionales no son solamente los ras­gos provenientes de un pasado remoto. El concepto de lo nacional no sólo incluye aquello que ha perdurado a través de los tiempos, sino también todo lo nuevo, lo que va naciendo a la luz de la realidad contem­poránea.

Si he insistido en los pormenores de este análisis es porque actualmente se está de­sarrollando una vasta polémica sobre el problema de las culturas nacionales. Las particularidades de cada pueblo confieren a su cultura una personalidad singular. Los vínculos con el terruño natal, con el pueblo, con los problemas fundamentales de la vida nacional constituyen la savia fecunda que alimenta a una cultura y que le confiere la fuerza necesaria para alcanzar una significa­ción universal, gracias a las notables simili­tudes que existen en la percepción que los di­versos pueblos tienen del mundo y de los múltiples fenómenos de la vida. De ahí la conclusión de que no debe contraponerse lo nacional a lo internacional.

Son, empero, muy comprensibles los temores y el rechazo de parte de algunos representantes de la intelectualidad de Asia y África frente al eurocentrismo, a la civilización y al pensamiento europeos, que para ellos van asociados a la dominación colonialista y al desprecio de su dignidad nacional. Sin embargo, el ala progresista de esa intelectualidad se esfuerza desde hace tiempo por aprovechar la experiencia de la civilización europea para enriquecer sus culturas nacionales, considerando a la cultura europea como parte de un patrimonio universal que pertenece a todos los habitantes de la Tierra.

Estoy plenamente de acuerdo con el pen­samiento del crítico bengalí Sarvar Murchid. Según él, toda cultura debe elegir hoy entre dos alternativas: la de considerarse parte in­tegrante de la cultura universal o la de conti­nuar siendo una "gran cultura" en los estrechos marcos de su propio país. La ten­tación de creer en la "propia grandeza" conduce generalmente al aislacionismo, de ahí al dogmatismo sólo hay un paso. Estos problemas se han agudizado considerable­mente en las sociedades de Asia y África, para las cuales por primera vez en la historia ha desaparecido el peligro de etnocidio que amenazaba a sus pueblos. Los pueblos nu­merosos que habitan estos dos enormes con­tinentes se enfrentan con la necesidad de ele­gir los medios para resolver las múltiples ta­reas políticas y sociales que tienen plan­teadas y de decidir las vías de desarrollo de sus propias culturas. La independencia política plantea la exigencia de una vida eco­nómica y cultural adaptada a los nuevas condiciones. De lo contrario, aquella resultaría vana.

La fórmula de Kipling -"el Occidente es el Occidente, el Oriente es el Oriente"- ca­rece hoy de todo valor histórico y cultural. En los últimos diez años el mundo ha cono­cido enormes progresos sociales. Estos cam­bios pueden compararse con las transforma­ciones biológicas e incluso geológicas de la Tierra, con la diferencia de que los cambios sociales se han producido a un ritmo increíblemente más rápido. Y los logros de la cultura moderna en los países en de­sarrollo dependen en buena medida de la búsqueda de nuevas vías para su desarrollo social y para la solución de sus problemas sociales.

En la época en que los pueblos vivían dis­persos y aislados unos de otros, sus pensa­mientos, sus preocupaciones, la acción de sus grandes conductores, su destino y su his­toria llegaban a ser conocidos por los demás a través de un prolongado y dificultoso pro­ceso. Hoy, el mundo es un todo, tanto desde el punto de vista político -lo que se expresa en la lucha por la supervivencia de la humanidad- como cultural. La política de distensión, por la que siempre hemos aboga­do, constituye ·una forma de colaboración cultural y científica a nivel internacional.

Un nuevo periodo histórico se ha ini­ciado. Ya se ha dado el primer paso: por encima de todas las diferencias políticas, so­ciales y nacionales, los pueblos se esfuerzan por encontrar soluciones comunes a los problemas de la humanidad y, especialmen­te, al gran problema de la guerra y la paz. Nos une a todos la conciencia de nuestras responsabilidades respecto de los destinos de la cultura y de la civilización humanas y de la creación de una atmósfera de entendi­miento en nuestro planeta. No vacilamos en afirmar que en la actualidad se está deci­diendo la senda que habrá de seguir el de­sarrollo de la humanidad. Nuestra responsa­bilidad es inmensa, no podemos dejar para un mañana lejano la solución de estos problemas, pues el futuro dependerá en gran medida de lo que hoy emprendamos.

 

Chingiz Aïtmatov

Un escritor kirguí de fama mundial, Chingiz Aïtmatov escribe tanto en ruso como kirguís. Disfruta de una gran popularidad en la URSS y en su Kirguistán natal. Fue galardonado con el Premio Lenin (1963) y el Premio Estatal (1968). Su obra ha sido traducida a casi sesenta idiomas.