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Cafés, mezcla de culturas

“Algunas bebidas tienen la peculiaridad de perder su sabor, su gusto y su razón de ser cuando las tomamos en algún lugar que no sea un café”. Estas palabras del escritor francés Joris-Karl Huysmans nunca fueron tan pertinentes como durante los sucesivos confinamientos asociados a la pandemia de COVID-19. Al vernos privados de estos espacios de sociabilidad durante meses, pudimos apreciar colectivamente cuánto los necesitamos, y comprobar hasta qué punto la ausencia de cafés hace a las ciudades menos acogedoras.

Esos ‘terceros lugares’, situados entre el ámbito público y el privado, son indispensables para recuperar el aliento en el frenesí de la vida urbana. En contraste con el anonimato de las grandes ciudades, los cafés proporcionan espacios de encuentro y de convivencia donde el tiempo está menos ajustado y hay más libertad de expresión. Al favorecer el debate y el intercambio, los cafés participan, a su modo, en la libre circulación de ideas y en el diálogo que la UNESCO defiende.   

En torno a una taza de café se han concluido contratos, se han debatido ideas y se han escrito libros. En virtud de su historia o de su arquitectura, algunos establecimientos han llegado a ser auténticas instituciones y constituyen hoy un patrimonio que los ayuntamientos tratan de proteger. En algunos de los más ilustres parecen pulular todavía los fantasmas de los artistas que los frecuentaron, como en el café A Brasileira de Lisboa, donde acudía regularmente Fernando Pessoa, el London City de Buenos Aires, refugio de Julio Cortázar, o el Hotel Imperial de Viena, que tanto apreciaban Sigmund Freud y Stefan Zweig.   

Desde el descubrimiento de sus virtudes estimulantes en Abisinia, la actual Etiopía, el café se convirtió en una bebida universal, cuyo ritual de preparación es objeto de dos inscripciones en la Lista Representativa del Patrimonio Inmaterial. Las casas de café, que proliferaron en Oriente Medio antes de extenderse por Europa, América y, por último, por el continente asiático, dieron origen a una cultura y un estilo de vida. El placer indescriptible que uno busca al acudir a estos lugares emana del ambiente, de la libertad de un momento que escapa a las obligaciones cotidianas y de los encuentros que pueden acontecer. Ventanas abiertas al mundo, son una invitación al viaje.

Agnès Bardon

Jefa de redacción de El Correo de la UNESCO

 

© Boris Séméniako

Traducción, puente entre mundos

Traducir es, en palabras del escritor italiano Umberto Eco, “decir casi lo mismo”. Ese adverbio casi encierra un mundo de significados. Traducir es confrontarse con el otro, el diferente, el desconocido. A menudo se trata del preámbulo indispensable para quien desea acceder a una cultura universal, múltiple y diversa. De modo que no fue por casualidad que la Sociedad de las Naciones abordó el asunto en la década de 1930, planeando la creación del Index Translationum.

Reanudado por la UNESCO en 1948, el Index fue el primer censo de libros traducidos en el mundo. Lanzado dos años más tarde, el programa Obras representativas se consagró por su parte a la traducción de las obras maestras de la literatura mundial. El apoyo que la UNESCO ha proporcionado recientemente a la publicación de un glosario de términos de las lenguas indígenas de México intraducibles al español forma parte de la continuidad de estas iniciativas. 

Aunque en el decenio de 1950 ya se anunciaba su extinción, los traductores -y, con mayor frecuencia, las traductoras- son hoy más numerosos que nunca. Las máquinas confeccionadas en la posguerra no erradicaron esta profesión discreta. Tampoco lo han logrado los programas informáticos de traducción, que reflejan el día a día de nuestras conversaciones mundializadas y han contribuido a transformar la profesión. 

Porque un idioma no es solo un vector de comunicación. Una lengua es eso y mucho más. Es también todo lo que las obras, escritas y orales, hacen de ella, contribuyendo a forjar lo que suele denominarse el genio de la lengua, algo que ni los programas informáticos más eficaces alcanzan a reproducir. 

Así, traducir equivale a poner en tela de juicio los sentidos implícitos en un idioma, enfrentarse a sus equívocos, desvelar su riqueza y mostrar las diferencias conceptuales que surgen en el tránsito de una lengua a otra. Y es también, mediante esta confrontación con el prójimo, cuestionar la lengua y la cultura propias y, en última instancia, cuestionarse a sí mismo. Por eso es fundamental que preservemos la vitalidad del plurilingüismo, para que cada uno pueda decir y pensar en su propio idioma. Esa tarea es la esencia del Decenio Internacional de las Lenguas Indígenas (2022-2032), que hace hincapié en la situación crítica de numerosos idiomas en peligro de extinción.    

En una época obsesionada por la búsqueda de identidad, la traducción sigue siendo un antídoto insustituible contra el repliegue identitario. Porque sin ella, como señalaba el autor franco-estadounidense George Steiner, “viviríamos en provincias rodeadas de silencio”.

Agnès Bardon

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